Soledad Laciar: un despertar violento
El 6 de agosto de 2020 la vida de su hijo de 17 años fue interrumpida por un balazo policial. Esa madrugada Soledad despertó a otra vida. Algo habrán hecho, pensaba cuando escuchaba sobre un caso de gatillo fácil. Todo cambió con ese nuevo dolor, que quiebra, que espanta y que, en su caso, también empuja: se convirtió en una luchadora contra la violencia institucional y contra el poder político que lo encubre.
Para que el crimen de su hijo no haya sido una muerte en vano, Soledad Laciar lucha desde hace dos años. No le alcanzará que los 13 policías involucrados en la matanza del chico y su encubrimiento −que serán juzgados a partir del 7 de septiembre−, vayan a la cárcel. Quiere que la Policía de la Provincia de Córdoba, la policía en general, cambie rotundamente. Piensa que solo entonces, tal vez, recupere algo de paz.
El Gobierno es responsable, repite, desde que supo cómo había muerto su hijo Blas, de 17 años, acribillado en un control policial la madrugada del 6 de agosto de 2020, frente al Instituto Pablo Pizurno de avenida Vélez Sársfield.
En Córdoba son numerosos los casos de gatillo fácil, pero el crimen de Blas Correas se convirtió en un emblema: muy lejos del estereotipo de los chicos de barrios pobres, aunque lo intentaron plantándole un arma, ni la policía ni sus cómplices pudieron instalar sospechas contra el chico. Y se toparon con una madre que rápido aprendió que el árbol, no era el bosque. Salió a gritarlo. Y apuntó contra el gobierno de Juan Schiaretti (que le parecía un buen gobierno), particularmente contra su ministro de Seguridad, Alfonso Mosquera.
Cínico, tenebroso. Lo define Soledad Laciar en su cocina de barrio Alto Verde, minutos antes de volver al centro de Córdoba, a Tribunales, para escuchar el fallo contra los policías que mataron a José Antonio Ávila, Beco, de 35 años, en Villa Libertador. Soledad Laciar recuerda las declaraciones del ministro, cuando después de la muerte de Jonatan Romo en la comisaría de La Falda, negó que a la policía cordobesa le falte capacitación. Y se enciende.
A los tres meses de escuela les dan un arma, no practican suficiente. Se pagan ellos los 500 pesos de la renovación del permiso de portación… Malos sueldos; si son honestos hacen adicionales y trabajan mal dormidos; otros, directamente se corrompen. Enumera la mamá de Blas Correas. Lo fue sabiendo, en estos dos años que la cambiaron para siempre.
Su lucha es un motor. Pero no ha dejado de llorar. Y a veces, se descubre peleando con alguien cercano porque sí. Como buscando alivio. La ayuda su psicóloga: no hay terapia mágica. Trabajan para aceptar que Blas no estará nunca más. Que así será el resto de su vida. Recién ahora, ella y Ramiro, su marido, dispuesto a acompañarla en esto hasta el final, han logrado reordenar un poco la familia. Recuperar cierta normalidad. Muy agradecidos a sus padres, su hermana. A los Eizikovitz, amigos de fierro en el acompañamiento y la ayuda con el cuidado de las nenas.
Soledad Laciar tenía una vida común. Poco más de 40 años, dos hijos adolescentes. La pequeña Milagros de siete meses (de su segundo matrimonio con Ramiro Saravia, agente inmobiliario y papá de Manuela, ahora de 16). Familia ensamblada. Subtesorera de la sucursal Centro del Banco de la Nación. En barrio Alto Verde, frente a la espaciosa plaza de calle La Ramada (donde hace gimnasia con un grupo), la casa en obra para agregar un dormitorio. El detalle más estridente, una loca pasión por el fútbol que comparte con casi toda su familia. Por su papá, Miguel Ángel Laciar, una gloria de Belgrano. El Pato, tapa de El Gráfico en 1977.
Tan menuda que podría confundírsela con una hermana de sus hijos mayores, apenas perceptibles unas primeras líneas plateadas sobre el cabello negro, largo y lacio. Algo habrán hecho, admite avergonzada Soledad Laciar que pensaba, sin ocuparse demasiado del asunto, cuando alguien hablaba de gatillo fácil. Era un tema lejano. Ella estaba en lo suyo. Su familia, su trabajo (quería ser tesorera, anhelo que le parece tan de otro mundo ahora), la cancha. Hago un mea culpa, dice. Como gran egoísta, como no me tocaba, no me importaba. Era cosa de la tele, agrega, y aunque valora mucho el apoyo de las y los periodistas de Córdoba (alguno le ha pedido perdón, porque sus jefes le bajaron el pulgar a una nota que habían hecho con ella), también aprendió que los medios de comunicación son responsables: siembran sospechas, estigmatizan. Le creen a la policía.
Ella también le creía. Cuando con naturalidad, muchos de los policías a quienes veía por su trabajo en el banco contaban cómo plantaban droga en algún allanamiento para tener con qué acusar al sospechoso. Lo que fuera, parecía aceptable para terminar con el delito.
La noche que su hijo Juan la sacó de su sueño profundo para decirle que algo le había pasado a Blas (el chico le confesó hace pocos días, que ya sabía que su hermano estaba muerto), pensó en un robo. Otra vez el celular…
El crimen de su hijo menor la enfrentó a un mundo desconocido. Poco tardó en ver que Blas no era el único. Lo supo enseguida Soledad Laciar, después de conocer que no habían sido ladrones, los asesinos. Si vieras la cantidad de gente que me ha escrito desde entonces, denunciando abusos policiales. Y me muestra el celular. Hasta policías. Señora siga adelante. Nosotros la apoyamos. Esto tiene que cambiar, la alientan algunos uniformados.
Soledad Laciar cambió su vocación de seguir creciendo en el banco, por esta militancia. Habrá juicio pronto. Pero va por algo más grande. El sistema que forma a los policías. A los 44 años, no sabe si lo verá. Quiere sin embargo que sus hijas pequeñas puedan salir a la calle y, confiadas, pedir ayuda a cualquier agente. Que la policía deje de ser peligrosa. De dar miedo (las pequeñas son Milagros; y Martina, de quien se enteraron pocos días después del crimen de Blas. Y cuyo nacimiento estuvo amenazado por sangrados durante todo el embarazo).
Después de las condenas (que descuenta), la lucha sigue. Una fundación, la política. Quiere estudiar bien, antes de decidir qué. Voto itinerante (nunca al kirchnerismo), se ha reunido con legisladores de distintos bloques en el Congreso de la Nación; con Patricia Bullrich. Con el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Horacio Pietragalla. Amnistía Internacional. Es activa disertante en foros contra la violencia institucional; acompaña a los familiares de otras víctimas de gatillo fácil (cuyo desamparo la entristece). Pero prefiere no ir a la Marcha de la Gorra. Acuerdo con lo que piden, no me gusta cómo lo hacen, explica. Y agrega: que vaya preso, pero no quisiera que Lucas Gómez (el policía que disparó el arma asesina), ni su familia, pasaran lo que pasamos nosotros. No se lo deseo.
¿Pena de muerte? No estoy de acuerdo. Responde sin dudar. Alguien decidió sobre la vida de mi hijo. ¿Cómo podría yo, decidir sobre la vida del hijo de otra persona?, dice, Soledad Laciar.