Sandro, o sea Elvis del Sur
El autor de este texto conoció personalmente a El Gitano, lo vio en varios conciertos, alguna vez fue su invitado a una cena, e incluso visitó su camarín luego de un recital. Lo cuenta en esta nota
Pensé en él cuando volví a escuchar los discos rockeros que hizo Tom Jones en los años recientes. De Reload en adelante. Suenan tan bien, están tan bien producidos. Le calzan a la perfección.
Me pregunto: por qué Sandro no hizo algo así.
No tengo respuesta.
Es una pena que no los haya hecho.
Me digo: por ahí no habrían sido torpedos de ventas, y él no daba paso en falso: siempre quería reventar los rankings y los charts de ventas y las boleterías. Por eso llegó hasta donde llegó.
Me digo: por ahí habría sido un tanto arriesgado salir en la búsqueda de un público nuevo, al que no conocía tanto como al suyo, y claro, puede ser: hizo lo que le salió, le fue muy bien, y así se formó; era de los que pensaban que a un equipo que viene de ser campeón, no hay que tocarlo, debe salir con los mismos once.
Lo conocí un poquito. Lo vi varias veces pero seguro que él ni me registró, aunque como los buenos políticos, tenía una amabilidad alucinante y hacía que uno se sintiera como si hubiera sido un gran amigo suyo. Y tenía una memoria tremenda: podía acordarse de tu nombre, del de tu compañera o del de tus hijos o del de tus padres.
-Negro, qué gusto volver a verte.
Eso podía decir con total naturalidad, aunque no nos hubiéramos encontrado la semana pasada.
Y uno jugaba ese juego, pero claro, quién lo creía. Era un juego que él jugaba muy bien.
Recuerdo una vez que fui invitado suyo a una cena de presentación de un espectáculo, de una gira o de un disco, no sé bien. Fue en la sede del Club Sirio, paquetísimo lugar, que estaba en pleno Barrio Norte, Ayacucho y Pacheco de Melo. Llegó a la cita en su limousina, que era un Rambler Classic modificado -qué Sandro ese detalle-, y en un momento salió a recorrer las mesas de los invitados como los novios en los casamientos. Estuvo un ratito en la de los periodistas, con su sonrisa matadora y su proverbial simpatía, siempre con un chiste preparado. Muy amable.
Recuerdo que otra vez fui al Gran Rex a un show suyo con mis hijos, que eran chiquitos, y que por una mezcla de casualidad y suerte, ligamos los asientos centrales de la primera fila de la platea, así que lo vimos en acción a poquísima distancia. Alucinante.
Y recuerdo, por supuesto, cuando aceptó una entrevista en su camarín, luego de un concierto en el Astros, en el marco de un ciclo que totalizó 18 funciones a lleno total.
Qué momento.
En la nota que después escribí, puse detalles de todo lo que vi, por ejemplo, que lucía una bata, of couse, y qué fotos suyas había puesto en ese lugar, y lo que sabía de él.
Sandro tiene 41 años. Hace 30 que se enamoró del rock’n’roll escuchando Dinamita por Brenda Lee en su casa paterna de Valentín Alsina. Hace 25 grabó por primera vez, directamente sobre el acetato, en un humilde estudio en el pasaje Obelisco.
Pienso: qué cerca estaba todo, qué lejano que está todo hoy.
Aquella vez me juró que se moría de ganas de hacer un disco de rock. Aclaro: me lo decía a mí, que venía del rock, Tanguito, La Cueva, esa onda… Creo que decía lo que descontaba que cada uno quería escuchar. Y no le erraba, qué ñato.
Hice la nota y la titulé como me gustaba identificarlo: Elvis del Sur.
Roberto Sánchez, el hombre que había detrás de Sandro, el artista famoso, murió en enero de 2010 a los 64 años.
El Tigre de Gales, Tom Jones, nació en junio del 40, cinco años antes que Sandro de América. Tiene 83.