Manu Chao, notable viento del cambio
El autor de esta serie de notas asegura que el rock de Latinoamérica no sería el que es, de no haber desembarcado una vez acá, hace ya muchos años, este artista. Quizá tenga razón. Este tributo incluye un monólogo de quien alguna vez liderara Mano Negra, acerca del cambio en el mundo y de la importancia de la educación. Como si su música fuera ya poca cosa, también es claro cuando piensa y se expresa
Lo vi llegar por primera vez a Sudamérica en 1992, a bordo de un barco, el Cargo francés con que su país adhirió a la conmemoración del Quinto Centenario del desembarco de Colón en estas tierras. En aquel tiempo lideraba Mano Negra.
Con esa banda de la que sabíamos algo, muy poco, por lo que habían contado Los Piojos -los habían conocido en su primera excursión por Europa-, José Manuel Tomás Arturo Chao Ortega, hijo del periodista español Ramón Chao, tocó en Buenos Aires, primero en la cubierta del barco que lo había traído hasta aquí, luego en la Avenida 9 de Julio, en medio de un desfile que contaba la historia del país que representaba, y finalmente en un Obras gratis que apenas se llenó por la mitad, con Todos Tus Muertos como teloneros.
Unos años después se disolvió el grupo, Manu se hizo solista y con su desenfreno, con su desenfado y con mucha claridad en sus ideas, ser convirtió en un claro referente de todo el rock mestizo latinoamericano. Siempre he dicho que si no hubiera sido por él, no habría existido Matador de Los Fabulosos Cadillacs.
Manu Chao hizo Clandestino, viajó por todo el continente, le cantó a Maradona, apoyó al zapatismo insurgente mexicano, pidió respeto por la Madre Tierra y abrevó de las raíces más profundas de este lugar del mundo. Hizo todo bien.
Hoy, aquí, habla sobre el cambio en el mundo y sobre la importancia de la educación para que allí se apoye ese cambio.
Manu Chao, agárrense por este dato, ya no suma pocos, aunque lo parece.
Tiene 62 años.