Es un milagro que haya mantenido mi vocación de ser periodista,  después de haber pasado por la Pecera en la Escuela de Mecánica de la Armada. Porque se trataba de un camino seguro a la brutal percepción de cómo los medios de comunicación podían ser manipulados desde el poder más cruel y autoritario.

Reducida a la esclavitud, secuestrada , vejada y privada de todos mis derechos, a los veinte años, pude percibir de qué manera los represores tenían conciencia de la importancia de la comunicación en la generación de sentido. Armaron un aparato para la difusión de noticias falsas, porque las fake news no son una novedad. Entre ellas, la foto de las monjas francesas Leonie Duquet y Alice Domon frente a una bandera de Montoneros confeccionada en el sótano del centro clandestino de detención, con un diario del día, para generar la impresión de que las religiosas habían sido secuestradas por la guerrilla y no por la "patota".

También la "fake" de la muerte en un enfrentamiento de la líder montonera Norma Arrostito, que fue mantenida en cautiverio en un camarote de Capucha, en el tercer piso del casino de oficiales, frente a Avenida del Libertador.

La entrevista a Thelma Jara de Cabezas, secuestrada,  madre de un "terrorista"  hecha por la revista Para Ti fue otro intento de engañar al público. La obligaron a aparecer renegando de los ideales de su hijo.

La "campaña antiargentina en el exterior", en realidad el movimiento de denuncia de las gravisimas violaciones a los derechos humanos fue una preocupación de los marinos. Para eso, armaron un Centro Piloto en París, pero además pulsaban las repercusiones de los reclamos en medios internacionales: Financial Times, Le Monde, New York Times, Washington Post, Los Angeles Times eran monitoreados desde la Pecera, en la oficina de prensa que habían armado con mano de obra sometida. Generaban las editoriales de Canal 13, a cargo de la Marina, y de Radiodifusión Argentina al Exterior.

La Argentina era en esos textos, leídos en los medios sin cambiar una coma, salidos de las entrañas del centro de torturas y dictados por el tristemente famoso Tigre Acosta, una tierra de paz con una bandera albiceleste que un grupo de terroristas quería cambiar por un trapo rojo. La lucha contra un enemigo cruel, sin patria, sin Dios ni familia, era una cruzada cuya legitimidad no podía discutirse.

En épocas del Mundial de Fútbol, hubo visitas del periodismo extranjero al campo de concentración. Las personas desaparecidas fueron trasladadas a otros predios, o obligadas a disfrazarse de agentes policiales. Era una oportunidad única para desmentir lo que era un secreto a voces: que se mataba gente, se robaba, se violaba en nombre de los valores occidentales. La dictadura explotaba una pasión deportiva para mejorar su imagen que fortalecía con dossiers, con producciones audiovisuales.

En la ESMA no había un campo de concentración, sino una inocente oficina de fuerzas conjuntas.

Los marinos también trajeron a fines del 78 a un grupo de periodistas para reflejar la realidad que querían mostrar. Entre ellos, al director del diario La Prensa de Nueva York, el decano de la prensa hispana, Manuel de Dios Unanue, y a un periodista portorriqueño independentista, director de un programa premiado de la televisión pública. Ninguno de los dos  tragó el anzuelo, y durante un cóctel en un barco, llegaron a discutir con los más feroces torturadores, sin saber que lo eran, sobre la validez del embargo impuesto por la administración Carter a la dictadura argentina. Antonio Pernías, alias Rata o Trueno, miembro de la patota, les recriminaba legitimidad moral para reprocharle algo a la junta militar "después de lo que hicieron ustedes en Vietnam".

Telam