El origen de las especies: ¿Qué tienen que ver el británico Darwin y el argentino Rosas?
Un 24 de noviembre Darwin y su obra cumbre modificaban el curso de la humanidad. Algunos años antes, el naturalista había estado en Argentina y mientras investigaba en la Patagonia, se cruzó con un joven que sería, años después, el líder de la Confederación Argentina. Un encuentro de película.
Pensemos primero en él. La foto de perfil que lo inmortalizó: la parte superior de su cabeza calva, el resto de la sesera poblada de un cabello blanco y refulgente. Su nariz de niño bien, un respingue en exceso heredado de algún antepasado simio y sus teorías que cambiaron el rumbo de la humanidad y enfrentaron como nadie al sacro santo imperio católico. Sí, Charles Darwin, sus investigaciones científicas alrededor del mundo, la inmortalidad de su teoría de la evolución de las especies. Un universo paralelo. Casi una película que nos contaron
Ahora pensemos en el otro. El mayor de los caudillos federales, el hombre que dominó por carisma y castigo, desde Buenos Aires, al resto del país. El primer populista, el primer peronista antes de Perón. Su hija Manuelita, sus miles de hectáreas y sus millones de cabezas de ganado. Los beneficios dados al pobrerío por primera vez en nuestra historia. El restaurador de las leyes. Sí, Juan Manuel de Rosas, su poder omnipresente, su final de exilio, su imagen de general de la Nación. Otro universo paralelo. Otra película que nos contaron.
La pregunta es: ¿Qué tienen que ver el británico Darwin y el argentino Rosas? En principio, fueron contemporáneos del Siglo 19. Convivieron en él y dejaron su marca en la historia en esos años. Pero hay algo más, mucho más: porque el naturalista y el caudillo, tan ajenos entre sí, tan habitantes de universos paralelos, un día, un día de ese mismo siglo que los unió, se encontraron en un mismo espacio físico, se miraron de frente, se extendieron las manos y generaron un encuentro impensando y más propio del cine que de la realidad: Darwin y Rosas conversando en la inmensidad de nuestra Patagonia. ¿Por qué nadie hizo la película ya?
Nos ubiquemos en el tiempo. Agosto de 1833. Darwin aun no era Darwin: tenía 23 años y se había subido a un buque de la marina de su país en plan de expedición que conducía otro conocido de estas tierras: Fitz Roy. Charles estaba invitado y sin sueldo descubriendo las maravillas del canal de Beagle. Para ese 1833, Rosas ya había tenido su primer periodo como gobernador, cargo al que volvería en dos años. Ahora, cuando Darwin andaba por la Patagonia, Rosas comandaba la primera Campaña del Desierto.
Nos ubiquemos en el espacio: orillas del río Colorado, las aguas que bajan de los Andes y delimitan el extremo Norte de la Patagonia. Allí estaba Rosas y hacia allá, desde Carmen de Patagones, fue Darwin. Y si sabemos que el encuentro existió es porque el propio Darwin lo cuenta en su libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo, publicado apenas 6 años después. En ese agosto del ‘33, al saber el uno y el otro de sus presencias tan cercanas, quisieron verse. Rosas lo invitó a su campaña y el científico aceptó sin dudar. Convivieron algunos días y Darwin pudo llevarse impresiones no sólo del mundo natural de la Argentina, sino también de la composición social y política de un país que aun no existía como tal.
Pese a que Darwin experimentó y disfrutó las vivencias propias de pampa adentro, no pudo evitar los comentarios despectivos. De los soldados de Rosas dijo que tenían apariencia de bandidos y villanos como no había visto en otro ejército. Y de la traza argentina, cruza de indio, gaucho y español, dijo que no resultaba bien. También habló de Juan Manuel, a quien describe como un hombre de un carácter extraordinario, que ejerce una notable influencia en el país, al que probablemente, arriesga el naturalista, terminará gobernando. Observador zagas en esos días de convivencia, Charles detalla que Rosas tiene una popularidad sin límites y, en consecuencia, un poder despótico. Rosas es superior a todos en sus destrezas, es un hombre magnífico, rubio, fornido, semejante a un granjero inglés.
El relato de Darwin permite conocer no sólo a Rosas, sino también cómo fue esa primera etapa del avance sobre las poblaciones originarias de la Patagonia, campaña que se desmerece para recordar siempre la segunda y criminal llevada adelante por Julio Argentino Roca. Por las descripciones del británico, la de Rosas no fue menos cruel: rodear poblaciones pequeñas, evitar la dispersión, asesinar a todos los varones, a las mujeres ancianas y a las que no fueran agraciadas físicamente. A los más pequeños no: se los conserva para comercializarlos como mercancía.
Sería ingenuo e incompleto creer que el plan criminal de esta primera Campaña del Desierto pertenecía sólo a la cabeza de Rosas. El primer lugar, porque era una política de Estado que trascendía al propio Rosas, aún con su poder sin límites. Y, más aún, porque los propios soldados, ciudadanos de las orillas, pobres diablos obligados a conquistar tierras que serían donadas a los ricos, expresaban sin disimulo el odio al nativo. Darwin, consternado, llegó a plantearles que al menos dejaran vivir a las mujeres. Cuán horrible es el hecho, escribió, de que los soldados dan muerte a sangre fría a todas las indias que parecen tener más de 20 años. Cuando yo, continua Darwin, en nombre de la humanidad, protesté, se me replicó:
_ No podemos dejarlas, crían muy rápido.
Una de las reflexiones finales del científico fue que, en definitiva, eran más salvajes los soldados del Ejército Argentino que los propios originarios. De todos modos, después de vivir distintos tipos de aventuras en Buenos Aires y Santa Fe, Darwin se llevó 4 personas integrantes de los pueblos patagónicos para exponerlos en su país de origen, el más salvaje de los países civilizados de entonces.