Mi hijo el cyberciruja: el caótico equilibrio de las cosas que circulan por la casa
Vive en un departamento de 45 metros cuadrados repletos de cables, placas, y partes de computadoras que su hijo recoge. De ese orden -o desorden, según quien lo mire- el autor de esta columna recoge una enseñanza sobre el movimiento de las cosas que otros desechan y su hijo no deja morir.
Cables por todas partes y de todo tipo, CPSs, monitores, impresoras, notebooks, celulares varios, joysticks, consolas de juego, parlantes de todos los tamaños, un walkman y hasta un monitor de una MAC de 29 pulgadas que pesa 36 kilos y ocupa un metro cuadrado. Eso sin contar las decenas de implementos y suplementos para todo tipo de equipo electrónico: placas de video, un proyector adosado a un teléfono, auriculares, puertos, etc.
Todo eso en un departamento de 45 metros cuadrados que comparto con mi hijo Facundo de 24 años, estudiante avanzado del profesorado de Física y ferviente amante de cuanta “chatarra” encuentre a su paso.
La casa llegó a ser un verdadero juntadero de material de todo tipo y hasta costaba sortear los obstáculos pese al supuesto “orden” que Facu le había asignado a sus cosas que, por cierto, no entraban todas en su pieza.
Pero ahí están, ahora más acomodadas y siempre prestas para utilizarlas –nunca falta un cable salvador para cada puerto de una compu-, para arreglarlas, para hacer algún negocio –sí, también se las ingenia para reparar y vender a un mejor precio- o bien directamente para disfrutar de su “arsenal electrónico”
Ese impulso que lo apasiona, también lo fue llevando a conocer gente “del palo”. Fue ahí cuando supo del grupo de Cibercirujas y allá fue.
El grupo es muy particular y la mecánica de funcionamiento también: no hay canje ni venta de nada. El que va puede llevar algo que no le sirva –que funcione o no- o incluso puede ir sin nada, y a su vez elegir que llevarse de lo que el resto puso a disposición, así de simple.
Un sábado al mes, allá va Facu con sus cosas y al rato vuelve con otras, algunas que ni siquiera él sabe para qué las quiere o las puede llegar a usar.
“Mira este teléfono, es un Nokia de los primeros, debe ser de menor tamaño que salió al mercado”, me dice. “¿Y funciona?”, le pregunto yo, práctico y racional. “No lo sé, necesito buscar un cargador compatible primero”, me responde. Por cierto, la búsqueda del cargador será motivo de otra aventura para rastrear en algún sitio de internet a dónde conseguirlo o bien otra excusa para volver a encontrarse con esa fauna tan querible de los Cibercirujas.