Pablo de Rokha, su abuelo poeta −un comunista adversario acérrimo de Neruda−, fue Premio Nacional de Literatura de Chile en 1965. Su mamá, la escritora y titiritera Laura de Rokha, aunque nunca pudo ir a la escuela por culpa de su debilitado corazón, recibió el título de licenciada en la Universidad Nacional de las Artes de Venezuela. También en Venezuela, su hermano Daniel Di Mauro es Premio Nacional de Dramaturgia 2013. Y sus padres, los cordobeses Eduardo Di Mauro y Ricardo Miravet, fueron, uno de los precursores del teatro de títeres en Argentina el primero; organista durante años en la capilla Saint Germain de París, habitante desde hace décadas en un castillo medieval de la campiña valenciana, el otro.

La de Ana Miravet Di Mauro es una familia de reconocidos artistas. Y dos papás.

Ana nació en 1949, del matrimonio de les adolescentes Ricardo Miravet y Laura de Rokha, quien por sus problemas cardíacos había recalado con su familia en Río Ceballos. El matrimonio duró poco. Mi mamá, que me tuvo a los 16 años, no toleró las aventuras de mi papá. Muy ligero de cascos, entre la risa y el enojo, Ana Miravet Di Mauro.

El joven Miravet ya era un prodigioso restaurador de órganos, desde que a sus 14 años salvara del deterioro al órgano del Museo Marqués de Sobremonte. Poco después de nacida su hija Ana se radicó en Europa, donde desplegó una brillante carrera profesional.

Al tiempo, Laura de Rokha se casó de nuevo. Con el titiritero Eduardo Di Mauro, quien creyendo que hacía lo mejor para la pequeña Ana, la anotó como propia en un registro civil de Cosquín donde no hicieron preguntas. Un secreto familiar vox populi, que ella descubrió a sus 13 años. Pasmada, buscando unos papeles donde dibujar, vio cómo, antes que hija de su amado papá Di Mauro, lo era de un desconocido Ricardo Miravet. Toda una vida, con dos partidas de nacimiento. Dilema afectivo y de identidad que en Córdoba, la jueza María Cecilia Ferrero ha resuelto administrativamente en noviembre de 2022, anulando la partida del hombre que la crio, pero reconociéndole el derecho a llamarse con el apellido de ambos padres. Ana Miravet Di Mauro.

Ya lo sé todo, me cuenta que le dijo a su mamá, que transida en llanto, quiso explicarle quién era esa señora buena, que la visitaba frecuentemente. Fue cuando el hijo de la señora buena famoso en Europa como músico y restaurador de órganos volvió a Argentina y quiso visitar a su hija de la adolescencia.

A pesar de la valija llena de perfumes, medias finas y perlas conque el hombre se presentó, la relación de Ana con su padre de origen no fue un cuento de hadas. Ahí. Ni cuando terminado el secundario, ella y su marido de juventud, músico, estuvieron un tiempo en París cantando en el coro que Ricardo Miravet dirigía. Ni durante la pandemia, al visitarlo en el castillo del siglo XIII, en una población española de 200 habitantes que el gran músico restauró con mucha inversión y buen gusto. A Ana no la abandona el dolor del abandono. Ni cuando lee y relee la vieja carta donde Miravet le dice que se marchó para no perturbar la paz de su infancia.

Tampoco el amor a primera vista que se prodigaron con su padre Eduardo Di Mauro volvió a ser el mismo. Lo amaré siempre, pero no le perdono que me haya mentido, se entristece.

Mi vida parece una película, sonríe Ana Miravet Di Mauro. Una sonrisa irónica, a los 73 años el mismo cuerpo de sus fotos juveniles; como el cabello, largo y con rulos, aunque blanquísimo. En su departamento de 50 metros luminosos y ordenados que alquila en la calle Cervantes de Alta Córdoba. He llegado hasta ahí para escribir estas líneas, porque Ana es prima de una amiga-hermana de mi hermana Silvia.

En París, donde nació el primer hijo de Ana, fueron dos amantes del papá Miravet quienes la salvaron de la miseria. Una de ellas me acercó una valija con ropas presentables, para que pudiera buscar trabajo. Yo estaba anémica. En un departamento frente a la Plaza de la Bastilla, otra vez distanciada de mi padre, recuerda. 

Unos años más tarde, recaló en Venezuela, adonde su mamá y Eduardo Di Mauro llegaron huyendo de la dictadura argentina. Apenas el golpe del 76, su trabajo de secretaria ejecutiva bilingüe en la Renault la puso a salvo de las sospechas (tanto, que un jefe militar la ayudó a deshacerse de libros non santos de su familia: su papá y su tío Héctor Di Mauro, también famoso titiritero, eran reconocidos por su pertenencia al Partido Comunista). Agrega: Pero después se puso muy peligroso; fueron a buscar a mi marido que militaba en el Partido Obrero, habían secuestrado a Burnichón (el editor), muy amigo de mi familia. Nos fuimos a Israel, y en el 81, a Caracas.

Allí vivió casi cuarenta años. Décadas de mucho bienestar económico.

Alquilábamos una casa de siete habitaciones. Un fin de semana se nos daba por volar a Aruba, volábamos a Aruba. Mi nuevo compañero era empresario de la industria química; le iba muy bien. Estudié parapsicología, canté por todo Venezuela; y como de chica había aprendido cerámica con mi mamá y dos grandes maestras en Córdoba, me dediqué a la vitrofusión y al vitró. Trabajé muchísimo. Participé en varias exposiciones de arte. Hasta que con la crisis del chavismo la gente dejó de comprar y comenzaron a perseguirnos. Los vecinos. Nosotros éramos chavistas.

Su papá Eduardo Di Mauro, fundador del teatro Tempo que alojaba a todos los titiriteros del mundo (inocultable orgullo, Ana), murió en 2014 en Venezuela. En su cama de muerte, me tomó las manos, y me llamó, Anita… Fue lo último que dijo.

Ana Miravet Di Mauro regresó a Córdoba en 2018, adonde viven dos de sus tres hijes. Arte en las manos, confecciona muñecas de patas largas y pájaros de trapo. Para vender. Le apasiona. Pero su mayor placer es el coro de Alta Córdoba, que dirige Manuel Zamar. No veo la hora de que llegue el viernes, se entusiasma. Como al evocarse telonera de Duke Ellington cuando este visitó Córdoba en 1968. Ella integraba la Ban Sax, con la que además de preceder al gran Duke en el escenario, recorrió la provincia cantando y bailando.

La mamá de Ana sigue viviendo en Venezuela. Tiene casi 90 años, ha leído 178 libros en los últimos cuatro años, y todavía construye títeres. El papá Miravet, más de 90, solo en el castillo de Valencia. Ana Magdalena Miravet Di Mauro, su única hija, anhela que la decisión de la Justicia de Córdoba la ayude a aquietar el revoltijo afectivo y de identidad que, como en una película, ocupa su vida desde hace 60 años. Cuando supo lo que todes a su alrededor sabían desde siempre.