Espectros de Villa Epecuén
Fue abandonada pero nunca se la demolió, como sí ocurrió en la parte inundada de Miramar de Mar Chiquita. El trazado de las calles, los edificios y las casas quedaron bajo las aguas, y fueron deteriorándose poco a poco.
Como cordobeses, estamos familiarizados con la laguna de Mar Chiquita, ese inmenso espejo de agua salada ubicado en el Noreste de la provincia. También con su historia de vaivenes. En particular sabemos que a fines de la década del ´70 creció, duplicó su superficie e invadió la mitad de la ciudad de Miramar, por entonces una perla balnearia. Miramar se debía a su laguna; esa misma laguna la condenó al olvido durante décadas. Recién en los últimos años Miramar parece haberse recuperado y dejado atrás su trauma de amor-odio con la Mar Chiquita. Podemos recordar esa historia en: Agua y Sal en Ansenuza, el mar cordobés.
Mucho menos conocido para nosotros es el hecho de que en el Oeste de la provincia de Buenos Aires, apenas a 50 kilómetros del límite con La Pampa, sucedió una historia muy similar, a mediados de la década de 1980. Allí se había fundado en 1921 Villa Epecuén, un balneario a orillas del lago del mismo nombre. El lago Epecuén es pequeño si se lo compara con la enorme Mar Chiquita. Y sin embargo, es el reservorio final de lo que se conoce como Lagunas Encadenadas del Oeste. Recibe aguas de esta serie de discretas lagunas, como la de Guaminí, por ejemplo. Se trata de una zona baja, que se inunda periódicamente. El agua que llega al lago Epecuén no tiene a dónde desaguar.
Villa Epecuén estaba defendida de las crecientes periódicas por un terraplén de 4 metros de altura. Como la laguna es relativamente pequeña, cuando los aportes de agua son grandes, su nivel aumenta rápidamente.
En 1985, luego de lluvias y crecientes extraordinarias, el agua fue elevando su nivel hasta que el terraplén cedió e inundó por completo Villa Epecuén. La situación fue tan extrema y total que no existieron dudas: hubo que evacuar el pueblo completo, tratando de salvar las pocas pertenencias que se pudiera. Apenas a 7 kilómetros se encuentra la ciudad de Carhué, que se transformó en el epicentro de las evacuaciones. Tanto Epecuén como Carhué son nombres de origen mapuche, dicho sea de paso. Carhué significa lugar verde; no está claro el significado de Epecuén.
El Abandono
Villa Epecuén fue abandonada como población. Pero nunca se la demolió, como sí ocurrió en la parte inundada de Miramar de Mar Chiquita. El trazado de las calles, los edificios y las casas quedaron bajo las aguas, y fueron deteriorándose poco a poco. Aún hoy, cuando las aguas bajan, es posible recorrer las calles fantasmales, transitar entre las casas parcialmente derruidas, escudriñar los letreros aún legibles de muchos negocios. Particularmente paradójico resulta visitar el Complejo Balneario Municipal, con agua en todos sus rincones, sus piletas desbordadas. El paisaje de árboles muertos, cubiertos de salitre, con sus raíces y troncos hundidos en el agua, es característico. De nuevo, parece una postal calcada de Mar Chiquita. Las lagunas que carecen de desagüe natural por encontrarse en las zonas más bajas de los alrededores suelen ser muy saladas. Pues el agua que ingresa arrastra sales disueltas, producto de la erosión de los suelos. El agua solo sale por evaporación; las sales quedan en los cuerpos de agua. Dicho sea de paso: si una laguna de este tipo mantiene su nivel, significa que se evapora todo el tiempo la misma cantidad de agua que ingresa, lo cual puede resultar sorprendente.
Una de las ruinas emblemáticas es el Matadero Municipal de Villa Epecuén, obra característica de Francisco Salamone. Este arquitecto ítalo-argentino pobló en la década de 1930 la provincia de Buenos Aires con sus singulares edificios. El matadero de la ciudad de Villa María, en nuestra provincia, también lleva su inconfundible impronta.
Aunque no sea un centro turístico de importancia, visitar las ruinas de esta villa, otrora próspera, es una experiencia intensa. Cuando las aguas están relativamente bajas, se lo puede hacer a pie, luego de pagar una módica entrada. Cuando las aguas suben, se visita en lancha, desde el agua. Quizás esa sea la mejor forma de enfrentarse con el entorno acuático y espectral de Villa Epecuén.