Aun los hombres más inteligentes y sensibles pueden caer en la tentación de discutir banalidades. Porque los hombres más inteligentes y sensibles también sufren de amor y el amor te puede llevar a hacer y decir cualquier cosa.

Bien lo supieron los Osvaldos en el exilio. Bayer y Soriano, anarquista uno, peronista de izquierda el otro, quienes debieron huir del país y en la Europa que los cobijaba se encontraban bastante seguido a compartir las penas de la distancia.

Las conversaciones, uno podría intuir, iban por el lado de la situación dramática argentina, laliteratura y el periodismo que los unía y el devenir de una humanidad que ellos soñaban igualitaria y justa. Seguro había mucho de eso. Y en ese todo estaban de acuerdo. 

Pero había otro punto de unión. El amor por el fútbol que sentían los dos. El mismo amor que los separaba, que los hacía irreconciliables, cuasi enemigos. Uno, el anarquista Bayer, era de Rosario central. El otro, el peronista Soriano, era de San Lorenzo. Y como hinchas enceguecidos, como todo hincha, cuando iniciaba la discusión para ver cuál era mejor, no había reparos ni medidas para el ataque. Todo era válido para ganar la discusión.

Tan válido era todo que una noche helada de Berlín, cuando comenzó la combate para determinar si Central o San Lorenzo era el más grande, el debate dejó de lado lo deportivo, ya agotado y sin salida, y se empezaron a tirar con balas que dolían por otro lado.

Soriano, fanático de San Lorenzo de Almagro.
Soriano, fanático de San Lorenzo de Almagro.

—No te puedo creer Osvaldo, le disparó el local Bayer a Soriano. Decís que sos ateo y sos hincha de un equipo que lleva el nombre de un santo!

Soriano, rápido de reflejos, le respondió: 

— Callate Osvaldo, somos San Lorenzo no por el santo, somos San Lorenzo por la batalla de San Lorenzo! 

Pero Bayer, más rápido aún, le descerrajó:

—Peor, por una batalla: !militarista!

Derrotado, Soriano lo mandó a la mierda y se fue a dormir sin saludar.

Sabrá la noche si el escritor de No habrá más penas ni olvidos llegó a conciliar el sueño. Lo que sí sabemos es si carburó durante toda la oscuridad cómo darle una estocada final en la batalla en la que había quedado seriamente herido. ¿Qué le digo a Bayer, hincha de Rosario Central, para cerrar victorioso esta confrontación?

A la mañana siguiente, bien temprano, mientras Bayer ya tomaba sus primeros mates en la Berlín del exilio, apareció Soriano con cara de dormido y sin decirle ni siquiera buenos días, sin siquiera lavarse la cara, le gritó:

— Y vos, que sos anarquista, sos hincha de Rosario Central, ¡Rosario, como esas cosas que usan las viejas para rezar!