Caso Nora Dalmasso: cómo empezó la ficción que duró 15 años
Cruzando datos que constan en el expediente y su propia investigación, para poner blanco sobre negro de lo que pasó antes y después.
Aquel 24 de noviembre de 2006 la hierba natural del Cantegril Country Club de Punta del Este deslumbró a Marcelo Macarrón en el momento en el que comenzaba la segunda vuelta del torneo semi-senior del MERCOSUR.
En la jornada anterior el traumatólogo cordobés había compartido el noveno lugar con otro jugador, pero ese día sintió que el campo se convertía en el campo de sus sueños y le devolvía una luz perfecta y armoniosa. Ante la mirada de algunos de sus mejores amigos que habían viajado hasta allí para jugar con él, Marcelo se sorprendió al realizar un swing perfecto que llevó a la pelota a 480 yardas de distancia hasta quedar a cuatro golpes del hoyo 1.
—Hoy puede ser mi día– pensó.
A 1350 kilómetros de allí, en Río Cuarto, Córdoba, Nora Dalmasso, la esposa de Macarrón, despertó. Faltaban unos minutos para las 8 y acababa de llegar Karina del Valle Flores, la mucama. Una hora después, Nora dejó la casa y se fue a trabajar.
Aunque inicialmente los medios de comunicación —en su afán de sostener el relato de la familia millonaria— dijeron que era gerente de la casa de Sepelios Grassi, Nora sólo estaba encargada de tareas administrativas menores en el lugar.
María Elena Grassi, la pariente lejana de Dalmasso que dirigía el negocio, solía recomendarle a Nora que estudiase para algún día hacerse cargo de la herencia. Nora no le prestaba atención. Le interesaban otras cosas. Sin embargo, cada mañana llegaba en su Wolkswagen Bora y cumplía el horario conformándose con los 465 pesos mensuales que ganaba a cambio de borrar de la base de datos los socios que, por fallecer, dejaban de aportar a la empresa. Tras el crimen, su labor quedó en manos de una beneficiaria del plan “Jefas y jefes de hogar”, un programa de asistencia social que por entonces era bastante cuestionado en el país.
El horario de trabajo se extendía hasta las 14, pero ese viernes –como muchos otros días de la semana en los que tenía actividades sociales– Nora salió antes.
En esta ocasión, se dirigió a la casa de su madre en la calle Caseros 264, donde minutos después de las 13 se juntaron a disfrutar uno de los platos preferidos de doña Nené Grassi: pescado frito con huevos revueltos y puré.
Además de Nora y Nené, en la mesa estuvieron Enrique Dalmasso, el padre de Nora, y la empleada doméstica del matrimonio, Francisca Andrada. Los testigos de ese almuerzo contaron que, mientras comía, Nora se entretuvo mandando mensajes de texto a través de su celular a Punta del Este, donde estaba su marido. Aquí no hay intensiones de meterse en la vida privada de Nora como muchos medios se metieron de manera violenta y misógina, pero para dejar de aportar a la mentira en torno a Dalmasso, bien vale basarse en el expediente. El expediente demuestra que ninguno de los mensajes de ese mediodía, iba dirigido a su marido, sino que todos iban al celular de otro de los presentes en aquel torneo de Uruguay, Guillermo Albarracín.
Green day para Macarrone
La web del Cantegril Country Club dice que la “Cancha del Venado”, como se llamaba al predio construido en el año 1947 y cuyo trazado es similar a una cabeza de animal con dos grandes cuernos que se expanden hacia el Este y el Oeste, es “La joya del golf sudamericano”.
Sobre esas 63 hectáreas Marcelo Macarrón seguía ganando casi como si fuera un profesional y esquivando bunkers mientras la bola se deslizaba armónicamente por los fairways hasta depositarse suavemente cerca del green.
Nora llegó a su casa minutos después de las 14.30. Al llegar se encontró con que, además de la empleada doméstica, estaban en la casa tanto el pintor Oscar Aguirre, como el ceramista que desde hacía varias semanas trabajaba en el lugar. Los Macarrón habían encarado la ardua tarea de remodelar el chalet y convivían, como sabía comentar ella, con “un ejército de albañiles”.
