Ser gobernador de Córdoba. Esa es la obsesión que guía el trayecto de Luis Juez desde la madrugada del lunes 3 de septiembre de 2007. Más precisamente, desde el momento en que se dio por oficial el resultado final de las elecciones provinciales que consagraron, por sólo 17 mil votos, a Juan Schiaretti como cotitular del poder que construía José Manuel de la Sota.

Una presunción, interpretada por convicción, ha impulsado su obcecación por 5700 días: en aquella contienda, a la que llegó como intendente de la capital y socio de la transversalidad que promovía Néstor Kirchner, obtuvo más votos que los demás, pero fue despojado del triunfo por la mano aviesa del peronismo cordobés.

Con aquel enojo como combustible volvería a intentarlo cuatro años después. Sería derrotado, esta vez por amplio margen, por quien ya se había convertido en su némesis: el “gallego”. El mismo que lo había llevado a la Fiscalía Anticorrupción, su plataforma de lanzamiento más allá de la Cañada.

Por aquel 2011, Juez ya era parte del Frente Amplio Progresista, una alianza que presentaba al socialismo santafesino como imán. Sería una de las seis escuderías que integraría, desde su salida del gobierno delasotista en octubre de 2002.

En esos 20 años, con un discurso que iría graduando desde el progresismo hacia las demandas de auditorios conservadores, también flexibilizaría sentencias excluyentes que parecían guiar sus construcciones. Paulatina comprensión del moralismo como corsé incómodo para la política mediterránea.

Alternaría entonces roles parlamentarios (diputado y senador) con infructuosas postulaciones para volver a la municipalidad de Córdoba. En 2015, aliado con Olga Riutort, otrora enemiga visceral, obtendría un pobre cuarto puesto, lejos de quien ya se había constituido en gran rival, el reelecto radical Ramón Mestre.

Cuatro años después lo volvería a intentar, ya dentro de Cambiemos (hoy Juntos por el Cambio), la alianza entre la UCR y el PRO. Esta vez haría un mejor desempeño, escoltando al electo intendente Martín Llaryora. El mismo al que ahora espera derrotar, pero en la pelea por su anhelo principal: el Panal.

Socios y conveniencias

Para su tercer intento por llegar a la gobernación Juez contará con una disponibilidad de recursos como nunca antes tuvo. Al menos formalmente, ha logrado encolumnar detrás suyo a los socios de la alianza opositora. En particular al radicalismo, antiguo objeto de sus diatribas, del que espera despliegue y fiscalización en todo el terreno, aquello de lo que carecía en 2007.

Para ello volvió a reinventarse. Justo cuando, tras la sucesión de derrotas, muchos le auguraban el ocaso.

En 2021, en sorpresivo tándem con Rodrigo de Loredo, obtendría dos resonantes triunfos. El primero, en las PASO, derrotando a Mario Negri y Gustavo Santos, los candidatos que contaban con el apoyo de las cúpulas amarillas y albirrojas. El segundo, en las generales, doblando en votos a la lista de Hacemos por Córdoba.

Sociedad por conveniencia entre dos que se prodigaban reproches, “Luis y Rodrigo” comenzarían a transitar juntos un camino repleto de sinuosidades y desconfianzas. Última oportunidad para uno, proyecto de recambio generacional para el otro.

Aunque ambos obtuvieran un porcentaje similar de votos, Juez decidió aferrarse a la candidatura a gobernador. Para ello debió metabolizar las tensiones ocasionadas por el zigzagueo de su socio, que especuló con los roles que ocuparía hasta inclinarse por la intendencia de la capital.

Paciente pero no incauto, el senador logró reunir el apoyo de la institucionalidad radical, en manos de Negri, el mismo al que De Loredo quiere desplazar de la conducción del partido y al que desafió al convertirse en líder del bloque, también radical, de Evolución en Diputados.

El núcleo de la trama emergería en la conformación del segmento para la Legislatura en la lista para el 25 de junio. Ajeno a los escándalos derivados, desde el juecismo admitirían que sólo les interesaba la cabeza de la nómina, dejando en manos de la UCR el reparto posterior. “Sus internas son inevitables. Algunos están acostumbrados a prebendas. Pero sin ellos no podemos ganar”, se sinceraba un armador. Pragmatismo puro, condición inalterable en 20 años.

