Paisajes de Catamarca
Paisajes de Catamarca, con mil distintos tonos de verde. Un pueblito aquí, otro más allá, y un camino largo que baja y se pierde. La conocida letra de la zamba de Rodolfo “Polo” Giménez no necesita mayores presentaciones. Si bien se refiere a las vistas desde lo alto de la Cuesta del Portezuelo, en los faldeos occidentales de la sierra de Ancasti, bien podríamos extrapolarla a toda le geografía catamarqueña. En ese caso, deberíamos agregar que, además de sus tonos de verdes, también incluye ocres, azules profundos y otros brillantes, amarillos de todas las tonalidades, pinceladas de rojos, grises que cubren toda la escala cromática, y blancos resplandecientes. No hay paleta que alcance para describir los colores de esta provincia, extensa y variada. Pues en Catamarca hay planicies, salares, sierras, selvas, ríos, valles y quebradas. También elevadas montañas de más de seis mil metros, con sus cumbres eternamente cubiertas de nieve, lagunas, volcanes y campos de lava en plena Puna. Casi se podría decir que solo le falta el mar. Y si bien no pretendemos realizar un inventario completo de sus atractivos, sí sugeriremos algunos destinos que hemos recorrido y que presentan, además de escenarios deslumbrantes, capacidad de despertar el interés genuino de quienes se sienten atraídos por esa sutil combinación de paisaje y conocimiento cristalizado.
Desde el Este
Si para viajar de Córdoba a Catamarca, en vez de ingresar al Valle central por el Sur, se dispone de unas horas más, se pueden atravesar los impactantes paisajes de la sierra de Ancasti y bajar a San Fernando, justamente, por la Cuesta del Portezuelo. Antes, durante la sinuosa travesía en ascenso de la sierra, se podrán visitar los yacimientos arqueológicos de La Tunita y La Candelaria. La riqueza de las representaciones que allí se encuentran, plasmadas en la roca, es difícil de describir. Hay que verlas; más aún, que estar allí, inmersos en esos escenarios. Por supuesto, para llegar a estos sitios, que tienen notables huellas de la cultura La Aguada, se debe contar con guías habilitados y respetar al máximo el entorno. En cambio para los amantes de la pesca, de las grandes obras hidráulicas, o sencillamente de los paisajes lacustres, en la zona se puede conocer el dique de Ipizca. De su muro surge el río Los Molinos, que corre hacia el Este.
Pero regresemos al Portezuelo. Si al descender hasta el valle aún se dispone de tiempo y horas de luz, se puede tomar hacia el Norte, hasta la localidad de La Merced, limítrofe con la vecina Tucumán. El atractivo allí es totalmente diferente. Un conjunto de túneles ferroviarios abandonados en medio de la selva serrana, construidos para un ramal ferroviario que nunca existió. Hubiera permitido vincular en forma directa el Noroeste con la región cuyana. Pero las vías jamás se instalaron. De los dos lados del límite provincial se encuentran estas enormes estructuras, escondidas de la vista de los curiosos. Para llegar a ellas basta con caminar algunos centenares de metros.
Subiendo a la Puna
De las húmedas selvas nos dirigiremos, sin escalas, a la Puna. La opción más sencilla es llegar hasta la localidad de Belén, y de allí tomar al norte por la ruta 40 hasta el paraje El Eje. Circular por la 40 es, en sí mismo, un paseo con épica propia. Esa ruta constituye una especie de columna vertebral vial de la Argentina, que la recorre de punta a punta, en forma más o menos paralela a la Cordillera. En El Eje, de todas formas, se tuerce hacia el Oeste y se comienza un ascenso prolongado, que permite llegar a la Puna catamarqueña. Esa meseta elevada, seca y diáfana, tiene pocos asentamientos que cuenten con comodidades turísticas. El primero es El Peñón, y luego el mayor de ellos: Antofagasta de la Sierra. Toda la zona tiene una enorme concentración de conos volcánicos y campos de lava. En las cercanías de Antofagasta se encuentra el volcán Galán, con una enorme caldera de más de 20 por 40 kilómetros de tamaño. En su interior hay lagunas y pequeños cursos de agua. El galán hizo erupción por última vez hace unos 2 millones de años.
En las cercanías de El Peñón, sin embargo, está quizás la perla de la región: el campo de piedra pómez. Es una especie de tormentoso mar blanco de inmóviles olas encrespadas. Olas de piedra, claro. La piedra pómez es aireada y muy liviana, y suele ser expulsada al comienzo de grandes erupciones explosivas. El campo cercano a El Peñón tiene unos 45 kilómetros de largo por 25 de ancho. Su parte superior, de difícil acceso, se encuentra cerca de la dormida boca del volcán Robledo, de donde emergió en forma turbulenta hace apenas, sí, apenas, 4.000 años. Para los amantes de la observación o fotografía de la fauna nativa, las grandes tropillas de vicuñas se pasean con total libertad, a la distancia.
Sería imposible realizar un inventario completo de Turismo Científico de Catamarca en este breve espacio. Apenas, sugerimos algunos destinos, como para comenzar a saborear esta provincia. Por lo demás, cada circuito permitirá descubrir nuevos atractivos, que quedarán, probablemente, para viajes posteriores.
Si querés conocer más sobre el campo de piedra pómez, visitá el sitio de #TurismoCientífico de la UNC: https://turismociencia.unc.edu.ar.