“Yo vi a Diego Armando Maradona jugar al fútbol”, es una afirmación que muchos argentinos tienen en su retina y remite a la épocas donde el astro vistió los colores de algunos clubes del fútbol local o en su tan amada Selección.

Quien suscribe, con reverencia al mejor jugador de todos los tiempos, ha tenido el privilegio de verlo en su romance eterno con el balón pero sobre todo, con la gente: el Diego del pueblo. 

El 24 de julio de 2014, Maradona era invitado a un partido a beneficio en la ciudad de Rio Tercero con figuras del fútbol y del deporte. 

Medios de comunicación de todo el país se dieron cita para cubrir el evento, en el que participaron entre otros, Luis Artime, Gustavo Spallina, Oscar Dertycia y “Falucho” Laciar. 

La expectativa era mucha, sin embargo el estadio increíblemente no estuvo lleno. Esa noche la temperatura estaba considerablemente baja y Maradona salió a la cancha. Rápidamente se metió en partido con el espíritu competitivo que siempre lo caracterizó. No importaba que fuera a beneficio: tiró caños, dio pases y jugó para los dos equipos. Todos querían tener al Diego jugando del mismo bando y él se los concedió. 

Las lesiones en su rodilla se notaban, pero la magia de su técnica y talento, estaban intactas. Lo veía y no lo creía, estaba viendo jugar a Diego Armando Maradona, la leyenda, uno de los sinónimos de la Argentina en el planeta. 

Y no lo veía en un mega evento rodeado de todas las comodidades o requisitos que quizás cualquier astro podría “exigir”. Por el contrario, El Diego estaba dándose sin reservas, aun cuando el cuerpo le pasaba factura, en una noche helada y con un estadio con poca gente. 

En un momento (creo que por problemas técnicos), se cortó la música que animaba el partido/show. Lo percataron los jugadores y el público. Aun así, Maradona no tuvo actitudes de frustración o de “estrella” siendo la indiscutida primerísima figura del fútbol mundial. Siguió y jugó todos los minutos establecidos. 

“Si querés pará Diego, ya jugaste suficiente, te duele la rodilla”, se escuchó decir en el entorno que viajó con él y Maradona siendo Maradona, no hizo caso. Ya visiblemente dolorido, no sólo que no se retiró del estadio sino que empezó a dar pases, como queriendo que todos los presentes tuvieran una parte de él. Sí, los pases del Diego…

“Saquen a los niños que entran al campo de juego”, gritó un personal de seguridad. “Diego, me das un autógrafo?”, dijo un nene de unos 7 añitos que entró corriendo a la cancha y Maradona salió del juego y lo firmó. No fue sólo uno, tras él la marea de pequeños “cortaron” el partido como 15 veces buscando abrazarlo y sacarse una foto. No había cámaras, no había grandes trasmisiones y el Diego entregándose por completo. 

Había escuchado las historias de él disfrutando del fútbol con los humildes, con las personas comunes como nosotros, en el anonimato, siendo ya “Maradona”. En Nápoli por ejemplo. Y esa vez me tocó comprobarlo con mis propios ojos, en nuestro Rio Tercero.

La memoria juega malas pasadas y en mi caso, entre la emoción y el frio, no recuerdo cómo se diluyó el partido. La postal que me quedó es un estadio sin música de fondo, sin fuegos artificiales, con los “jugadores” que se iban y los niños y admiradores que no dejaban de acercarse al Diez. Y él, brindándose en gestos interminables a la gente, a su gente.

El hombre que deslumbró en el imponente estadio Azteca de México, el que hizo historia en Italia, el de los goles y liderazgo increíbles, el de la zurda inmortal, el de los desafios imposibles, el “barrilete cósmico” que capitaneó al combinado nacional para darnos la Copa del Mundo más significativa para los compatriotas, el que marcó un antes y un después en el deporte más lindo, el chico orgullosamente de Villa Fiorito, estaba en una cancha del interior del interior fundido en abrazos interminables con los suyos. Nosotros eramos los suyos.

Fue la imagen más importante del mito, última y única de Diego Armando que me quedó y de la que tuve el privilegio de ser testigo: el Maradona de todos, inagotable para su gente.

Foto: El Ojo Web.
Foto: El Ojo Web.

El Diego y Córdoba: Juegos Evita, Talleres, Belgrano y el viejo estadio Chateau

Córdoba vio parte del nacimiento del mejor jugador de todos los tiempos, en 1973, cuando con sólo 12 años y siendo un cebollita de Argentinos Juniors jugó en el torneo Evita en Embalse. 

Tras esa fecha pisó muchas veces nuestro suelo. 

En 1976, visitó Córdoba por el Nacional con el Bicho de la Paternal ante Talleres. 

Ya jugando para Boca, estuvo en el viejo estadio Córdoba en 1981, en un partido ante El Matador.

Otro de los momentos memorables fue en 1986 y después de consagrarse campeón del mundo. 

Luego de la gesta en México, una semana después más precisamente, estuvo en nuestra provincia en un partido a beneficio jugando para Belgrano. Sí, el capitán del campeón del mundo vino al interior con un fin solidario a pocos días del máximo logro que todo jugador del planeta pueda querer. 

En 1995 en Alberdi, jugó con el Xeneize ante el Pirata en el torneo apertura. 

En el 2000 estuvo en el partido despedida de José Daniel “la Rana” Valencia en el Chateau. 

Ya como DT, en el Torneo de la Superliga, Gimnasia de La Plata visitó a Talleres en el Estadio Mario Alberto Kempes.