Desde hace más de siete años, Gladys Escribano busca a su hijo. No le gusta decir que Leo está desaparecido. Porque en algún lugar, Leo está. Desaparecido es la palabra que usó Videla para ocultar sus crímenes. Ni muertos ni vivos. Desaparecidos. Se justificaba, cínico, el dictador. Si lo nombramos como los nombraba él, le quitamos su identidad, sostiene Gladys Escribano.

La mamá de Leonardo Iudicello, prefiere hablar de búsqueda. Ella, y otras madres como ella, buscan a sus hijos. Hijas, hijes. Mujeres que buscan. En Argentina, en México. En muchos países.

A los tres años sin noticias de Leo, en La Paz −cerca de Cura Brochero donde viven los Iudicello Escribano−, de un momento a otro se perdió todo rastro de Delia Gerónimo Polijo. La niña salió de la escuela, pero nunca llegó a su casa.

Fue el 18 de septiembre de 2018. A Leo lo buscaban desde julio de 2015, cuando tenía 30 años, y viajaba por Brasil. Acompañados por numerosas organizaciones sociales, feministas; vecines, compañeres, los padres de Delia, una humilde familia de origen boliviano (la mamá apenas entendía el castellano), iniciaron una búsqueda frenética. A poco de andar, en la zona recordaron que Delia no era la primera: en ese lugar de Traslasierra faltaban otras tres chicas: Silvia Gallardo (24); Marisol Rearte (18) y su hija Luz Morena Oliva (2).

Exiliada en España durante la dictadura de 1976, militante en la biblioteca, el centro cultural, la vecinal. Abogada. Y la secretaria del Juzgado de Cura Brochero que denunció al gobernador Ramón Mestre cuando lo quiso cerrar; en 2019 Gladys Escribano fue una más del abrazo humano (mayormente mujeres, aferradas a cintas violetas feministas), que unió los 50 kilómetros entre Los Pozos y La Paz, para reclamar por esas chicas.

Tanto creció la movida, que un año después, de pueblo en pueblo, en todo el cordón de Traslasierra (Brochero, Mina Clavero, Las Rabonas, La Paz, Nono, Las Calles, Rosas, Yacanto) se declaró al 18 de septiembre, Día del Compromiso en la Búsqueda de Personas Desaparecidas en Traslasierra.

Gladys Escribano: busca a su hijo y a las hijas de sus vecinas by cba24n.com.ar

Entonces, el intendente de Cura Brochero, Carlos Oviedo, pidió que Leonardo Iudicello Escribano, a quien vio crecer, fuera incluido en la lista de las personas buscadas en el Valle de Traslasierra.

Ese día, para Gladys Escribano la búsqueda dejó de ser un asunto familiar. Es algo colectivo, dice, cigarrillo tras cigarrillo, entre los rayos del sol del oeste, mágicos, que los árboles filtran, en la galería de Agua de Oro donde ella y su esposo encuentran el silencio que les retacea una familia numerosa. Cinco hijes, treintañeros y artistas. No quería que fueran abogados, se ríe la madre. Un músico, una audiovisualista. Otro teatrero. Una psicóloga (alguien tiene que contener tanta locura, ríe nuevamente). Y Leo. El viajero. Licenciado en Turismo, en la Blas Pascal. También yutuber, de sus andares por el mundo.

En junio de 2015, sus padres estuvieron con él en Tabatinga, cerca de Natal, un pequeño pueblo de pescadores en el norte de Brasil. Había, además, un montón de amigos. Gente muy amiguera, les Iudicello Escribano. Leo se fue de ahí hacia Jericoacoara, un lugar paradisíaco. El 9 de julio se comunicó con el uasap familiar, y después, no supieron más de él.

En el campamento donde estuvo, encontraron su carpa y sus cosas hechas ceniza. Su hermano Alejando y su padre −el escritor Lucio Iudicello−, lo buscaron palmo a palmo por el vasto territorio de Brasil. Con su foto en la mano. Pegando carteles, preguntando. Gestiones diplomáticas, denuncias ante la Justicia de ambos países, Interpol, medios de comunicación. Una carpeta llena de documentos prueba las innumerables diligencias. Nada. Ni un indicio. Nunca se investigó bien, acusa la mamá. Y reclama a la Justicia Federal argentina, que se hago cargo de la búsqueda.

Mientras los varones ponían el cuerpo en Brasil, en Cura Brochero ella se aferró a lo espiritual. De fe intermitente, Gladys Escribano confía en quienes tienen la fe inquebrantable. Rezó. Incorporó a su hijo a cadenas de oración. Visitó religiosos de todos los credos. Buscó una señal, una luz. Algo, un milagro, que la sacara del infierno. Con el rostro de Leo sobre el pecho marchó en las procesiones del cura Brochero, acompañó a los jinetes de la cabalgata brocheriana; caminó; organizó actos; militó el feisbuk. Hasta que se sumó a la búsqueda de las chicas que faltan, y entonces, junto a la de su muchacho, lleva las fotos de ellas.

Es un problema invisibilizado, subraya Gladys Escribano (70). Y negado. Todavía hay quienes piensan que Delia se fue. Que Leo rompió con su pasado, que anda por el mundo. Y nadie está preparado para cuando algo así ocurre. Por eso en Traslasierra elaboramos un protocolo para saber cómo reaccionar si una persona falta.

Mucho ha crecido, mucha gente de la zona, con estas búsquedas. Después de Delia, no hubo más desapariciones, dice Gladys Escribano. Y hay una hipersensibilidad: hace poco detuvieron a una chica, la llevaron arbitrariamente a la comisaría (desaparición forzada, precisa), y todo el pueblo se movilizó a la velocidad de un rayo, hasta conseguir la intervención de una fiscal.

Con tazas de rico café, Lucio Iudicello (71), su esposo, se suma a la charla: Cada mañana despierto con angustia. Aun cuando a la noche me propongo hacerlo de mejor ánimo. Me cuesta remontar el día. Húmedos, los ojos del escritor.

Hacía mucho que no hablaba de Leo. No quiero ser vista como una víctima, agrega Gladys Escribano. Desde que hicimos de nuestra búsqueda una lucha colectiva, somos una sociedad que demanda al Estado para que estas cosas cambien. Sonríe amargamente.