Un sicario de Nueva York confiesa: “Yo ayudé a matar al papa Juan Pablo I”
Anthony Raimondi confesó haber sido partícipe del supuesto asesinato de Albino Luciani, quien fue Sumo Pontífice durante 33 días.
La muerte de Juan Pablo I, el papa que ejerció tan solo durante 33 días, siempre fue sospechosa. El 28 de septiembre de 1978 se conoció la noticia de su fallecimiento, luego de que una monja intentara despertarlo y no lo lograra. Al parecer, el hombre solo había bebido un té la noche anterior.
Por supuesto que la noticia conmovió al mundo, principalmente al católico, y las sospechas sobre un asesinato comenzaron a correr de boca en boca. 18 días después de su partida, el cardenal polaco Karol Wojtyla se convertía en Juan Pablo II. Es fue el verano conocido como el de “los tres papas”.
El motivo de la muerte de Luciani fue, en el informe oficial, un ataque cardíaco. Pero varios dentro del Vaticano no lo creían así.
Albino Luciani, conocido como Juan Pablo I, asumió el 26 de agosto de 1978. Su pontificado duró 33 días
La historia de Anthony Luciano Raimondi
En los últimos días se conoció una entrevista a un sicario de origen italiano, llamado Anthony Luciano Raimondi. El hombre, de 69 años, confesó haber sido partícipe del supuesto asesinato.
Los detalles están en su libro que lleva como nombre Cuando la bala golpea el hueso y en el cual explica cómo fue aquella larga noche y las anteriores en las que estudió cada uno de los pasos del jefe de la Iglesia Católica en Roma.
En la entrevista, publicada en el The New York Post, Raimondi cuenta que todo comenzó cuando fue convocado a una reunión secreta por su primo, el cardenal Paul Casimir Marcinkus. Este alto sacerdote dirigía el Banco Vaticano y tenía considerable poder en el pequeño Estado.
Gracias al aceso que le dio su primo banquero, el sicario estudió cada uno de los repetidos pasos y rutinas del Sumo Pontífice, quien, al parecer, representaba una amenaza para las finanzas de la institución dirigida por Marcinkus.
“Estaba parado en el pasillo fuera de las dependencias del Papa cuando se sirvió el té”, escribió en el libro Raimondi. El texto confiesa la cantidad de Valium que pusieron en su infusión: fue tanta que la víctima no se habría movido “incluso si hubiera habido un terremoto”. La taza fue llevada, siempre según el relato de Raimondi, por el mismísimo Marcinkus.
Por último, el cardenal se encargó de colocar con un cuentagotas el cianuro en la boca de Juan Pablo I. El sicario cuenta que el papa debía morir porque estaba decidido a exponer ante el público los escándalos financieros que salpicaban al Banco Vaticano y ensuciaban a la Iglesia. No llegó a hacerlo.
Raimondi dice confesar recién ahora ya que padece cáncer y no quiere morir con sus secretos: teme llevárselos a la tumba y no tener tiempo de arrepentirse.