Conocí a Ramón Mestre en la década del 60, en el bar Vía Veneto, de la galería Cinerama. Era un lugar de encuentro permanente. Se juntaban políticos, escritores, pintores y futuros exilados. No sé como me incorporaron, era el menor, estudiante de medicina. Cuando me recibí de médico me festejaron todos ellos. Yo había ingresado al periodismo deportivo en LV2 y un día apareció en mi departamento de la calle Rioja al 900, Ramón. Me pidió que le hiciera de columnista en una revista que acababa de sacar, Enfoque, con oficina en los altos de la galería Cinerama. Acepté de buen gusto, alcancé a realizar dos notas y al recibirme viajé a Europa.

Con el carnet de Enfoque, estuve en un entrenamiento del Real Madrid, en el premio de Fórmula 1 de Mónaco, en el mundial de Básquet de Ljubiana, hoy Eslovenia y otras actividades. Cuando volví, Enfoque no existía más.

Desde entonces, nos juntábamos a comer asados, así conocí en casa de Ramón a Atilio López entre otros. Tenía que empezar a trabajar, y el primer trabajo me lo dio él, en una clínica que tenía en la calle Deán Funes al 900, donde atendían a la UTA y Pasteleros. Desde Vìa Veneto, los domingos cada uno iba a su cancha preferida, en el inolvidable campeonato cordobés de fútbol. Mestre, Jorge Sappia y yo, concurríamos a ver jugar a Universitario.

Cuando regresé de mi beca de la OMS en Uruguay, había un boicot de los propietarios y no se podía alquilar inmuebles. Recién casado, vivíamos separado con mi esposa, hasta que apareció un departamento y exigían una garantía importante. Ramón era legislador provincial y ya se destacaba como un político importante, él fue mi garante.

 Con los años y con su tarea política, dejamos de vernos con asiduidad, pero la amistad, entre un radical y un peronista, siguió hasta su muerte.