La guerra que puede hacernos mejores
No hace falta llegar a tanto. No es preciso una exigencia extrema, sentir el puñal en la yugular, la soga cortando la respiración, el plomo hundiéndose en nuestra sien. O sí.
Lo que hasta hace horas era pedido, ahora es exigencia. Tras casi 24 horas de especulación informativa, se hizo oficial la cuarentena generalizada. Muchos y muchas ya han estrenado, en estos días, conducta aislacionista. Son, ellos y ellas, ejemplo. A seguir cultivándola.
Intenta este escriba, inserto en el miedo que acecha, colapsado por la desorientación que impone esta vida nueva, encontrar los subterfugios que nos indiquen un camino en donde los lazos solidarios sean la red definitiva que nos salve de ésta y, fundamentalmente, de las que vendrán. Enfrentar con los más cercanos pero también con los que ni siquiera conocemos una travesía que nos lleve a la orilla de la salvación colectiva será experiencia imborrable. Empecemos ya a construir juntos este recuerdo de salvación.
El miedo no ayuda, no moviliza, no ama: el miedo pudre tanto o más que la muerte. Para evitarlo, es preciso cuidar. No habrá héroes que lo hagan: los héroes, lo cantamos, son de mentira. Lo que sí habrá serán acciones individuales repercutiendo como un martillo infinito en nuestra vida colectiva. La pandemia, ha sido dicho, se presenta como guerra sin cuartel. La guerra que nunca disputamos en territorio propio. Guerra cuyo triunfo sobre este enemigo silencioso y cuasi invisible puede dejarnos un cordón umbilical con conexión directa a la placenta de una mejor sociedad. Esa sociedad que nunca construimos pero que cada mañana añoramos.
La sola idea de pensar a millones de personas repitiendo una misma conducta por el tiempo que el Estado democrático exija, respetándola y haciéndola respetar, contribuyendo en la trinchera con balas de salva para frenar al invasor, ejerciendo una responsabilidad solidaria motivada por el amor a la vida, esa simple y compleja idea, incita a pensar tiempos mejores. Estamos siendo contemporáneos de un momento histórico. Podemos asumirlo con cobardía. O podemos ser responsables de que los manuales de historia se sigan escribiendo y reflejen este triunfo.
Es cierto: queda mucho por resolver. La incertidumbre sobre lo que se puede y lo que no se puede: las almas repudian todo encierro. Los y las trabajadores informales: 40% de nuestra población precarizada. La crisis económica que arrastramos y que será peor en el futuro cercano. Lo que tendremos que afrontar con bolsillos flacos y agotados de ánimos. Aún cuando haya que resolver tanto, sabemos, porque alguien nos lo enseñó, que mañana es mejor.
Entre los datos oficiales que se difundieron hoy, destaco una marca que no es menor: de los 8 casos confirmados en Córdoba, tres son importados (Italia, España y Estados Unidos) y los 5 restantes fueron transmitidos por contacto estrecho sin evidencia de transmisión comunitaria. Esto no significa que no habrá más, pero sí que aún no hay prueba de circulación social y que, por lo tanto, la cuarentena llega en el momento adecuado.
Hasta abril no habrá abrazos ni festejos ni encuentros. Extrañarnos no será alternativa: será exigencia, como la cuarentena misma. Esos abrazos, festejos y encuentros que vendrán serán la bandera de la victoria que les mostraremos al mundo: la guerra ha sido ganada. Y de ella habremos salido, enlazados de brazos, fortalecidos y, ante todo, mejores.