Cerca de las 15.20, Nora le anunció a Karina (la empleada) que iba a dormir una siesta y subió a la habitación de su hija donde se había mudado por las remodelaciones en su propia pieza. A esa misma hora Oscar Aguirre estaba pintando los zócalos de las paredes exteriores de la casa. Antes de las 16, Karina se fue y más o menos a la misma hora, según el expediente, habría partido Aguirre.
La reconstrucción que realizó la Policía indica que, cuando Nora despertó de la siesta se puso una bikini color fucsia, bajó a la planta baja y arrastró hasta el borde de la pileta el sillón que usaba para tomar sol. El calor de esa segunda quincena de noviembre de 2006 fue inolvidable para muchos cordobeses. Durante varios días las altas temperaturas estuvieron acompañadas de intensas lluvias que apenas terminaban daban lugar a un sol y una humedad insoportables. Los más de 40 albañiles que transitaron por la casa pasaron esos días sufriendo la humedad y el calor. Nora tuvo la suerte de vivirlos en la pileta.
Esa tarde Nora Dalmaso tomó sol y nadó “cuatro largos” antes de enviarle un mensaje (esta vez sí a Marcelo) diciéndole que “por suerte” ya se habían ido todos los trabajadores.
En sus testimonios a la justicia —al menos así lo relataron los policías que los entrevistaron—, los albañiles dijeron que la mujer era “sobradora” al hablar con ellos y que les daba un trato “despectivo, violento y asqueroso”.
También dijeron que era incómodo trabajar cuando se paseaba por el patio con bikini.
Antes de las 16, la mujer de Villa Golf ya había intercambiado varios mensajes con sus dos hombres en Punta del Este y, además, se comunicaba con un grupo de amigas con las que pensaba reunirse esa noche.
“Cómo te está yendo en el juego, angelito”, le preguntó desde Río Cuarto a Guillermo, el amigo de Marcelo que era también amante de Nora. “Me va mal, no pegué una” contestó Guillermo Albarracín, enojado.
Los riocuartenses en Punta del Este eran dieciseis, la mayoría amigos y vecinos de Villa Golf.
Ese día Macarrón terminaría firmando la tarjeta soñada: 68 golpes, ni más ni menos que tres por debajo del par de la cancha. Sus amigos demostrarían estar bastante lejos de ese nivel. Las peores performances fueron las de Daniel Lacase y Ricardo Ruiz, pero ninguno de los otros trece podía estar demasiado contento con su desempeño. Daniel Bonino y Alfonso Mosquera (actual ministro de Seguridad de la Provincia de Córdoba) necesitaron 85 y 82 golpes cada uno para completar el recorrido y Osvaldo Carmine terminó con 77 golpes. Por su parte Guillermo Masciarelli acabó con 71 y Guillermo Albarracín, el amigo de Nora, con 76.
En Río Cuarto, el programa original para esa noche era una reunión “de chicas” en casa de Silvia Albarracín, la mujer de Guillermo. La idea era reeditar una competencia de Karaoke —la semana anterior habían hecho lo mismo— a la que habían decidido llamar “Cantando por un sueño”, como uno de los programas televisivos más exitosos del momento.
El plan se suspendió porque el hijo del matrimonio Albarracín, de 14 años, ofreció su casa para festejar el cumpleaños de un amigo y la mujer no tuvo más remedio que levantar la convocatoria. Entonces, surgió la idea de ir a cenar todas juntas.
La mayoría de los intercambios de mensajes de esas jornadas quedaron registrados. Es importante recordar que por entonces no existía Whatsapp y las comunicaciones eran necesariamente a través de SMS. Si bien resultó imposible para los investigadores reconstruir los llamados telefónicos, si se logró establecer cuándo se produjo cada comunicación y varios de los mensajes de texto lograron ser recuperados.
