Pachinko: una deslumbrante, cautivadora y épica serie surcoreana para ver este finde largo
Basada en la exitosa novela del mismo nombre de la escritora Min Jin Lee, la serie nos presenta la historia de una familia coreana en el Japón del siglo XX. Cuatro generaciones que tratarán de sobrevivir y encontrar su identidad en un país que se les presentará siempre hostil.
Pachinko es una serie surcoreana que consta, en su primera temporada, de 8 episodios. El drama de época que retrata el éxodo de una familia y la disección de la identidad, sobre todo cuando la cultura de los ancestros se ve sometida, despreciada, exiliada.
Primera producción coreana en realizarse con Apple TV+, que contó con un presupuesto de más de 100 millones de dólares, por lo que se posiciona como una de las series asiáticas más caras de la historia. Producida en tres idiomas: coreano, japonés e inglés, y filmada en cuatro países: Corea, Japón, EEUU y Canadá.
Estamos en 1989, Solomon Baek (Jin Ha) se educó en los Estados Unidos, se licenció en Yale y está bien posicionado en la compañía en la que trabaja, pero se da cuenta que no importa que posea las mejores cifras de su departamento: los jefes encuentran cualquier excusa para retrasar su ascenso y un justificado aumento de sueldo. Tiene una idea para abrirse camino en la empresa: se ofrece a instalarse en el Japón en el que se crio para convencer allí a una inmigrante coreana anciana que se niega a vender la parcela de su casa para construir un hotel de más de 500 habitaciones. Quiere aprovechar sus raíces coreanas para convencerla a aceptar el cuantioso cheque: no puede parar el progreso.
Pero la historia se bifurca a través de la recuperación de su identidad al entrar en contacto con su abuela Sunja (Youn Yuh-jung, la ganadora del Oscar por Minari), la verdadera protagonista de la serie, y de darse cuenta que no importa cuánto se adapte a las sociedades en las que se desenvuelve: su identidad coreana forma parte de él y se instale donde se instale cargará siempre con su condición de inmigrante.
Pero también tenemos otra línea temporal, la de principios del siglo XX, donde conocemos el pasado de Sunja (interpretada por Yu-na en la infancia y una extraordinaria Kim Min-ha en la juventud –lo que me ha hecho llorar esta actriz nobel es intraducible en palabras, una actuación superlativa-) desde las circunstancias de su concepción en una Corea rural, a las dificultades de crecer en un país ocupado por Japón y las consecuencias de cruzarse con Koh Hansu (Lee Min-ho), un empresario adinerado que es “Zainichi”, es decir, un coreano residente en Japón que está de regreso para hacer negocios.
En una escena Koh Hansu le regala un reloj a Sunja (como compensación por haber desaparecido varios días), ella le dice que ni siquiera sabe cómo leer el tiempo, él le dice que le va a enseñar, que es inteligente y aprenderá rápido, a los pocos segundos él nos desilusionará a todos y será el detonante del desarraigo de Sunja. Esta línea temporal, melodramática y épica, nutrirá constantemente a la otra, más cotidiana y emotiva.
La adaptación de la novela (que ya tiene confirmada una segunda temporada) cuenta con un equipo formado por la creadora coreana-americana Soo Hugh (The terror) y los directores, también coreanos-americanos, Kogonada (uno de los grandes del Siglo XXI, creador de Columbus y After Yang) y Justin Chon (Blue Bayou) que dirigen cuatro capítulos cada uno.
Es imposible no establecer paralelismos entre sus procedencias (ya sea porque nacieron en Corea del Sur o porque sus padres eran de allí) y la sensibilidad de la obra, con una mirada poética de la naturaleza, de sus orígenes y del mundo interior de los personajes.
El “pachinko” es un sistema de juegos muy similar al de los pinballs, que combinan un moderno sistema de video con el clásico juego de bolitas que van cayendo, se ubican uno al lado del otro en locales que parecen casinos. La metáfora en el título está servida, al igual que una de esas bolitas metálicas del juego, los personajes de la serie se precipitan a toda velocidad; golpeándose contra obstáculos que modifican su camino constantemente mientras intentan adaptarse lo mejor posible a las circunstancias.
Mirá el tráiler oficial:
Pachinko habla también sobre la violencia que enfrentaron las mujeres coreanas durante y después del dominio japonés: a Sunja no sólo se le negó el acceso a la educación, estuvo a punto de ser violada en su adolescencia, y tuvo que hacerle frente a una sociedad altamente machista obsesionada con el honor. Una sociedad que espera que las mujeres se sacrifiquen constantemente por su familia, y que ni con el paso del teimpo se pueden librar de esa carga. Dice Sunja, ya abuela: “entonces, ¿ese es nuestro propósito? ¿Sacrificarnos constantemente por nuestros hijos? ¿Cuándo se termina eso? ¿Al morir?”.
La música de Nico Muhly es exquisita y colabora a que permanezcan escenas en nuestra memoria mucho tiempo después de verla: ya sea un juego entre padre e hija en el medio de un mercado de pescados, una conversación sobre el arroz que desencadena la tristeza por la tierra abandonada o una madre doblando la ropa de la única hija que se irá para siempre a otro país.
En Pachinko todo es bello, desde sus créditos iniciales que alternan imágenes que simulan fotos de archivo con sus protagonistas bailando en el local de juegos sobre una coloratura estridente, a sus impresionantes planos aéreos en los que contrasta la ruralidad de principios de siglo con el urbanismo y la modernidad de finales de esa época.
Es una potente serie sobre los orígenes, sobre el desarraigo, sobre las diferentes formas de poder, sobre la opresión violenta (la ocupación de Corea) pero también simbólica (las corporaciones y el capitalismo). Sobre cómo los obstáculos a los que se enfrentan personas de muy diferentes generaciones se repiten cíclicamente. Y fundamentalmente sobre cómo el consuelo a veces puede venir de lo más simple: un almuerzo, una charla, una mirada o un abrazo.