AntiK

En los últimos años, el ex embajador en Ecuador ensayó cambios en su estrategia. Profundizó su perfil anti K e incrementó su presencia en medios porteños de alcance nacional, donde dio vía libre a su lengua, alternando el humor que demanda el estereotipo provinciano con provocadores derrapes que le aseguran la viralidad necesaria en épocas de construcción digital.

Así logró elevar sus índices de popularidad por fuera de la Circunvalación, su talud por tanto tiempo. Tras 20 años, ya no necesita campañas de instalación. Ese problema, hoy, le es ajeno.

También ensayó nuevos caminos para acercarse a los conglomerados de poder, cogestores de iniciativas políticas que ejecuta el gobierno provincial. A tal fin comenzó a matizar las acérrimas críticas que, por años, destinara a las gestiones de Hacemos por Córdoba.

El ex alcalde sabe que necesita de la venia del “Círculo Rojo” cordobés. Allí lo miran con desconfianza, tanto por una raigambre peronista que no oculta como por aquel pasado de vociferaciones contra el establishment. A sabiendas, ha incrementado sus asistencias a la Bolsa de Comercio, donde son siempre bien recibidos sus socios PRO.

En simultáneo, sigue sintiéndose el mejor intérprete de los reclamos de una sociedad a la que interpela como hastiada y deseosa de, justamente, “el cambio”. Para ella, viejas promesas en nuevos formatos: revolución educativa, con reinstalación del polisémico concepto de mérito; revolución en salud, con más articulación público-privada; eliminación de impuestos; 82% móvil para jubilados; control del gasto público, eufemismo para recortes.

Para una clase media que conjuga enojo y miedo, la ilusión de “blindar” la provincia, curioso guiño a la sustancia del cordobesismo for export: más policías en las calles para combatir la inseguridad; despliegue de fuerzas nacionales para evitar que el narcotráfico convierta a Córdoba en “una nueva Rosario”. Todo dentro de la institucionalidad...

Paradojas comprensibles sólo en estas tierras, Juez ha querido matizar su perfil antisistema cuando más alto cotizan los discursos vehementes. En pleno auge del speach anticasta que pregona Milei, el líder del Frente Cívico no cuestiona los trazos de un modelo cordobesista que por 24 años ha tenido al agro y la obra pública como ejes, aún presentando indicadores socioeconómicos peores que la media nacional y bullentes conflictos gremiales.

Luis Juez y Néstor Kirchner, en una imagen de 2005. Foto: La Voz

También ha debido sortear las ambivalencias de los socios amarillos que aspiran a la presidencia y se resisten a mirar a Schiaretti como enemigo. Distanciado por años de Macri, amigo personal y socio político del “Gringo”, Juez pidió en reiteradas ocasiones a los nuevos líderes, Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich, que expresen claramente su voluntad de triunfo en Córdoba.

A sólo 20 días de las elecciones, la iniciativa del alcalde CABA de aliarse con el gobernador cordobés, obligó al ex fiscal Anticorrupción a aceptar la unción del ex presidente de la Nación, quien esperaba deseoso un gesto que lo ayudara a ratificar su disputado liderazgo.

Sentado junto a Macri, ante la mirada inquisidora de los socios de la Bolsa de Comercio, el postulante a la gobernación no dejó dudas: “Voy a ser un gobernador prudente”. Acaso como garantía de ello deba intepretarse su oferta de una futura cartera de Economía a quien sugiera Manuel Tagle, presidente de la entidad.

Ya con plumaje halcón, Juez no necesita ambigüedades. Tampoco una campaña intensa. En un contexto de identidades inestables y convicciones lábiles, parece el único dirigente de JxC que puede acreditar un real deseo de derrotar al peronismo cordobés. Justo él, portador de tantas casacas, puede decirle hoy al Schiaretti cultor del cordobesismo: “No necesitamos aprobaciones del puerto”.