Homenaje a Leonor Arfuch: La palabra como refugio
La docente Eva Alberione invita a conocer la vida y obra de Leonor Arfuch.
Por Eva Alberione
Docente e investigadora del Centro de Estudios Avanzados - UNC
Hace apenas unos días falleció Leonor Arfuch, destacada intelectual y pensadora argentina. Quienes conocimos su vitalidad, lucidez y ansias de vivir estamos aún conmocionados. Leonor era doctora en Letras y docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, pero ante todo era una gran ensayista, crítica cultural y observadora aguda del presente, además de dueña de una escritura certera e impecable. Sabía tejer filigranas con palabras, articulando el análisis riguroso con una sensibilidad única.
Arfuch dedicó gran parte de su vida y trayectoria profesional a reflexionar acerca de las memorias -sobre todo aquellas signadas por las marcas traumáticas de la dictadura militar-, las subjetividades y la presencia ineludible de lo biográfico como un rasgo característico de nuestros tiempos. Se abocó también al análisis de los géneros discursivos y mediáticos, de las prácticas artísticas y de la cultura visual. Fue una de las primeras en realizar un estudio comparativo sobre la cobertura periodística del Juicio a las Juntas militares (1989), que fue señero para trabajos posteriores.
Algunos de sus libros como La entrevista, una invención dialógica (1995) y El espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea (2002), fueron traducidos a varios idiomas, y se tornaron material de estudios recurrente en facultades de comunicación, letras y ciencias sociales de la Argentina y América Latina. Tenía un modo ecléctico y transgresor de pensar, una mirada que sabía detenerse en relatos, noticias o detalles en los que otros quizás no repararían, para descubrir allí tramas sutiles y complejas.
Sin embargo, este interés benjaminiano por el detalle no implicaba nunca reducir el análisis; era más bien una invitación a descubrir cómo en ese “gesto” pequeño podían leerse aspectos más profundos donde lo individual y lo colectivo, pasado y presente se articulaban -a veces en un recuerdo, otras en un objeto, un lugar, una escena-. El abordaje transdiciplinar fue siempre para ella ineludible. Gran lectora, había abrevado en la crítica literaria y de arte, el análisis del discurso, la semiótica, la teoría de la narrativa, el feminismo, la filosofía política, el psicoanálisis, para construir un pensamiento singular que creía además en la necesidad de un tono y un modo de escritura que pudiera reunir teoría y sensibilidad.
Pensar en diálogo con otros
Leonor se consideraba a sí misma profundamente bajtiniana, tenía –y ejercía- la convicción de que siempre se piensa en diálogo con otros; era además una gran conversadora, le gustaba preguntar y escuchaba con atención y detenimiento. Austin, Kristeva, Ricoeur, Benjamin, Lacan, Derrida, convivían en su biblioteca junto con textos de Robin, Laclau, Butler, Mouffe, Sarlo, Schmucler, Tatián o Richard. Con muchos de estos últimos compartió amistad, manteniendo un largo y fecundo diálogo intelectual que atravesaba fronteras, territorios y disciplinas.
Fue una feminista de la primera hora, perspectiva a la que adscribió no sólo desde su producción teórica -basta releer su maravilloso artículo “Mujeres y escritura(s)” de 2006- sino desde su modo de ejercer la tarea académica. Supo hacerse lugar en un territorio dominado por varones –el de las ciencias sociales de mediados de los 80-, al que ingresó -como solía contar- algo tardíamente y ya con dos hijos. Sabía pues por experiencia propia que todo era para las mujeres más costoso. Aguerrida y temperamental, conquistó espacios a fuerza de perseverancia y talento. Desde entonces, todos sus equipos tuvieron siempre una fuerte presencia de mujeres, fueron espacios de pertenencia y crecimiento, redes donde la construcción de conocimiento, la reflexión política y el afecto iban de la mano.
Curiosa, mantuvo una mirada atenta a los dolores y tragedias que interpelaban su tiempo. Sin embargo, en sus intervenciones buscaba ir siempre un poco más allá: aventuraba horizontes, formulaba desafíos, señalaba riesgos. Este compromiso ético y político se anudaba con un ejercicio de la escucha y la hospitalidad, entendida como una apertura al otro -sobre todo a aquel que se encontraba en una posición desventajosa o doliente-. Sus textos invitan a escuchar esas voces heridas con “delicadeza” derrideana, a permitir que esa alteridad interpele nuestra existencia, haga tambalear nuestras certezas.
Intelectual comprometida
Como intelectual, Leonor asumía así el compromiso de tomar posición pública, y aportar una mirada lúcida y crítica sobre aquello la conmovía. Era optimista, sin que ello significara caer en la credulidad o la complacencia. Así en 2019 co-organizó como miembro del International Consortium of Critical Theory Programs (Consorcio Internacional de Programas de Teoría Crítica) fundado por Judith Butler, el Coloquio Internacional “La memoria en la encrucijada del presente. El problema de la justicia” en Argentina. En un momento en que el gobierno de Macri avanzaba con políticas sinuosas y recortes presupuestarios en materia de derechos humanos, Arfuch promovió que el encuentro se realizara en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (ex ESMA). Fue un gesto intelectual y político que acompañó y visibilizó la lucha de sus trabajadores y trabajadoras.
Su libro más reciente, La vida narrada. Memoria, subjetividad y política (2018), publicado por la editorial universitaria cordobesa EDUVIM, da cuenta de su singular capacidad para tejer tramas, anudando teoría, arte, experiencias y afectos. Durante el último tiempo, nuevos temas llamaron su atención como el surgimiento de las memorias de hijos de represores y las migraciones y exilios contemporáneos…
Releo esta columna y la pregunta se torna inevitable ¿hacen estas palabras justicia a Leonor? Y siento que es preciso convocar mi propio recuerdo, contar que nos conocimos hace más de 5 años y que desde entonces fue directora de tesis, mentora, amiga. Que era exigente, generosa, irónica, tremendamente rigurosa. Decía siempre lo que pensaba, y te impulsaba a ir un paso más allá. Aprendí mucho de ella, de su particular forma de trabajar, de su obsesión por la escritura, de su compromiso ético y su mirada alerta sobre el presente. Por eso la conmoción, la tristeza, no cesan aunque pasen los días. Pero sus palabras –las escritas y esas que me legó en tantas conversaciones- resuenan y siguen dando cobijo, son un refugio al cual volver. Quizás el mejor homenaje que puedo hacerle es entonces invitarlos a leer sus textos para descubrir en ellos la sutileza y agudez de su mirada, su empatía con el sufrimiento ajeno, su modo de intervención crítica sobre el presente, atenta siempre a lo porvenir. Desde esas palabras nos seguirás acompañando y enseñando, querida Leonor, como toda gran maestra.