“Candombe del 31”, la melancolía perfecta de Jaime Roos
Opera prima y disco de culto. Las composiciones maduras de un joven músico. El disco, grabado en muy pocas horas de estudio, asombra por la calidad del sonido. Iniciado en París, y concluido en Montevideo, sobrevuelan las experiencias y ritmos latinoamericanos de los que Jaime Roos fue nutriéndose en su viaje por el continente.
En algún momento, después del cambio de siglo, Jaime Roos —"el montevideano", como Milita Alfaro tituló la biografía autorizada— comenzó a percibir que ya no tenía sentido subirse a un escenario, estresarse olímpicamente por producir un espectáculo, ofrecer en cuerpo y alma las canciones por las que fue dejando trozos de sí a lo largo de cinco décadas. Se retiró, ante esa sensación amarga que lo dejaba sin ganas. Un retiro espiritual.
Pedazos de vida afectiva y vida práctica, y el mínimo orden para poder sobrellevar la existencia, quedaban relegados ante el intenso trabajo por lograr determinado sonido, lanzar un disco y presentarlo, producir enloquecidamente diversos tipos de espectáculos.
Imaginen el típico living de una abuela antaño típica. Porcelanas, objetos delicados, muebles acumulados durante una vida, retratos de la descendencia. Imaginen que dos perros excitados y enloquecidos entran en combate en ese living; destrozan todo. El resto, el caos resultante, era la vida emocional y administrativa de Jaime Roos. Esa, la de los perros en el living, fue la imagen que Roos eligió en una de sus últimas entrevistas para comentar el desorden en el que giró su vida en un período de pérdida de referencias y sentido vital.
Habiendo dejado todo por su carrera, el montevideano se angustiaba al ver que su obra, que inicia precisamente con el disco Candombe del 31, se degradaba y se echaba a perder, incluso en términos materiales: hasta esta edición que abre la Obra completa, y que lo tuvo a Roos sumergido casi por completo en el orden de sus trabajos, el disco nunca había sido lanzado como CD.
Otro punto de angustia. Dedicar una vida a la música y ver que todo lo creado cae lentamente en la indiferencia, haciendo difícil el acercamiento de nuevas generaciones a la obra. Fue una de las razones que empujaron a Jaime a ordenar y preservar sus discos, a darle forma a su corpus. En otra entrevista también ha dicho que le emociona fuertemente cuando un pibe le habla de determinado disco o letra y advierte que ese joven no había nacido cuando la canción fue compuesta.
“Decime que voy bien, así se alivia el destino”. Es lo que el artista espera escuchar de las nuevas generaciones que tienen una inclinación por la música.
Candombe del 31 es el disco de un compositor que estaba agazapado. Con 22, 23 años, Roos planeaba grabar las pocas canciones que había compuesto (y que no había mostrado antes) como maqueta para un futuro trabajo discográfico con mayores recursos: tiempo y dinero; o simplemente el dinero suficiente para no preocuparse por el tiempo y poder trabajar detenidamente en lo que sería su primer long play.
El disco fue grabado entre París y Montevideo, con muy pocas horas de estudio: en Montevideo sólo tuvo 12 horas. Salvo el bajo, su instrumento predilecto, el resto de los instrumentos eran todos prestados. Por las pocas horas de estudio, la grabación y la mezcla se hicieron prácticamente sin retoques: el sonido rústico de las tomas junto a la voz aguda, que luego Roos dejaría de usar, logra que las canciones tengan la fuerza de lo próximo y un sonido al que no le falta cuerpo. La calidad del disco, en su concepción modesta, no deja de asombrar todavía hoy, cuando la tecnología del sonido ha avanzado hasta la ficción.
Con los años, Candombe del 31 se transformará en disco de culto. Un poco así llegué: navegando por la web, al azar, pude descargarlo cuando la edición de Obra completa no existía. El disco me abrió los oídos e hizo que empezara a escuchar la obra de Jaime Roos desde el principio y en orden, como debe ser.
Según Roos, en el texto que acompaña Candombe del 31, “se puede hablar de música montevideana, y no sólo por la presencia del candombe y la murga, sino por la forma como ha sido enfocada en su totalidad”.
Después de la grabación en París, con Franca Aerts vuelan a México con la idea de recorrer Latinoamérica y, de paso, visitar a los afectos en el Uruguay. El disco tiene mucho de los Andes (Viaje a las ruinas y Carta) y hay toda una poética de la distancia y el amor en tiempos analógicos y de largas esperas.
Otro fragmento del texto que acompaña el disco: “Si se tratara de un libro, pondría en la página anterior al primer capítulo: `A la señorita Efe´”. El amor de pareja junto a la holandesa Aerts sobrevuela Candombe del 31.
La restauración no fue simple. Los audios "fueron transferidos en alta definición a partir de las mejores fuentes originales disponibles". Nadie quiere tener que convencer a un perfeccionista y obsesivo como Roos.
El disco combina murga y platillos con aires de décimas en algunas letras (Cometa de la farola, Carta), con otra parte donde el candombe más bien tradicional es intervenido con audacia y algo de renovación (Y es así). En suma, es un disco personalísimo.
"Toda mi obra está esbozada de forma muy notoria en el album Candombe del 31. Mi obra nació ahí, creció como un tronco y fueron saliendo distintas ramas del mismo árbol. Y bueno, es como es, yo no sé si está bien o no, es obviamente muy coherente", dijo a El observador de Uruguay.
El disco completo en Spotify:
Aquí, completo en Youtube.
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