Frank Sinatra y Tom Jobim, dos potencias se saludan (por teléfono)
Los dos colosos de la música, ya consagrados, acuerdan trabajar juntos en una charla telefónica. A sus 40 años Tom Jobim estaba ansioso y se preguntaba a cada rato, en su habitación de hotel en Los Ángeles, si Frank Sinatra no se habría arrepentido de la propuesta. Un disco delicado, grabado entre vasos de whisky y cigarros.
Dos potencias se saludan (por teléfono). Una llamada de larguísima distancia, desde Palm Springs -California- a Rio de Janeiro. ¿Cuánto habrá esperado en línea quien llamaba, a fines de 1966, desde el norte del continente hacia algún lugar difuso del cono sur? Imposible saberlo.
La historia de la música, mejor decir la historia que la industria musical se inventa para sí, se apoya en una sucesión de anécdotas y leyendas, una fusión de datos ciertos con otros que, aunque no necesariamente falsos, se tornan difusos y por eso resulta imposible certificar. Así nacen los mitos y las culturas. Memorias falsas para recuerdos verdaderos.
El humo grueso del cigarro, un cenicero en la mesa, la guitarra del brasileño, el ítaloamericano cruzado de piernas y recostado sobre el respaldo, un vaso de whisky: galantería pura y erotismo heteronormado. La escena, en estos tipos de redes asociales, es susceptible de ser cancelada inmediatamente:
El poeta, diplomático, cantante y encantador de serpientes Vinicius de Moraes solía contar que la primera vez que Jobim y Sinatra cruzaron palabras a través del aparato, el italoamericano recibió una linda hilera de insultos: cuando el empleado del boteco le dijo que “un gringo” lo esperaba al teléfono, Tom pensó que alguien le estaba jugando una “brincadeira”. Jobim admiraba profundamente el estilo Sinatra.
Lo que parece cierto es que efectivamente hablaron por teléfono. 10.137 km. entre Los Ángeles y Rio, según Google. Jobim estaba en el boteco Veloso de Ipanema cuando le avisan que tenía una llamada desde los Estados Unidos. Sinatra fue directamente al grano, fiel a su personalidad. “Soy Sinatra, quiero hacer un disco contigo y quisiera saber si te interesa la idea”. Una de las calles que forma esquina en el bar pasó a llamarse Rua Vinicius de Moraes.
Antes de esa llamada telefónica Sinatra era considerado (esta manía típicamente norteamericana de inundar con marketing absolutamente todo) “La voz del siglo”. Estaba en pareja con Mia Farrow -30 años menor que él- y era, como dijimos, la voz dorada de un país que, al menos en el campo del entretenimiento y la cultura, irradiaba su hegemonía a prácticamente todo el globo, sacando ventaja a la URSS en la ansiedad expectante que planteaba la Guerra Fría.
Después de 1958 -año cero de la bossa nova, cuando J. Gilberto lanza Chega de saudade- el género se convierte en furor comercial, pero también produce un revuelo estético. Todos querían hacer la música que se estaba haciendo en Brasil. Hasta el inclasificable John Coltrane grabó Bahía, la música de Ary Barroso y tituló de la misma manera el disco que publicó en 1965.
Esta histeria comercial explica en gran parte -además del propio valor de la bossa, su fraseo sincopado y su tensión melódica y armónica- el interés de Sinatra por grabar con Antonio Carlos: era consciente de su posición relativa en ese momento de transformaciones culturales: el avance del rock, las pocas innovaciones de las big bands que lo acompañaban y la cada vez más acuciante presencia de The Beatles. Sinatra quería competir por el mercado.
Así presenta Sinatra este popurri incluido en el disco: “Instrumento: guitarra. Estilo: bossa nova. Artista: uno de los inventores de este excitante sonido, Antonio Carlos Jobim”. Este medley es simplemente fantástico, reúne en seis minutos la sensualidad y la sugerencia a la que puede llegar la bossa nova, al borde de la caricatura, en este caso edulcorada por Sinatra y los arreglos orquestales propios de la canción norteamericana.
No importaba que Jobim ya fuera un nombre propio en el mundo de la música. Su Garota de Ipanema sufrió tanta versiones como Let it be de The Beatles. Grabar las propias composiciones con Sinatra representaba una nueva consagración.
Francis Albert Sinatra & Antonio Carlos Jobim
A propósito de los nombres, algo para decir. Es la primera y única vez que Sinatra pone su segundo nombre en un disco. La interpretación más rápida fue que se trataba de una cuestión de cartel: la colaboración implicaba equilibrar el diseño del título, empatar el Antonio Carlos Jobim con una extensión similar.
Aunque su nombre era inacabable. Como si fuera un mandato, Jobim estaba destinado a hacer algo trascendente por su país. En este caso, revertir el flujo de commodities: exportador de granos, café y algodón, Brasil no proyectaba modificar su economía primarizada. El último país de América Latina en abolir la esclavitud. En definitiva Jobim -no únicamente él- generó el pase de enviar materias primas a exportar lo más alto del hacer humano: el arte, el lenguaje, los conceptos, la música. Antônio Carlos Brasileiro de Almeida Jobim no quería quedarse corto.
Cuando Tom Jobim murió en 1994, Sinatra dijo: “El mundo perdió a uno de los más talentosos músicos y yo perdí a un amigo maravilloso”.
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