Schavelzon, editor de grandes nombres de la literatura latinoamericana
Toda una referencia dentro del mundo editorial de habla hispana, Guillermo Schavelzon es uno de los agentes literarios más requeridos. Desde Barcelona dialoga con este medio sobre su reciente libro El enigma del oficio, donde repasa vínculos con escritores de la talla de Cortázar, García Márquez, Saer, Piglia y Bowles, entre otros. El estado de la industria editorial, el mundo analógico que ya no existe y lo relevante de acompañar humanamente a los autores, entre algunas líneas de esta entrevista. “Este no es el libro de un escritor, sino el de un testigo”.
“AUTORES: por el momento, debido a un exceso de trabajo, la agencia no acepta propuestas de representación ni manuscritos no solicitados”.
El cartelito, llamando mayúsculamente la atención de los AUTORES, aparece cuando uno entra el sitio web de la agencia Schavelzon Graham y hace click en la pestaña CONTACTO. Guillermo Schavelzon (Buenos Aires, 1945) no puede sumar a su staff a ningún otro escritor: no hay lugar, no hay agenda.
Hace más de 20 años que Schavelzon mora en Barcelona. Actualmente, desde la agencia que lleva adelante junto a su socia Bárbara Graham, se ocupa de la representación de alrededor de 60 autores y de la posibilidad de que la obra de éstos sea producida audiovisualmente: la adaptación al cine, más especialmente los servicios de streaming y las plataformas, son segmentos de buen rinde económico para escritores y guionistas.
En su larga carrera profesional, cuando con sólo 19 años comenzó a trabajar en Jorge Álvarez Editor, en la calle Talcahuano de Buenos Aires, en ese microclima de librerías jurídicas, forzado después de marzo de 1976 al exilio y fabricándose a partir de allí un lugar en grandes corporaciones editoriales de México y España, hasta cansarse de éstas y decidir montar su propia agencia, representó y trabó intimidad con muchos de los autores más destacados de la segunda mitad del siglo XX.
En sus cartas Julio Cortázar se refiere a las entonces pequeñas hijas de Schavelzon como “sus sobrinitas”; la portera del edificio madrileño de Mario Benedetti estimaba que Schavelzon era el hijo, o algo parecido, del poeta y su mujer Luz; Gabriel García Márquez, cuando no era el hombre de los Cien años de soledad y costeaba de su bolsillo sus primeros libros en la editorial de la Universidad Veracruzana, le pidió al argentino 500 dólares para ponerse al día con su alquiler en San Ángel Inn, Ciudad de México, con una promesa insólita: todos los derechos de edición “para siempre”.
El enigma del oficio. Memorias de un agente literario (Ampersand en Argentina; Trama Editorial en España; 2022) comienza precisamente con el retrato del controvertido de Jorge Álvarez. La naturaleza cada vez más obsesiva del joven editor, necesitada de orden y líneas de previsibilidad, entraba en crisis en ese ambiente de happening permanente que Álvarez propiciaba y estimulaba. Lo cuenta el mismo Álvarez en sus memorias, y cito de manera no textual: No soy de los que andan con el pie en el freno, soy más bien de los que aceleran.
Álvarez, el editor que simbolizó casi por azar una época, estrelló la editorial con su estilo un poco “fuera de realidad”, chocando en ese movimiento todo un equipo de trabajo. Más tarde, Álvarez se supo reinventar en Madrid involucrándose en el mundo del rock y la música popular argentina. La “experiencia Álvarez” resultó seminal para Schavelzon. La semblanza que abre El enigma del oficio está muy lejos de ser condescendiente.
Fue un joven Juan José Saer quien de alguna manera, indirectamente, hizo ver a Schavelzon otros horizontes. El caos de calle Talcahuano inspiró la idea de crear una propia editorial, después concretada bajo el sello de Galerna, donde el santafecino publicó Unidad de lugar.
Y así podríamos seguir, relatando, por ejemplo, la carta donde Osvaldo Bayer agradece al editor “haberle salvado la vida”. Schavelzon fue a recibirlo a Aeroparque, desesperado, cuando Bayer retornaba de un viaje a Neuquén: el apellido y nombre del autor de Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia había aparecido durante la víspera en las listas que difundía la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) en prácticamente todos los diarios.