Según la declaración de Silvia Cassina de Albarracín —la mujer de Guillermo— a la que tuvo acceso el autor de esta nota, ese viernes ella misma fue a la casa de Nora Dalmasso cerca de las 18 y tocó el portero eléctrico. Nora apareció “caminando por el costado de la casa con su celular en la mano” y la hizo ingresar por la cocina. La descripción de la amiga permite especular que Nora se había dado una ducha o estaba por dársela o recién salía de la pileta, porque tenía puesta “una bata de toalla blanca con otra toalla, como un turbante, en la cabeza”.
Juntas hablaron de sus maridos. Siempre según el primer testimonio de Silvia, ella le comentó a Nora que acababa de hablar con Guillermo Albarracín y que éste le había relatado la excelente jornada golfística de Marcelo Macarrón.
—Guillermo dice que le fue re mal, pero parece que Marcelo está jugando increíble.
Comentó Silvia. Los cruces de llamados demostraron que Nora habló con su marido para felicitarlo alrededor de las 18.40. Primero lo hizo desde el teléfono corporativo de la empresa Grasi y luego volvió a hacerlo desde la casa. Minutos antes de la llegada de Silvia, su amiga Nora ya conocía el resultado de la competencia en Punta del Este y cómo le había ido en el juego tanto a Marcelo como a Guillermo, pero eso no evitó que se hiciera la sorprendida al escuchar la noticia.
Antes de despedirla, Nora le dijo a Silvia que pensaba hacerse un brushing previo a la reunión de la noche. Cuando Silvia se fue, Nora le envió un mensaje al marido de su amiga: “Mala suerte en el juego y también en el amor, estás lejos y yo acá, solita”.
El siguiente registro que existe sobre la mujer que moriría horas después surge de las sábanas telefónicas. A las 21.03 minutos del mismo viernes 24, Nora se comunicó con su cuñada, Silvia Susana Macarrón. Habían acordado reunirse para ir juntas a una exposición en la que Silvia presentaba una de sus “obras” —aprendidas en un curso de pintura—. “Estoy atrasada porque tuve visitas toda la tarde”, le dijo a su cuñada y pautaron encontrarse en La Casona del Arte, un local de Río Cuarto. A las 21.30 ambas se reunieron en la sala de Rivadavia al 400.
No se sabe qué hizo Nora entre las 18.40 y las 21. ¿La visitó alguien? ¿Quién? ¿Por qué se atrasó?
Dos noches
Después del juego, Macarrón regresó con sus amigos a los tres departamentos que habían alquilado en Punta del Este. Se organizaron para cenar juntos. Los asistentes a esa velada recuerdan muchas risas, bromas conjuntas y a Guillermo Albarracín con su celular en la mano enviando mensajes de texto con cierta frecuencia. Ninguno aceptó ante la justicia haber tenido la sospecha de que el hombre era el amante de Dalmasso. Silvia Albarracín también negó haber tenido conocimiento de la relación que su marido mantenía con Nora.
Esa noche, mientras en Punta del Este los hombres cenaban platos de pescado de mar, Nora se dirigía al Resto Bar Alvear —propiedad del ex tenista Agustín Calleri, actual presidente de la Asociación Argentina de Tenis— sobre la calle Alvear 923 en pleno centro de Río Cuarto. Iba a juntarse con sus amigas de Villa Golf. Cuando cruzó el umbral del restaurante con la expresión avasalladora que le recuerdan todos, se encontró con que no había nadie.
Preocupada, llamó al administrador y éste le dijo que la reservación de la mesa había sido cancelada por un hombre a través de un llamado telefónico.
—Nadie me avisó nada— dijo Nora, y volvió a usar el teléfono.
Rosarito Márquez recibió el llamado de su amiga cerca de las 22.40.
—¿Qué pasa, me dejaron sola?— preguntó Nora.
—Esperá —contestó la otra— estamos con las chicas camino al bar.
Antes de llamarse “Las Congresistas”, el grupo de mujeres del golf estaba integrado por las señoras “de” sus maridos. Fue el tiempo lo que las unió y las hizo “amigas” a la par de que sus maridos se iban de viaje. El grupo estaba conformado por diez mujeres que no eran íntimas entre sí, pero que se sentían firmemente vinculadas en lo referido a sus intereses, gustos y estilos de vida.
