Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) es una figura central en la historia argentina y no solo por su rol como Presidente (1868-1874). 

Su vida fue una puja entre ideales y realidades. Autodidacta, criado en la casa y la escuela de su madre Paula Albarracín,“la obra de su industria, en donde la escasez era un caso y no una deshonra” como memora en Recuerdos de Provincia (1850), fue un férreo opositor del régimen rosista. Durante su segundo exilio en Chile (desde 1840, el primero tuvo lugar entre 1831-1836), publicó Facundo o Civilización y Barbarie (1845), donde denunció la dictadura del “Restaurador de las Leyes” y la identificó como un símbolo del atraso. “Los jóvenes estudiosos que Rosas ha perseguido se han desparramando por toda la América, de conocimientos prácticos, de experiencia y datos preciosos que pondrán un día a los servicios de la patria”, profetizaba en esas páginas, señalando la importancia de la instrucción que muchos en su generación tuvieron, como él, en viajes a Sudamérica, Europa o los Estados Unidos. 

Tras escribir Argirópolis en 1850 e imaginar a una Confederación Argentina integrada al Paraguay y el Uruguay (con una capital a construir, a lo Washington D.C., en la isla Martin García), se acercó a Justo José de Urquiza en 1851, al conformarse el Ejército Grande. Compleja desde el inicio, tras la batalla de Caseros (1852), la relación entre ambos se deterioró. Urquiza buscaba equilibrios entre las provincias y el gobierno nacional, mientras que Sarmiento impulsaba una estructura centralista, en la que Buenos Aires condujera. Regresará a Chile.
Mantiene un agrio enfrentamiento ideológico con Juan Bautista Alberdi. Su diferente mirada sobre la organización constitucional y el Estado Nación, inscripto el tucumano en los lineamientos urquicistas (que ayudó a construir), alejado el sanjuanino de esa visión (considerándola una continuidad del rosismo). Se suma a las tendencias lideradas por Bartolomé Mitre, regresando a Buenos Aires en 1854.

Con “don Bartolo”, Sarmiento experimentó, empero, una relación oscilante. Trabajaron juntos en la etapa post-rosista, pero sus diferencias sobre el rumbo que debía tomar el país crearon fisuras. Ejerciendo el servicio público (legislador, Director de Escuelas), escribirá ahora en las páginas de El Nacional, como antes en San Juan con El Zonda o en Chile con El Mercurio o el Progreso. No dejó de relacionar el incipiente desarrollo de los medios de comunicación con el acceso a la lectura y ambas, con la instrucción pública.

En la presidencia Mitre (1862-1868) Sarmiento fue gobernador de San Juan (1862-1863), renunciando para aceptar una misión diplomática en Chile, Perú y Estados Unidos. Llega a Nueva York en 1865 (segunda estancia en ese país) y percibe encontrarse frente a una potencia con aspiraciones de hegemonía global. Mientras Mitre se desgastaba entre divisiones unitarias autonomistas (Adolfo Alsina) y nacionales, la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay (que duraría un lustro) y las dificultades para “disciplinar” a provincias todavía acostumbradas al orden confederativo anterior, Sarmiento se obstina en construir una imagen propia, en desventaja frente a políticos consolidados como Urquiza, Adolfo Alsina o el preferido de Mitre, Rufino de Elizalde. Serán diversos sectores de opinión y de acción (civiles como Dalmacio y Aurelia Vélez Sárfield, militares como Lucio V. Mansilla) los que promoverán su triunfante candidatura independiente, en fórmula con Alsina, de quien se distanció rápidamente (el porteño habría intentado, en el Colegio Electoral, un entendimiento de última hora con Urquiza).

La Presidencia 

Sarmiento fue un mandatario activo. En su gabinete mechó experiencia (Vélez Sársfield, Benjamín Gorostiaga) con juventud (Nicolás Avellaneda, Mariano Varela). Enfrentó relevantes tensiones con gobernadores provinciales (como López Jordán en Entre Ríos y Segovia en Mendoza) convencido de que debía morigerarse la autonomía local para que el país pudiera avanzar.

