Sombra policial en el caso Basaldúa: un apriete amable para lograr la confesión de Lucas
Una de las claves del juicio por el femicidio de Cecilia está en determinar si Lucas Bustos — pobre, sin educación y con retraso mental— es el autor o en realidad es un "perejil", como sostiene incluso la querella. Su supuesta confesión pudo haber sido forzada bajo apremios de los policías que lo entrevistaron. Cabos sueltos, contradicciones y una larga tradición policial lo sostienen.
El nombre de Lucas Bustos se incorporó en la causa Basaldúa el 27 de abril de 2020. Cecilia llevaba desaparecida veinte días. Su nombre surgió después de que Walter Augusto Luna, la persona que alquila el campo donde fue encontrado el cuerpo de Cecilia, declarase que su hijastro había encontrado el cadáver junto a un alambrado.
Según la elevación a juicio firmada por la fiscal Paula Kelm, tras el testimonio de Luna la Policía recibió información (del propio Luna) de que “los Bustos” transitaban por el campo “con frecuencia” y por eso comenzaron a buscarlos.
Esta nota pretende indagar en la hipótesis de la fiscal Paola Kelm con la que logró llevar a juicio a Lucas Bustos. Hay que entender que un fiscal no necesita probar una culpabilidad (aunque es lo que se espera de ellos) sino que le basta acumular pruebas que justifiquen la elevación a juicio de una causa. En este caso la fiscal se basó en indicios antes que en pruebas y por eso es que el juicio parece tambalear entre la justicia y la injusticia.
Una lectura inteligente de la hipótesis de Kelm muestra que, cómo mínimo, la fiscal ha confiado mucho en la información que le dieron los policías y por ello ha subordinado el trabajo profesional investigativo casi en su totalidad a la información aportada por la Policía de Capilla del Monte.
En ese punto también existe un dato polémico. Según los registros el primer jefe de la investigación fue el subcomisario Ariel Zárate, pero en el debate oral los policías aseguran que quien condujo la investigación fue el actual jefe de la departamental Punilla Norte, Diego Bracamonte. El cambio de nombre quizá se deba a que Zárate fue detenido a mitad de la investigación y actualmente está preso acusado de lesiones leves calificadas contra una mujer que lo denunció por violencia de género.
No hace falta desviarse de este caso, pero si tenemos en cuenta que quien comandó la búsqueda del cuerpo de Cecilia fue el ex jefe de Defensa Civil Diego Concha (detenido en Bouwer acusado de abuso sexual y violencia de género), tenemos un panorama de cómo supo rodearse Kelm mientras investigaba el caso Basaldúa.
Volviendo al caso. Siempre según lo que escribió la fiscal en el texto de elevación a juicio, a los “investigadores” les costó muchísimo encontrar a “los Bustos”, así que decidieron entrevistar a las personas que viven relativamente cerca del lugar donde fue encontrado el cadáver. Y así fue que preguntando y preguntando llegaron a la casa de “los Bustos”, que se ubica a unos 400 metros del lugar. (Nota del Autor: ¿Se ve que no era tan difícil encontrarlos, no?).
Es muy interesante leer la elevación a juicio porque se percibe una confianza ciega de la fiscal en el accionar policial y, quien conoce la historia de la Policía de Córdoba, puede también identificar una “forma de trabajo” que es muy común y suele ser cuestionada en la manera de investigar de nuestra policía: cuando los detectives “descubren algo”, no llevan a declarar a los “testigos” que los ayudan a descubrir esas cosas, sino que son ellos mismos los que declaran que hablaron con alguien que les dijo algo sobre lo que están investigando.
Eso quizás explique por qué Kelm apenas visitó Capilla del Monte durante toda la instrucción del caso y también que, a lo largo del desarrollo de su hipótesis, se note el enorme esfuerzo por valorar y a veces sobrevalorar el trabajo que los efectivos hicieron por ella.
Pero no funciona
Gran parte de lo que pretende probar la fiscal radica en que Cecilia fue asesinada en el lugar donde se encontró el cuerpo. Sin embargo, los policías declaran que Luna (quien arrendaba el campo) les “dice” una serie de cosas que, la semana pasada en el juicio, el propio Luna negó haber dicho. Por ejemplo: los policías afirman que Luna aseguró que “los Bustos” eran vistos frecuentemente por su campo, pero en el juicio Luna dijo que hacía diez años que arrendaba el campo y que “nunca vio a los Bustos en su campo”. ¿Son cosas diferentes, no?
Según la representante del Ministerio Público, los policías que llegaron hasta la casa de “los Bustos” el día que se produce la presunta confesión fueron el Sub Comisario Claudio Osmar Ponce, el Sargento primero Guillermo Nicolás Molina y el Cabo primero Diego del Valle Zapata. Ellos, junto al agente Marcos Sebastián Mondo, hablaron con “un hombre y mujer mayores, una chica delgadita y su pareja oriundo de Córdoba” y también con Lucas que, dicen, permaneció “callado y alejado del grupo”.