“Pertenecer, tiene sus privilegios”, decía una vieja publicidad de Américan Express y algo similar ocurre en Río Cuarto. Aunque el bar estaba lleno, aquella noche los apellidos de las mujeres —mejor dicho, los apellidos de sus maridos ausentes— lograron lo imposible: el administrador habilitó una nueva mesa para que las chicas pasaran una buena noche en el entrepiso del restaurante.
Estaban Rosarito, mujer de Gonzalo Gagna; Silvana, la señora del entonces legislador provincial Alfonso Mosquera, Graciela Bonino de Compagnucci, Paula “Poli” Fite de Ruiz; Patricia Funes de Carmine y Nora.
Los testimonios hablan de una reunión divertida. Nora cenó ravioles rellenos con salmón rosado y llevó el ritmo de la charla, hizo algunos chistes subidos de tono y se mostró como una mujer divertida, agradable y desacartonada. Entre comentario y comentario, el intercambio de mensajes de texto entre Dalmasso y Albarracín se intensificó.
Cerca de la una las mujeres pagaron la cuenta: 140 pesos de aquel entonces y Rosarito ofreció su casa para seguir la reunión.
A esa hora en Punta del Este ya no se hablaba de golf, sino de mujeres. Algo similar pasó en Villa Golf, donde Nora, a quien sus amigas describieron como “liberal” a la hora de hablar de sexo, llevó la conversación hacia ese terreno donde sus amigas —al menos en los testimonios que hicieron ante los investigadores— aseguraban sentirse incómodas.
“Las chicas” dijeron que casa de Rosario, Nora se tomó prácticamente sola una botella de champagne y permaneció allí hasta cerca de las 3.15. Cuando la reunión empezó a desactivarse, sus amigas la vieron subir a su vehículo y esperar unos minutos antes de arrancarlo. Los cruces de llamadas telefónicas indican que desde el auto —donde se había olvidado el celular—leyó tres mensajes de Albarracín en los que él le preguntaba qué estaba haciendo:
—Perdoname angelito, me olvidé el celular en el auto— explicó Nora.
La última persona —además de su asesino— que la vio con vida, fue “Poli” Ruiz, quien en el camino a su casa pasó frente a la propiedad de Dalmasso y le tocó bocina mientras Nora cruzaba el portón de madera del chalet. Una hora después se largaría a llover torrencialmente. Los investigadores especularon que la mujer entró a la casa por la puerta principal, se sirvió otra copa de champagne que dejó en la planta baja, se quitó el maquillaje, se dio una ducha, se secó, se quitó la bata y se acostó desnuda en la cama de su hija. Al lado de la cama dejó los lentes así que quizá leyó algo antes de dormir. Nada más se supo de ella.
Al entrar en la casa Nora tenía consigo dos celulares; el que contenía los mensajes de Albarracín y otro que su marido le había regalado 20 días atrás. Aunque a partir de las 3.30 ya nadie los leería, los mensajes de texto siguieron llegando.
Tras aquel viernes perfecto, Marcelo Macarrón vivió un sábado intenso. Cualquier aficionado al golf sabe que estar a punto de ganar el primer torneo desata una batería de nervios. Como si se hubiese estado preparando para las tensiones por venir, ese día se mostró inmutable. Conociendo que su físico no iba a permitirle otra jornada como la anterior, decidió que su tercer recorrido de la cancha “El Venado” no sería ambicioso, sino táctico: sostenerse lo más cerca posible del par de la cancha.
En el hoyo 17, que según la página web del club es denominado “el diablito”, Marcelo respetó cada una de las indicaciones que había leído en la descripción de la cancha. Esquivó el monte de la izquierda para acceder al green buscando la bandera. Hizo boogie pero no perdió el primer lugar.
El último hoyo, un par cuatro llamado “encanto” cuya salida se efectuaba a 564 metros del green, lo jugó con más parsimonia que el anterior, tomando la salida más débil pero asegurándose de que la topografía ondulada no lo alejara del fairway y le permitiera esquivar los bunkers a ambos lados del green.
Sus amigos recuerdan que dio el último golpe en el hoyo 18 como si su handicap fuera de 10 y no de 24. Con un putter de madera, hizo hoyo y el “encanto” del hoyo, se convirtió en el encanto del triunfo.
