Murió Oscar del Barco: filósofo y poeta cordobés
Tenía 96 años y fue un intelectual, editor, traductor y ensayista que había nacido en Bell Ville. Militó hasta 1963 en el Partido Comunista. Con José María Aricó y Héctor Schmucler, compartió el exilio.
El filósofo y poeta Oscar del Barco, figura central y polémica del pensamiento de izquierda, autor multifacético de textos sobre política, literatura, historia, antropología y arte, murió este domingo, a los 96 años, en la ciudad de Córdoba. El velorio se programó en Casa Minoli (Av. Rafael Núñez 3849) desde las 22 de este domingo.
Nacido en Bell Ville en 1928, a partir de la década de 1960 Del Barco fue un protagonista clave de aventuras intelectuales que marcaron con fuerza a la cultura argentina y latinoamericana.
A través de la fina pluma de Demian Orosz, para LaVoz, podemos recordar sus tempranas traducciones de autores franceses como Antonin Artaud, Sade, Georges Bataille, Roland Barthes, Louis Althusser y Jacques Derrida, entre muchos otros, impulsaron el conocimiento y el contacto con pensamientos y visiones teóricas por lo general rupturistas, que se volverían decisivas para el estudio de la filosofía y la literatura, y que alimentarían numerosas controversias políticas.
El filósofo cordobés militó hasta 1963 en el Partido Comunista, del cual fue expulsado junto a intelectuales como José María Aricó y Héctor Schmucler, con quienes Del Barco compartiría la peripecia existencial del exilio y daría impulso a diversas instancias de producción ensayística y experiencias editoriales que involucraban una renovación teórica del marxismo. Con fuerte incidencia del pensamiento del italiano Antonio Gramsci, gestaron una empresa crítica colectiva que confrontaba con los postulados de la ortodoxia soviética.
Integró el grupo editor de la influyente revista Pasado y Presente, que tuvo una primera etapa entre abril de 1963 y septiembre de 1965, y otro breve periodo entre abril y diciembre de 1973. El grupo editó asimismo, a partir de 1968, los Cuadernos de Pasado y Presente, documentos imprescindibles para comprender el proceso de renovación del pensamiento marxista en Latinoamérica.
Del Barco vivió exiliado en México entre 1975 y 1983, una etapa que lo tuvo como director del Centro de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Autónoma de Puebla. Allí fue uno de los animadores de la revista Espacios, y publicó tres títulos que exploran los escritos marxistas desde una perspectiva heterodoxa: Esencia y apariencia en El Capital, Para una crítica de la teoría y la práctica leninista y El otro Marx.
La producción de Oscar del Barco fue asombrosa. Publicó más de 20 libros. Buena parte de su obra poética fue editada por el sello local Alción, e incluye títulos como Memoria de aventura metafísica (una suerte de novela poética), Variaciones sobre un viejo tema, Infierno, tú-él, dijo, poco pobre nada, Espera la piedra.
Su obra ensayística, que abarca temas filosóficos y literarios, y que se mueve de Paul Celan a Martin Heidegger, de Lenin a Artaud, de Maurice Blanchot a Friedrich Nietzsche, fue recogida en El abandono de las palabras, Juan L. Ortiz. Poesía y ética y La intemperie sin fin, entre otros. Muchos de los textos incluidos en esos libros fueron escritos originalmente para la revista Nombres, publicación de la Facultad de Filosofía de la UNC (donde se desempeñó durante años como docente) que Del Barco codirigió en la década de 1990.
La Biblioteca Nacional publicó en 2012 el libro Escrituras, un volumen prologado por Horacio González que recorre las inquietudes de Del Barco, desde la crisis del marxismo hasta sus intensos acercamientos a la literatura y el arte.
En 2004, poniendo sobre la mesa un coraje intelectual inusitado, Oscar del Barco disparó uno de los debates más intensos que haya vivido el pensamiento de izquierda en la Argentina en las últimas décadas. Hoy se conoce a esa controversia como “la polémica del No matarás”, un gran arco de discusiones que involucró a numerosas voces que se sintieron llamadas a responder a un texto radical, que había abierto profundos interrogantes sobre el pasado y el presente.
Tras leer en la revista cordobesa La Intemperie una entrevista a Héctor Jouvet, en cuyo relato se recordaban los fusilamientos de los jóvenes militantes Adolfo Rotblat y Bernardo Groswald, asesinados en 1964 por sus propios compañeros, integrantes del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), Del Barco escribió una carta en la que se asumía responsable de esas ejecuciones y reclamaba una revisión de las convicciones revolucionarias que terminaron en muerte.
Del Barco y el “grupo Pasado y Presente” apoyaban al EGP, movimiento de inspiración guevarista asentado en Salta en 1964. En su carta escribió: “Ningún justificativo nos vuelve inocentes. No hay ‘causas’ ni ‘ideales’ que sirvan para eximirnos de culpa”. Señalaba también: “Todos los que de alguna manera simpatizamos o participamos, directa o indirectamente, en el movimiento Montoneros, en el ERP, en la FAR o en cualquier otra organización armada, somos responsables de sus acciones”.
En la carta hay un lugar especial para el poeta Juan Gelman, a quien del Barco le reprochaba su rol en organizaciones armadas como Montoneros. Un momento de clímax del texto es poner en una saga de “asesinos seriales” a personajes como el Che Guevara.
En el campo de las izquierdas, la carta fue un baldazo de agua fría. A algunos lectores les sonó como una versión con ingredientes teológicos de la teoría de los dos demonios. Del Barco fue calificado como “apóstol de la reacción”, acusado de hacer un mea culpa confuso y errado, una forma de hacerle el juego a la derecha, y de pegar un salto a una religiosidad contradictoria en un pensador de raíces marxistas.
Lo más jugoso del debate se dio en las mismas páginas de La Intemperie, y reverberó durante años en revistas como Conjetural, Confines, Lucha Armada, Acontecimientos y El Ojo Mocho. La mayor parte de la polémica, expresada en nuevas cartas, columnas y ensayos, se recogió en 2007 en el libro No matar. Sobre la responsabilidad, que reunió más de 40 intervenciones disparadas por el texto de Del Barco, pero que asimismo se abren a discusiones más amplias como los vínculos entre violencia y política durante los años ‘60 y ‘70 en la Argentina, la existencia o no de valores por fuera de la Historia o la pertinencia de abrir juicios morales sobre hechos o acciones que en su momento parecían “justificadas” por las circunstancias.
Otro episodio, más reciente, volvió a poner a Del Barco bajo la luz pública. En 2014 rechazó el Premio Konex en la categoría de ensayo filosófico, manifestándose en desacuerdo con un galardón otorgado únicamente a intelectuales y “no a obreros, enfermeras, empleados, albañiles, empleadas domésticas”. El filósofo aseguraba que bajo ningún punto de vista podía compartir premios “que se les han concedido a personajes como Amalia Fortabat, quien fuera cómplice de la dictadura militar genocida de nuestro país, a Mariano Grondona y otros de los que no conozco sus posiciones respecto de dicha dictadura”.
Y enfatizaba: “No me considero de ninguna manera un ejemplo ético a proponer a los ‘jóvenes’ por cuanto no sólo apoyé la dictadura totalitaria de la Unión Soviética y la falta de libertades en Cuba, sino que acepté en 1964 el asesinato de dos integrantes del llamado Ejército Guerrillero del Pueblo”.
Siguió escribiendo y publicando en los últimos años. En 2020 lo hizo con Alétheia (Borde perdido), y en 2022 publicó el libro Un resplandor sin nombre (Tercero Incluido), textos sobre política, filosofía y mística.