El subcomisario Ponce se lo relató a Kelm casi como si en vez de policía, fuera un escritor de novelas policiales. Esto es un textual de lo escrito por la fiscal: “La mamá respondía con fluidez. La hermana y el novio cordobés también respondieron de manera coherente y normal. Lucas por su parte, se mantuvo apartado de nosotros, parado, quieto como cabizbajo”.
Hacia el final de su relato, Ponce aporta otro dato que más tarde se volverá importante: “A la señora le pregunté si tenía algún parentesco con Ricardo Bustos (hermano de Lucas, detenido por robo en aquel momento) y ella respondió que era su hijo y que la Policía le había armado una causa y por eso estaba preso…”.
“Fluidez, cabizbajo, parentesco”, dice Kelm que le dijo Ponce entre otras cosas. Sin embargo, Ponce no aclara por qué fue Lucas el elegido por los policías para llevar a la comisaría a “ampliar su testimonio”. En este punto durante las audiencias los policías declararon que no detuvieron a Lucas, sino que “lo invitaron” a presentarse a la comisaría. También fue "invitado" otro de sus hermanos, Santiago David Bustos.
Sería absurdo imaginar ese diálogo sin el contexto en el que se produjo. Por ejemplo que el hermano de Lucas estaba detenido. Sin embargo hay otro hecho sucedido cerca de Capilla que puede ayudarnos más. Hace dos años la policía del norte de Punilla asesinó a Joaquín Paredes en Paso Viejo. Ese día efectivos dispararon 117 tiros a los vecinos que protestaban por el homicidio y, cuando llegaron los medios, apareció el Jefe de las Departamentales Norte de la Policía de la provincia para decir que “los policías habían actuado bien” al disparar contra Joaquín.
Podríamos decir que una cosa no tiene nada que ver con la otra, pero no es cierto. Un punto en común es que los policías que mataron a Joaquín están libres y adivinen quién ordenó que permanecieran en libertad pese a que en su momento la fiscal de ese caso (que no es la misma que el del caso Basaldúa) había pedido que quedaran detenidos. El juez de Cámara Carlos Escudero, que ahora preside el tribunal que juzga a Lucas Bustos. Coincidencias.
La anécdota de Paso Viejo sirve para explicar por qué parece al menos poco creíble que los policías hayan “invitado” tan amablemente a Lucas a una especie de tur por la comisaría. Tan increíble como que, según declararon en el juicio, “le ofrecieron llevarlo ellos, porque él no tenía movilidad”.
Parece todo nulo
La ley dice que nadie puede declarar contra sí mismo. Por eso la Policía no puede indagar a un testigo del que sospecha que puede haber cometido un delito sin que este cuente con el asesoramiento de un abogado. Puede gustarle o no a los policías (y a la fiscal), pero es la ley.
Lo decimos porque tan hospitalarios eran los efectivos de Capilla del Monte que, según escribe la propia fiscal Kelm, una vez que llevaron a Lucas a la comisaría lo hicieron entrar (separado de su hermano Santiago) en una habitación de 2 por 3 metros. Y, no lo dijeron en el juicio, pero uno podría especular que fue para que no se sintiera solo que en la misma habitación se metieron (esto sí lo declararon) con él cuatro efectivos para interrogarlo, obviando el detalle de que no estaba presente su abogado.
Una de los que entrevistó a Lucas Bustos en la comisaría fue la Sub Oficial Silvana Lorena Trepat Ochoa, que también (gracias a la deliciosa pluma de la fiscal Kelm) vemos que tiene importantes dotes narrativas. Ella había llegado desde Córdoba a entrevistar a este testigo que, según dicen ahora, todavía no era sospechoso. ¿No es raro? ¿Llamar a un detective de la capital para entrevistar a un testigo? Así lo cuenta ella a Kelm: “…La entrevista duró como unas dos horas más o menos. Lucas Bustos nunca estuvo esposado (llamativa aclaración, ¿Por qué habría de estarlo si era sólo un testigo?). Cuando comencé la entrevista le expliqué quién era, que éramos de Córdoba y que lo habíamos citado como testigo debido a su relación con el lugar donde apareció el cuerpo (…) le pregunté si conocía el lugar donde apareció el cuerpo y él me dijo que no, que no va para allá. Después como que empezó a cambiar sus dichos y me dijo que si solía ir para allá, porque tenía caballos. En esos momentos comenzó a ponerse nervioso, se le secaba la boca, siempre hablaba bajito. Le traje agua y la tomó de un solo sorbo. Le pregunté si por esos días había estado cerca del campo de Luna y me dijo que se acordó que la semana anterior había estado pero no me podía decir qué día y en un momento dado hizo referencia al miércoles anterior”.
La fiscal en su elevación a juicio hace algo que aman los policías. Los hace quedar bien tratándolos como agudos y precisos investigadores.
Así nos enteramos de que, mientras “hablaban”, Lucas empezó a contradecirse, confesando que en realidad sí había visto a Cecilia. No sólo eso, también confesó haberla “perseguido”.