Promovió la educación pública, fundando 800 escuelas, contratando maestros en los EE.UU. y estableciendo escuelas normales para formar docentes, generando una política de Estado, incluso imitada fuera de la Argentina (por caso, José Pedro Varela en Uruguay, recibiéndolo afectuosamente la ciudad de Montevideo en 1883). La matrícula de alumnos se triplicó. Fundó la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares, fundando más de 100 instituciones. Desarrolló infraestructura ferroviaria, promovió vías navegables. Organizó el telégrafo, modernizó el correo e inauguró el cable transatlántico, que conectó a Argentina con el mundo. Amplió la red ferroviaria, lo que permitió la interconexión de las provincias más alejadas con Buenos Aires, facilitando el comercio y la movilidad de personas. El Congreso dictó numerosas leyes que reflejaban ese impulso: sanción del Código Civil (magna obra de Vélez Sársfield), Bibliotecas Populares, Contabilidad Nacional, creación del Boletín Oficial, del Departamento de Agricultura, fomento de instrucción pública en las provincias, Ferrocarriles Nacionales, Banco Nacional, aprobación del primer Censo Nacional; y numerosos tratados de paz, comercio, postales, navegación, con potencias extranjeras.

En el ámbito científico, Sarmiento contrató profesores de ciencias naturales en Europa, equipó a la Universidad cordobesa con un gabinete de Física y creó la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, fundó el Observatorio Astronómico y creó la Academia de Ciencias. Nuestra Facultad de Derecho modificó su plan de estudios en 1870, incorporando la enseñanza del “Derecho Internacional Público y Privado”.

Sarmiento mantuvo una visión internacionalista durante su presidencia. Desde sus días viajando por el mundo por encargo del presidente chileno Montt Torres, y como embajador en Estados Unidos, donde realizó una biografía de Abraham Lincoln y estudió a fondo el sistema norteamericano, comprendió la importancia de la diplomacia. Promovió vínculos con países europeos y fortaleció los lazos con Washington. En lo continental, debió concluir la Guerra de la Triple Alianza y maniobrar frente a Paraguay y Brasil.

Lo continúa en la Presidencia su ministro, Nicolás Avellaneda. Lejos de retirarse, siguió bregando por influir. Fue senador nacional, breve ministro de Interior, también de Relaciones Exteriores; director educativo de la Provincia Buenos Aires -luego funcionario nacional-. Retomó la masonería que había suspendido -sorpresivamente- antes de asumir la Presidencia, aduciendo que “un hombre público no lleva al Gobierno sus propias y privadas convicciones para hacerlas ley y reglas del Estado”. Aquella noche de renuncia, un “hermano” masón lo llamó, sin equivocarse, “poderoso por la fuerza de opinión”. No rehusó a posicionamientos vehementes y polémicos, siempre atento a las generaciones de jóvenes escritores y científicos que lo sucedieron. 

En su final prefería ser mencionado por el rango militar alcanzado (general). En mayo de 1888, buscando mejores climas, se traslada a Asunción junto a su hija y nietos. Mientras ofrece al gobierno paraguayo su vasta experiencia, sigue escribiendo, siempre polémico. Se entusiasma con la construcción de un nuevo hogar. En la madrugada del 11 de setiembre, solicita a sus familiares ser conducido frente a un amplio ventanal. Desde su mecedora, quería ver el amanecer y fue el último. La novedad de su desaparición, causa hondo impacto cívico y su sepelio en Buenos Aires, con honores de Jefe de Estado en ejercicio y cuantiosos e importantes oradores, es el inicio de su inmortalidad. Su testamento es sobrio. Pide ser enterrado, cubierto su féretro de las banderas argentina, chilena, paraguaya, uruguaya y estadounidense. 

Inmenso legado, el de Sarmiento. Comparar su trayecto con el de políticos contemporáneos es complejo, dada la independencia de criterio que lo caracterizó (difícil de encuadrar hoy en partidos o tendencias). Sin embargo, dirigentes que aspiren a la transformación estructural de un país pueden aprender de su voluntad reformadora y del profundo compromiso de Sarmiento con el conocimiento o la confrontación de ideas, más la vocación de modernizar infraestructuras y, lo más importante, ciudadanos.