Bob Dylan en Buenos Aires, historias y leyenda
El autor de esta nota es un fervoroso fan del autor de “Like a Rolling Stone”, “Blowin’ in The Wind” y “Mr. Tambourine Man” -que situación, nombrar solo tres canciones dentro de una obra monumental- y aquí cuenta algunos episodios de la venida del artista al sur en 1991
Después de haber vivido muchos en San Telmo, en la calle Chacabuco, yo alquilaba una casa en Pichincha al 1800, en Parque de los Patricios, justo enfrente del hospital para niños más importante del país. Y una noche me llamó mi hermano Guille, que es también periodista.
-¿A que no sabés quién estuvo enfrente de tu casa, en el Garrahan?
-No te puedo creer.
-Me dieron una foto. Después te la mando, tenela vos.
Es la central que ilustra esta nota.
Un tiempo más tarde, un médico del hospital me contó la historia:
-Vino un señor mayor aue no hablaba español, que yo no sabía quién era, explicando que quería ver a los chicos con enfermedades terminales, y que iba a hacer una donación. Eso hizo. Mandó un montón de plata, con la condición -según nos pidió una chica que lo asistía- que no se dijera nada.
Esa historia es una de miles de la vida y el girar continuo del excéntrico y errático señor Dylan, el poeta más importante de la historia del rock, el único músico que ganó el premio Nobel de Literatura, el que le puso ideas a la música contemporánea.
Soy dylanómano, conozco su obra de 60 años en sus distintos momentos, tengo amigos queridos con los cuales hablo sobre él y competimos ver quién tiene más y mejores discos y libros suyos o quién consiguió mejores remeras u objetos ligados a su obra.
Hoy quiero contar algunas historias de su primer viaje a la Argentina.
Fue en agosto de 1991. Tres shows, del 8 al 10. Yo fui al primero.
Dylan venía de publicar un disco no muy importante, Under the Red Sky, que Marcelo Panozzo, por entonces cercano a mí, me había regalado para mi cumpleaños de noviembre del año anterior. Pero en el 89, producido por Daniel Lanois, Dylan había hecho un trabajo memorable, Oh Mercy. Muchos temas de ese disco hizo en Obras.
Yo escribía en ese momento en la revista El primer Tajo que dirigía Carlos Polimeni, y por mi afición, había coordinado la edición dedicada al anuncio del show de Dylan. Recuerdo que le pedimos columnas de opinión a Charly García, Moris, Miguel Cantilo y claro, a León Gieco.
La historia más memorable que recuerdo de aquel viaje suyo -que habría sido el segundo al país, porque según cuenta la leyenda, en 1980 vino a Entre Ríos de incógnito a visitar una chacra judía- fue que, al salir del hotel donde estaba alojado, el Sheraton, en Retiro, para el estadio, que estaba en la Avenida del Libertador al 7300, el chofer de la kombi le preguntó por dónde quería ir, porque había dos alternativas: por la Avenida del Libertador, que era más corto pero que podía ser más lento, por la cantidad de tránsito a esa hora, o ir por el medio de los bosques de Palermo.
El señor le dijo: -Palermo es como el Central Park, me contó luego la chica de Rock&Pop que coordinaba ese traslado y que iba en el vehículo. Esa era la empresa de Daniel Grinbank que producía los shows.
Dylan eligió el camino más largo pero más interesante para él. Y por ahí fueron.
La sorpresa llegó cuando, en mitad del viaje por los oscuros bosques de Palermo, el artista, ya veterano -tenía 50 años-, mantuvo un diálogo por lo bajo con su guardaespaldas, y el muchacho le dijo al chofer: -Déjenos acá, vamos a caminar un rato y después tomamos un taxi hasta el estadio.
-¡Imaginate! Yo tenía a mi cargo llevarlo al estadio, y todo bien, pero llegamos ¡sin el artista!, me dijo la chica. -¡Todos los que estaban ansiosos, esperándolo, se querían morir…!
Dylan, me contaron luego, caminó un buen trecho en las penumbras de Palermo junto a su acompañante, más o menos desde el Buenos Aires Lawn Tennis, y a llegar al final del parque, en la calle La Pampa, los dos hombres, uno famoso y otro anónimo, pararon un taxi y ese auto los llevó hasta Obras.
Dicen que nadie del público que estaba esperando para entrar, reconoció a ese señor que se bajó del taxi y se metió en los camarines.
Como era ya habitual en sus shows, Dylan no permitió que lo fotografiaran en el escenario y que no se grabara su performance.
En un gesto muy de acá, claro, un fotógrafo hizo fotos de canuto que al otro día se publicaron en Clarín, y hubo quienes grabaron algo de lo que presentó esa noche.