La falta de contacto con Nora a lo largo de todo ese día, no le impidió terminar con 77 golpes por encima del par de la cancha desplazando a lugares secundarios a todos sus amigos. Guillermo Albarracín, que el día anterior había necesitado 76 golpes, precisó 3 más (79) para completar su juego en la jornada del cierre.
Esa noche, los dieciséis visitantes volvieron a cenar juntos y aplaudieron a rabiar a Marcelo. Cuando brindó por el primer triunfo en su carrera deportiva como aficionado lo secundaban muchos amigos: Alfonso Mosquera, Daniel Lacase, Marcelo Nagli, Gustavo Gagna, Osvaldo Carmine, Ricardo Ruiz, Carlos Garro, Daniel Bonino, Salvador de León, Daniel Ruiz, Guillermo Masciarelli, Justo César Magnasco, José Miguel Compagnucci y Guillermo Albarracín, con su celular.
La persona que encontró a Dalmasso muerta el domingo 26, fue un vecino que, alertado por María Delia “Nene” de Grassi (la madre de Nora) que estaba preocupada porque su hija no atendía el celular. Pablo Radaello se dirigió a la vivienda e ingresó por la puerta trasera que estaba abierta. En su declaración testimonial dijo que caminó hasta la habitación del matrimonio —vacía porque la estaban remodelando— y al asomarse a la habitación de la hija encontró el cadáver. Según explicó ante los fiscales, al ver el cuerpo “tan descompuesto” pensó que Nora se había suicidado. Asustado como estaba, convocó a su hijo Adrián para que lo ayudara. Éste llegó, observó el panorama y juntos llamaron a la Policía.
El olor que emanaba el cadáver los obligó a salir a la calle. Allí se encontraron con la mujer de un primo lejano de Dalmasso y le contaron lo que habían visto. Mientras llegaban los patrulleros la noticia empezó a circular por Villa Golf a la misma velocidad con la que a partir de ese momento circularían los rumores sobre “Norita” en todo el país.
Apenas llegó el primer patrullero, los policías también entraron a la casa. Uno de ellos, de apellido Gatica, se quedó en la puerta de la habitación para, supuestamente, impedir que alguien alterase la escena.
Después llegó al lugar Jorge Grassi, primo de Nora, acompañado de su mujer. Ambos ingresaron a la casa. También lo hicieron otros cuatro policías. Cada una de esas personas caminó por el hall de ingreso, atravesó la puerta trasera, recorrió las escaleras, el piso de parquet y las habitaciones, tocó, pisó, ensució destruyendo las pruebas que podría haber dejado el asesino. Todos desconocían un punto clave: la escena del crimen de Dalmasso no era la habitación donde estaba el cadáver, sino la casa toda.
Antes de que llegaran al lugar los efectivos de la división criminalística de la Departamental Río Cuarto, los forenses y los supuestos técnicos en protección de escena del crimen, al menos seis personas, sin contar a los propios policías, pidieron a los efectivos —y lo lograron— ingresar en la casa y llegar hasta la habitación donde estaba el cuerpo de Nora Dalmasso. Alguno de ellos llegó al absurdo de tomar un trapo de piso y limpiar unas huellas de barro que estaban en el pasillo de la cocina. Ese intruso borró, quizá, la posibilidad de saber qué calzado usaba el asesino.
Hasta tal punto llegaba la presión de los visitantes que, en un momento, el policía que estaba de consigna en la habitación cerró la puerta y para proteger la escena del crimen la alteró nuevamente. Con ese acto borró las huellas del picaporte de bronce de la habitación.
La escena del crimen se volvió un desastre. Gente caminando, fumando, personas llamando por teléfono. Entre esos visitantes estaba Silvia Magallanes, entonces novia de Daniel Lacase, ex subsecretario de lucha contra el narcotráfico durante el gobierno de Carlos Saúl Menem y amigo personal de Marcelo Macarrón.
—¿Daniel?
—Sí.
—¿Estás con Marcelo?
—Sí.