Pero vayamos de nuevo a los textuales de Silvana Lorena Trepat Ochoa, escritos por Kelm: “Me dijo que ella iba caminando por la orilla del río y que él estaba con los caballos y la siguió. Me dijo que se pusieron a conversar y que Cecilia le preguntó si alquilaba los caballos. Le pregunté cómo estaba vestida y él me dijo con un pullover fino claro y abajo una musculosa con unos dibujitos, que vio la musculosa porque ella se sacó el pullover y, cuando le pregunté por la ropa de abajo, dijo espontáneamente “una bombacha negra, lo que me sorprendió”.
Si el relato de la oficial fuera cierto, sólo el hecho de que Lucas haya mentido en relación a que primero no la vio y después sí, debió alcanzar para detener el interrogatorio y advertirle que, si seguía hablando iba a autoincriminarse. Al contrario, la oficial siguió preguntando y tampoco se detuvo cuando él describió la ropa que supuestamente llevaba Cecilia. Peor aún, no se detuvo cuando “se sorprendió” porque él le habló de una bombacha color negra.
La supuesta, presunta, cuestionada (tres palabras que sería bueno usar antes de hablar de…) la confesión de Bustos se produce en un contexto muy irregular que nadie puede desconocer. De hecho el juez Carlos Escudero, que dejó libre a los asesinos de Joaquín Paredes fue Policía en tiempos de dictadura y debe haberse sorprendido al escuchar el relato de los policías que, por otro lado, parecen ir acomodando su declaración cada vez más.
Escudero no puede desconocer que una vez que se produjo la supuesta confesión, Bustos —que tiene una educación básica y dificultades graves de expresión, con retraso mental diagnosticado por la perito que lo entrevisto en Bouwer—, no paraba de confesar el homicidio hasta el punto que varios policías declaran “haber pasado por ahí” y escucharlo confesar: “Yo la maté, yo la maté”.
Parecería que algo ocurrió entre que “lo invitaron” a ir a la comisaría y ese momento en el que comenzó a pedir que por favor lo dejaran pasar el resto de su vida en la cárcel.
Parecería que algo ocurrió entre que “lo invitaron” a ir a la comisaría y ese momento en el que comenzó a pedir que por favor lo dejaran pasar el resto de su vida en la cárcel.
Y quizás por eso es que la fiscal Kelm agrega en la causa a una testigo a la que denomina como “independiente”. Se trata de la única testigo no policía de la supuesta confesión y, según dice Kelm que dicen los policías, habría escuchado todo porque en un momento los policías “dejaron la puerta abierta” de la habitación donde Bustos hablaba.
La identificaremos con sus iniciales antes de citar textualmente lo que la fiscal —perdón por repetirlo, pero hace falta— dice que dicen los policías que dijo R.A.R. sobre Bustos: “…Pidieron permiso para entrevistar a un chico, dos hombres y una mujer y como la puerta estaba entreabierta lo vi al chico sentado (…) escuché que le decían al chico que tenía que decir la verdad y le repetían las preguntas. No observé que lo amenazaran, gritaran o le pegaran, hablaban normal como lo hacemos nosotras en esta entrevista. Yo no vi que llorara y tampoco escuché que alguien llorara en ese momento. Tampoco escuché gritos ni golpes...”.
Para la hipótesis de la fiscal el testimonio de R.A.R. es perfecto porque justifica todo lo que hicieron los policías. Pero hay un problema. El jueves la mujer fue a declarar y declaró casí, casí casi igual, pero no exactamente igual. Acá les pido que volvamos a lo que dijo el oficial Ponce unos renglones más arriba cuando los Bustos fueron entrevistados por primera vez. Vamos a citarlo de nuevo: “A la sra. le pregunté si tenía algún parentesco con Ricardo Bustos (hermano de Lucas, detenido por robo) y ella respondió que era su hijo y que la policía le había armado una causa y que por eso estaba preso…”.
¿Por qué esto es importante? Porque R.A.R. declaró que en la piecita acogedora donde los policías entrevistaban a Bustos, éstos le decían: “Si no decís la verdad vas a terminar como tu hermano” y eso suena más a una amenaza que a una “entrevista”.
¿Por qué esto es importante? Porque R.A.R. declaró que en la piecita acogedora donde los policías entrevistaban a Bustos, éstos le decían: “Si no decís la verdad vas a terminar como tu hermano” y eso suena más a una amenaza que a una “entrevista”.
Suena una amenaza para los representantes de Bustos, para los representantes de la familia Basaldúa y para nosotros, pero no le sonó amenazante el miércoles al juez Escudero (policía retirado) que en ese momento del juicio, preguntó: “Oiga. Pero cómo escuchó usted que le decían que iba a quedar preso como el hermano. ¿Con qué intensidad se lo decían?”.
¿Qué intensidad debería tener una pregunta así y dicha en ese contexto para ser considerada una coacción? ¿Llevar a la cárcel a alguien y sentarlo en el banquillo de los acusados amenazándolo con una condena a 35 años de prisión?
¿Será eso suficientemente intenso para el testigo? ¿Y para el juez? ¿Y para los jurados populares?