Argentina informó en su última  “Actualización de la meta de emisiones netas de Argentina para 2030 (NDC)” que espera ese año alcanzar un total de emisiones netas de 349 millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente (MtCO2e) y que esto representa una reducción en la limitación de las emisiones al 2030 del 27,7% respecto a la primera NDC presentada en 2016.

Este sencillo párrafo tiene dos dimensiones gigantescas. 
Por un lado, implica el punto de partida de cualquier mejora: no se pueden establecer metas de reducción si no se conoce qué, cómo y cuánto cada actividad contamina.

Por el otro, se trata de un inventario muy complejo, que suma globalmente en el país las emisiones de cada uno de los gases de efecto invernadero (GEI) que se liberan a la atmósfera anualmente (CO2, metano, óxidos de nitrógeno y otros) y los convierte a su equivalencia como si todos fuesen CO2.

Para ello, en la mayoría de los casos, se asumen las mediciones realizadas en otros países como válidas en las condiciones de producción y consumo locales.
Esto puede ser bastante preciso para algunas cosas (un litro de nafta “quemado” en un motor, produce la misma cantidad de CO2 aquí, en la China o en la Luna, si hubiera las condiciones para quemarlo), pero deja mucho que desear en otros casos.

La producción agropecuaria es tal vez el mejor ejemplo porque es fácil visualizar que las emisiones dependen de modalidades de producción muy diferentes, aún entre regiones: en un país se labra el suelo y en otro no, en un país los cultivos se riegan con energía eléctrica y en otros por pendiente natural y así.

Un logro del INTA

El cálculo argentino está realizado mayormente sobre investigaciones y mediciones desarrolladas en otros países y por eso cobra significación el hito que acaba de establecer el INTA al realizar la primera determinación de la huella de carbono de un cultivo de arroz, en las condiciones típicas de la producción nacional. Y, de hecho, fue menor a una determinación reciente que se hizo en India, en dónde la huella determinada en las condiciones de producción del Punjab fue casi un 50% mayor.

Según nuestro último Inventario Nacional de Gases de Efecto Invernadero, la producción agrícola es responsable del 37 % de las emisiones de estos gases en el país y, sólo la producción de arroz representa el 0,5 % del total. 
No es que la producción de arroz sea tan representativa en el volumen global de la producción agrícola: es que, asociada a ella, hay una producción de metano derivada del período en que parte de la planta debe quedar sumergida.

Por esto, un equipo de investigación del INTA se enfoca en cuantificar las emisiones del arroz en la Argentina y, a su vez, determinar cuáles son los aspectos críticos en el proceso de producción, punto de partida para lograr sostener la producción bajando los GEI producidos.

La experiencia

Según cronica el propio INTA, el equipo de especialistas estimó la huella de carbono del cultivo de arroz durante la última campaña en un lote experimental ubicado en la Estación Experimental Agropecuaria Concepción del Uruguay –Entre Ríos–, evaluando la variedad Gurí INTA CL, un cultivar de arroz largo fino que es el segundo más comercializado en el país.

La emisión estimada fue de 0,804 kilogramos de dióxido de carbono (CO2) equivalente por cada kilogramo de semilla producida. La referencia en este caso puede ser el estudio de la India mencionado, en que el cálculo fue de 1.20 kilogramos de CO2 equivalente por kilo de arroz producido

“Esto arroja estimaciones que suponen la emisión de 2,1 megatoneladas de CO2 equivalentes en la producción de variedades largo fino a nivel nacional cada año”, detalla Susana Maciel –especialista en ambiente y desarrollo sustentable del INTA Balcarce, a cargo de la investigación. Y aquí la referencia es que el país emite al año unas 359 megatoneladas de CO2 equivalentes, es decir, que la producción arrocera daría cuenta de algo así como el 0,58% del total de gases de efecto invernadero que emite Argentina.

Maciel agrega en el video que difundió el INTA que las cifras que componen esta evaluación incluyen todas las emisiones del ciclo productivo: uso de combustibles fósiles (incluida la energía de bombeo de agua), aplicación de agroquímicos, fertilizantes, semillas, los residuos resultantes de la cosecha y las emisiones por aplicación de urea y fertilizantes nitrogenados.

Determinar los gases emitidos por el cultivo de arroz implican ingenio y tecnología. Imagen: INTA

“Cuando hacemos el balance de los datos obtenidos, el metano es quien más aporta a la huella de carbono”, indicó la investigadora del INTA. Lo interesante aquí es que se trata de un elemento que aumenta de acuerdo al incremento de la dosis de fertilización nitrogenada y, por ende, encontrar técnicas de manejo adecuado de la fertilización puede conducir a una reducción significativa en estas emisiones.

La investigadora adelanta que el siguiente paso extenderá el relevamiento a la producción de todo el país de la variedad utilizada en esta primera medición en Entre Ríos, para establecer de modo más preciso las emisiones asociadas a esta producción.

Susana Maciel, las especialista del INTA, cuenta la experiencia. Video: INTA