Los milicos no perdonaron nunca la publicación de Los vengadores de la patagonia trágica, luego retitulada Patagonia rebelde debido al éxito del film. El autor partió por esas mismas horas hacia Alemania, llegando al vuelo dentro del maletero de un auto de la embajada germana. El editor, después de un par de bombas en su editorial, hizo lo propio hacia México.
Se trata, por supuesto, del relato de una historia personal que corre paralela a una más general, las memorias sobre un oficio donde el cuerpo y el otro daban sentido, en fin, el rescate de un mundo analógico antes de que éste se convierta en mito. Está en el libro toda una época de gran efervescencia de la que Schavelzon fue un protagonista, o como dice él, un testigo privilegiado.
-¿Cómo podría ilustrar, a grandes rasgos, los “enigmas” descubiertos -o a medio descubrir- luego de trabajar en el campo de la edición, durante décadas y en diferentes países, junto a autores de lo más disímiles?
Schavelzon- Los enigmas no se descubren, siguen siéndolo, creo que lo más importante es lo variable, rico e inestable de la gente que escribe o que publica, lo que no es ningún descubrimiento, porque seguramente es así en cualquier otra actividad. Lo que sucede es que trabajar con la literatura, con el lenguaje, es mucho más enriquecedor, me parece, que trabajar con una regla de cálculo, instrumento, por cierto, que ya no existe, y esto es una buena paradoja.
"El enigma es cómo ocupar un lugar profesional del lado del escritor. No hay una serie de pautas para aplicar sino que cada caso es absolutamente diferente”, le dijo a La Nación en 2022
-Hablemos de la industria y su injerencia cada vez más pronta y plena en la cultura. Hablemos de monopolio. El 70 por ciento de lo que se imprime en castellano está en manos de dos grupos que solo ven planillas excel. ¿Cuánto lugar existe, o mejor, cuánto queda, para poder ejercer el oficio de editor, también de autor, de una manera audaz, teniendo la libertad para optar por riesgos, con un estilo un poco a contracorriente?
Schavelzon- Cuando hace un par de años traté de hacer una estimación monetaria del mundo del libro en español, calculé que sumaría unos 3.500 a 4.000 millones de dólares (de los cuales 2.800 son de España). Si los dos grandes grupos representan el 70%, digamos unos 2.800 mdd, quedan más de 1.000 millones en manos de otros editores. No hay en Latinoamérica estadísticas confiables, por lo que estos números hay que tomarlos como un ejercicio, seguramente inexacto. Esta cantidad que resta, es la producción de -entre otras cosas- las editoriales medianas y chicas, y en éstas no se trabaja de manera industrial, no se busca la ganancia a cualquier precio, ni se toman las decisiones de manera “científica”, como se le llama a la información que aportan los algoritmos, que las grandes editoriales adquieren a Google, Amazon, Apple, etc. Las decisiones las toma la editora o el editor, por algo que se llama “el olfato”, y que obviamente es una suma de criterios, gustos, influencias. Aunque esta cifra sea un poco exagerada, es un margen muy atractivo en el que moverse.
-Está muy atento a la situación de los mercados editoriales. Las editoriales “independientes”, sellos con pequeñas estructuras pero con ediciones de calidad en la mayoría de los casos, tiene una cierta salud en Argentina (donde el costo dolarizado del papel y el precio al consumidor pueden llegar a distorsionar por completo el negocio del libro). Hay circuitos, como la Feria de Editores (FED) de Buenos Aires, que representan un mercado singular. ¿Cómo ve el mapa de la edición actual en Argentina?
Schavelzon- Si Argentina, con poco más de 40 millones de habitantes, fuera un país económicamente estable, con una política educativa de Estado, no de gobierno, rompería las estadísticas de venta de libros de todo América. La Argentina tiene lo único fundamental, lectores, pero a éstos les cuesta sostenerse, por la caída constante del nivel de la educación pública y básicamente, lo que no requiere análisis de ninguna índole, económicas, de capacidad adquisitiva. El éxito de la Feria de Editores me parece la señal más importante de lo que hay de valioso. La gente que publica, la que vende y en especial los que compran allí, son lectores, no simples consumidores. Lo mismo sucede con las pequeñas librerías, cuya oferta la arma el librero, no se la impone la editorial. Las grandes librerías, las cadenas, van perdiendo al lector, porque generan desconfianza, no existe el librero profesional, amante de los libros, conocedor de los gustos de sus clientes. En síntesis, las editoriales independientes (por decirles de esta manera) dependen de situaciones ajenas a la edición y la lectura, como son las cuestiones políticas y económicas, en las que obviamente no tienen ninguna influencia y sólo pueden ser víctimas.
