¿Renovación del folklore? ¿No la hay por conservadurismo o por ignorancia?
Ahora que pasaron los grandes festivales “folklóricos” del verano, y se replican las quejas de por qué no se renueva la escena, quizá corresponda “descubrir” a quienes sí hacen algo nuevo. Genuino e interesante. Que no se los conozca es otra cosa. Va un dato: Martín Bruhn.
Resulta un tanto repetitiva la queja de ciertos periodistas, ciertos difusores/defensores del folklore -qué denominación más sospechosa ésa, como si el folklore les reservara un lugar para quienes lo defienden o lo difunden- y ciertos productores, de que el folklore, o mejor dicho ese género llamado hasta hoy folklore, no tiene la renovación necesaria.
Más bien, podría decirse, hay renovación pero no se la ve. O no la ven quienes deciden que esta escena podría renovarse de verdad.
Es por conservadurismo o por ignorancia. En un punto, las dos cosas son lo mismo.
¿Son novedad los artistas hoy masivos -Abel Pintos, Soledad, Luciano Pereyra y siguen los nombres- que han llegado hasta ahí porque replican fórmulas de estrellas señaladas por Miami, que hacen discos y videos para que se los vea bailando bien vestidos y felices en lugares siempre bien iluminados para que se vea todo bonito, junto a jóvenes esbeltos y también bien vestidos y felices?
En la música de raíz folklórica argentina hay muchos ejemplos de clara renovación. En edad, en estilo y en propuesta. Claramente atrasan las mentes que imaginan que cualquier actualización del sonido telúrico pasa por sumar guitarras eléctricas, baterías o teclados al tradicional sonido de -pongamos- guitarra criolla, bandoneón y bombo. Eso puede haber sido una novedad hace 30 o 40 años. No lo es hoy.
Hay propuestas interesantísimas de nueva música en muchos lugares del país y hechas por gente de este lugar del mundo. Felizmente y lamentablemente desconocidas para quienes deciden qué se muestra ante el gran público en el verano.
Una de ellas es la de Martín Bruhn, un joven percusionista argentino radicado desde dos décadas en el exterior -para más precisión, en Europa, para mayor precisión aún, en España- que imagina, produce y compone en una mixtura que para él es natural, donde se combinan con notoria felicidad -digamos- el bombo legüero y los loops de música electrónica.
(Domingo i’ chaya, traído a hoy por Martín Bruhn, es un tema de Casimiro Vergara, Antonio Peralta Dávila e Isidoro Peralta Dávila que grabaron Los Chalchaleros ¡en 1953!, y que los salteños hicieron un hit durante el llamado boom del folklore, hasta ya bien entrados los años 60).
Hay una novedad que a esta altura corresponde dar: Martín Bruhn es cordobés.
Su primer disco, Criollo, tiene más de 10 años. Lo editó Lisandro Aristimuño en su sello Viento Azul Discos. Lisandro, correspondería decirlo aunque no sea más que de pasada, no hubiera llegado al escenario de Cosquín sino se hubiera cruzado con Raly Barrionuevo, un renovador -a su forma- que ha sido visto y escuchado por quienes deciden lo que sí.
Bruhn publicó un sucesor de ese debut con remezclas de su primer disco.
Remixes Criollos apareció en 2015.
Martín Bruhn tiene un tercer opus, editado no hace mucho, Picaflor, que dio a conocer -este dato sí puede interesarle a los buscadores de lo exótico- el sello independiente Shika Shika que está instalado en Berlín, Alemania. O sea, lejos. Donde supuestamente nadie entiende de folklore…
Este trabajo propone un acercamiento a la música de los Andes peruanos.
Para quienes se interesan en las notoriedades de los nombres, podría decirse que Bruhn fue elegido por Andrés Calamaro para que lo acompañe en algunas de sus últimas actividades discográficas y en vivo en Europa, junto al pianista Germán Wiedemer y al contrabajista Toño Miguel.
Hay más. Para que nadie pueda decir que no hay.
Y no folkies, sino gente seria, de peso. Jóvenes y de peso real.