—¿Están en el auto?
—Sí, ¿qué pasa?
—Por favor, estacioná porque tengo algo que decirte. Le pasó algo a Nora.
Lacase dijo en su testiomonio que no entendía demasiado, pero el tono de voz de Silvia le hizo entender que se trataba de algo serio. El Audi donde viajaban era manejado por Macarrón, así que fue el viudo quien tuvo que detener el automóvil.
—Nora se mató —dijo Silvia del otro lado de la línea—. Se ahorcó con el cinto de la bata del baño.
—Frená —dice Lacase que le dijo a su amigo— Silvia me avisa que Nora se mató. Se ahorcó con el cinto de la bata.
El amigo del viudo contó que ambos se habían bajado del auto cuando esto ocurrió y que al transmitirle la noticia, tuvo que sostener a Macarrón cuando “casi se desvanece”. Después dijo también que “lloró como un chico” durante varios minutos. Lacase recuerda que, momentos después, cuando subieron al auto nuevamente, Marcelo se tomaba la cabeza sin poder creer lo ocurrido y que durante varios minutos el silencio sólo era interrumpido por los sollozos. Iban rumbo al departamento de Punta del Este cuando Macarrón reaccionó como quien despierta de un letargo:
—Norita no se mata —dijo, y repitió mirando a su amigo— Norita no se mata.
La frase alcanzó para despertar a Lacase, un hombre con muchos años de ejercicio de la abogacía, que tomó su teléfono y llamó de nuevo a Silvia.
—¿Quién dijo que se mató?
—Tiene una soga enredada en el cuello.
—¿Pero está colgando?
—No, está acostada en la cama.
—¡Entonces no se mató! Eso es un homicidio, ¿Está la Policía?
Silvia buscó al comisario a cargo y el comisario tomó el teléfono con una llamativa disposición a recibir órdenes de Lacase. Así lo explicó el mismo abogado:
—Fui yo el que se dio cuenta de que era un homicidio. Yo le dije al policía que protegieran la escena del crimen y que no dejaran pasar a nadie. Yo estaba con Marcelo al lado y pedí que hicieran todo lo que no habían hecho.
Lacase iba a ser desde aquel momento una de las figuras centrales del caso. Primero por ser el vocero de Macarrón ante los medios, después por conocerse que, aunque era uno de los investigados por la sospechosa muerte, durante casi un mes le pagó a los policías a cargo de la investigación, el alojamiento en el Hotel Opera, uno de los más caros de la ciudad.
Cerca de las 19 horas del domingo llegaron a la escena del crimen los forenses. Aunque cualquiera hubiera pensado que acabarían con la seguidilla de errores e intervenciones, todavía faltaba lo peor.
De las declaraciones de los policías que participaron del operativo surge que a esa hora cada uno de los policías de turno en la regional había ido a la casa de Dalmasso. El comisario mayor Sergio Comugnaro, jefe de todos ellos —y el único que tenía la experiencia suficiente para manejar la situación— estaba en Córdoba Capital, en una reunión con sus jefes.
Quien llegó pronto, citado por la familia, fue el cura párroco (amigo de Lacase y Macarrón) confesor de Nora, Jorge Felizzia. El padre después intentó negarlo, pero los policías a cargo de la investigación le aseguraron al autor de esta nota en aquel lejano 2006 que, cuando estaba por darle los últimos sacramentos, uno de los presentes (avergonzado porque Nora estaba desnuda) tomó la sábana y tapó el cadáver.
Hasta ese momento la mujer tenía la tela entrecruzada en la pelvis y por sobre las pantorrillas. Para que el sacerdote “no la viera así”, le taparon la vagina. El cura entró, hizo lo que tenía que hacer y se fue. Los que modificaron la escena juran que volvieron a poner la sábana “igualita” a como estaba antes.
Los criminalistas llegaron al final de todo. Recogieron pruebas y sacaron fotos del cadáver, la cama, la habitación, las escaleras y la casa. Esa escena del crimen era muy diferente a la que había dejado el asesino.