"En los grandes grupos las decisiones se toman en función de la información que proveen los algoritmos. En cambio, el editor independiente no consulta a los vendedores a la hora de publicar, publica lo que quiere y en lo que cree”
-Lo leí decir que la relación o la dificultad en el acceso al dinero de muchos escritores latinoamericanos es deterrminante en relación a autores europeos o norteamericanos. Sin duda las condiciones materiales precisamente condicionan los desarrollos. Esto rara vez se menciona, con excepción de Mariana Enríquez, quien sostiene la tesis. ¿Qué puede decir al respecto tras años de experiencia en distintos países?
Schavelzon- El acceso al dinero para un escritor es siempre difícil, porque no depende solo de los derechos de autor por la venta de sus libros, sino de una serie de actividades alrededor del libro, que en los países con más recursos siempre se pagan, desde asistir a una feria, presentaciones, talleres, conferencias, artículos, colaboraciones en la prensa, hasta giras por colegios de todo el país. Sin duda un escritor que tiene que trabajar ocho o nueve horas en algo totalmente ajeno a su interés (una oficina, un banco, un comercio), tendrá mucho más difícil escribir, lo que no puede no influir en la calidad de su trabajo, además de convertirlo en un trabajo insalubre, porque escribe de noche, en fines de semana, en vacaciones -si las tiene-, lo que implica desatención de su entorno familiar o social, con sus consecuencias.
-Presenció sucesivos cambios y actualizaciones dentro del negocio editorial, y más ampliamente profundos cambios culturales y de comunicación. ¿Cuáles fueron, desde la mirada del editor, los artefactos o sucesos que en su momento más calaron en la manera de afrontar su oficio?
Schavelzon- A partir de los años 90 los grandes grupos de comunicación (televisión, cine, diarios y revistas, publicidad), creyeron que la edición podía incorporarse a sus actividades, así se fueron generando grandes grupos que fueron concentrando editoriales. Un fenómeno mundial. Penguin Random House, una empresa alemana, tiene hoy 250 editoriales, de las cuales 46 publican en español. Y peor es en países como Francia, donde las principales editoriales pertenecen a un grupo que también fabrica misiles, helicópteros de combate y otras maravillas. Lo que sucede es que el negocio del libro es relativamente pobre, al que le cuesta ganar un 10% anual, con la única excepción de Estados Unidos donde el mercado del libro es enorme. Yo confío en que los grandes grupos industriales irán retirándose de la edición de libros -ese mal negocio-, lo que favorecerá el desarrollo de más y mejores editoriales, lo que implica más y mejores posibilidades para los escritores, y para los lectores. Lo que no sé es cuánto tiempo más les llevará, pero no soy pesimista.
-En el terreno propiamente literario, en varios pasajes de El enigma del oficio menciona los Diarios de Emilio Renzi (Anagrama), los tres tomos donde se encuentra el verdadero Piglia. ¿Qué textos consultó o revisitó para buscar una cierta estructura o tono en su libro?
Schavelzon- Yo soy un lector empedernido, y los Diarios de Emilio Renzi quizás sea la obra que más veces he releído, y que seguiré releyendo. Cada vez que los leo encuentro cosas que juraría que en la lectura anterior no estaban en el libro, y percibir esto es lo más enriquecedor que puede sentir un lector. Como cuento en el primer capítulo, que hace las veces de prólogo, Piglia fue determinante para que me pusiera a buscar libretas de notas de años y terminar de armar este libro. La sensación es que él me dio permiso para hacerlo.
No consulté libros, aunque no hay duda que mis lecturas siempre estuvieron presentes. Tampoco hice mucha investigación, sólo traté de verificar fechas, no quería poner nada de lo que se encuentra muy fácil en internet. Mi libro es para pocos lectores, y a éstos no necesito darles los datos básicos de un autor, porque lo saben o lo buscan en un instante.
Tuve una experiencia interesante con varios lectores que me escribieron, que estuvieron presentes en alguna de las situaciones que cuento, y sin embargo ellos las recuerdan de otra manera. Por eso insistí en que no contaba las cosas como fueron, sino como recuerdo que fueron, lo que me devuelve a las reflexiones de Ricardo Piglia.
Edición video de portada Marcos Pedrosa
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