“Llenen sus pulmones de aire, llenen sus ojos de vida y de este paisaje, que los necesita”.
En un impresionante anfiteatro natural, en medio de las sierras chicas y de cara al Pan de Azúcar (Supaj Ñuñu, si queremos llamarlo por su nombre original), el director de la Tecnicatura Universitaria en Guardaparques (TUG) de la Universidad Provincial, Federico Leguizamón, le hablaba al grupo de alumnos.

Difícil no aplaudir, no emocionarse. El cronista, que muy gustosamente se enteró que coincidiría su excursión con este hermoso grupo, también se emociona y aplaude.
Entre profesores y estudiantes de primer año, unas cincuenta personas hacían la primera salida del año mientas el sol subía hacia el medio día. Producto de la pandemia, el grupo no tuvo hasta el domingo, ninguna actividad presencial. 

Riguroso protocolo de barbijos, distancia y provisión de alcohol en gel; mate individual o en “burbujas”. Claro, algún abrazo se escapó a las normas, pero era difícil contenerse. Se veían por primera vez para realizar una actividad práctica en la que coincidían tres materias.

A menos de 30 kilómetros de Villa Allende, la cohorte de primer año de la joven carrera visitaba el Refugio La Hoyada, una vieja posta del camino a Potosí, que figuraba en los mapas de la zona ya en 1730, y que será motivo de otra historia. 

Dos horas a pie desde el acceso a la aerosilla del Supaj Ñuñu (Pan de Azúcar) y el paisaje ofrece vista a las dos laderas de las sierras chicas. Imagen: Google maps


Desde allí harían cumbre en los 1090 metros del cerro El Mojón, a pocos kilómetros del refugio, balconeando sobre Cosquín. Todo ese trayecto por la línea que parte las aguas: allí donde una brizna de viento decide si la gota de lluvia que cae termina en el Río Cosquín o en el Arroyo Saldán.

La TUG es una de las jóvenes carreras que se establecieron en la Universidad Provincial, en la Facultad de Turismo y Ambiente. Desde la primera cohorte en 2015, ya se han formado 115 egresados.

Aunque parezca sorprendente, la misma provincia que invierte en su formación, todavía no encontró espacio para ninguno de ellos en su función específica como Guardaparque. Y eso que solamente en Sierras Chicas hay 16 reservas con diverso grado de implementación.

El grupo hizo sus prácticas: un esguince de tobillo hizo real el ejercicio de primeros auxilios y una de las alumnas bajó con la ayuda profesional prevista para estos casos. Matizadas por el paisaje hubo charlas, observaciones y hasta espacio para juegos didácticos. Se discutió sobre planificación y políticas ambientales.

Se hizo presente la complejidad de un estado “no homogéneo” a la hora de evitar el daño ambiental y promover políticas públicas de cuidado. Se vio el mapa con la tragedia de febrero de 2015, con las zonas inundables atestadas de viviendas y con las zonas de esponja y amortiguación pavimentadas de countries.  

El grupo docente en su elemento, disfrutando la jornada, estimulando a pibes y pibas. Invitando a la respuesta colectiva. Preguntándose y preguntando: “¿Cuáles son las y los guardaparques necesita la provincia?".

Fácil tentarse y emparejar fenómenos: la marea que vimos de feminismo en las calles los últimos años, ¿podrá ser otra “marea verde” en los montes y en los ríos?

Imposible no contagiarse del entusiasmo de los y las futuras guardaparques. Imposible no entusiasmare con su genuina inclinación por la conservación y de su prioridad, la defensa del monte nativo. Imposible no pensar que un futuro diferente, es posible.

Fotografías: Pate Palero

Hacia la cima: guardaparques en formación
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Pirca, tranquera, montaña. Sencillito y de alpargatas, el Refugio de la Hollada