Con una parte de la sábana entre las piernas y la otra apoyada en el muslo por encima de las pantorrillas, el cuerpo de Nora no mostraba, en un principio, signos de violencia evidente. Tampoco se alcanzaba a reconocer en la escena del hecho algún detalle que pudiera hacer pensar que la mujer opuso resistencia. En el cuello tenía el cinturón de una bata de toalla enredado y atado. Sobre la mesa de luz, se encontró un frasco de vaselina y un celular justo debajo del control remoto del televisor.
La ventana estaba cerrada. En las sábanas había algunas manchas que parecían de sangre. También se encontró algo de vello púbico y cabellos en la mano del cadáver.
Cuando los forenses llegaron al lugar para recogerlo evaluaron que, habiendo permanecido en un espacio cerrado, el cuerpo no llevaba demasiado tiempo sin vida. La putrefacción de la piel, el olor que emanaba el cadáver y la escasa presencia de bacterias, permitieron concluir que la mujer había muerto 36 horas antes, con una posibilidad de error de más menos 3 horas.
Dalmasso, entonces, había sido asesinada entre las 4 de la madrugada y las 9 de la mañana del sábado 25 de noviembre de 2006. Cerca de las 22 la llevaron a la morgue. Allí se le hizo la autopsia.
El resultado de ese trabajo comenzaría a ser conocido de a poco y en base a trascendidos hasta que los forenses llamaran, varios días después, a una conferencia de prensa.
Como no había hisopos, las extracciones se hicieron con algodón. Para peor los peritos no aislaron una de esas extracciones para protegerla en su estado inicial así que exactamente un mes después de la muerte fue necesario exhumar el cuerpo para volver a realizarlas.
Los dos hisopados iniciales permitieron extraer una sustancia, tanto de la vagina como del ano, que fue identificada inicialmente y por los forenses como semen. Nora había tenido sexo.
La noticia de la muerte de una mujer en Río Cuarto llegó a las redacciones de los diarios provinciales cerca de la medianoche del domingo y no todos tuvieron los reflejos como para llevar la noticia con la importancia que ésta merecía. La Voz del Interior tituló: “Asesinan a una mujer en un barrio exclusivo”.
La bajada decía: “La víctima, esposa de un médico, fue hallada desnuda, golpeada y ahorcada en su casa de Villa Golf. Creen que fue violada”.
Esa crónica, que fue la más cercana a la verdad sobre lo que pasó ese día, otorgó algunos de los datos que convertirían al caso en lo que es en la actualidad. El marido jugando al golf en Punta del Este al momento del homicidio, la familia supuestamente adinerada y el “barrio exclusivo” donde ocurrió el hecho, conformaron el caldo de cultivo para la sospecha.
Cerca del mediodía del lunes, los canales de televisión más importantes del país estaban en Río Cuarto preparados para transmitir en vivo cada detalle de la investigación. La expectativa inicial se convirtió en exigencia antes del mediodía, horario en que los noticieros de mayor audiencia tienen que salir al aire. Desde Buenos Aires los productores comenzaron a cambiar el tono de su voz y a pedir detalles que justificaran enviar a 400 kilómetros de la capital a un móvil, con sus técnicos, choferes, productores y periodistas. Entonces, como caído del cielo, llegó lo que todos necesitaban.
“La mujer murió mientras mantenía un juego sexual. El trapo de seda que tenía envuelto en el cuello era parte de un juego que ella mantenía con su amante. En algún momento de la noche se les fue la mano y la mujer dejó de respirar” dijo alguien que nunca fue identificado y que comenzó con la violencia mediática de la que hablamos en otra nota.
El dato del “juego sexual” fue un comentario privado, sin fundamentos y casi irresponsable de la bioquímica Silvia Ferreira, que realizó las extracciones de fluidos del cuerpo de Nora. La técnica se lo dijo a los policías de Río Cuarto y a los otros forenses cuando todos observaban a Dalmasso muerta sobre la cama. La bioquímica, con escasos conocimientos en criminalística, no sabía que acababa de marcar el ritmo de la investigación. Y que ese comentario dicho al pasar sería la base para la ficción que construyeron los medios de comunicación en los años que siguieron.
Una ficción que duró demasiado tiempo.