Pandemials, o cómo crecer a la sombra del coronavirus
Así piensa la generación que vivió la pandemia en plena etapa de crecimiento. Un grupo de niñas, niños y adolescentes cuentan cómo fue jugar, estudiar, aburrirse, amar y proyectar en el confinamiento. Mirá sus historias.
Magalí siente que desde que comenzó la pandemia creció su mente pero no su cuerpo. Tiene 11 años y dice: “De tanto estar con grandes se te pone grande la mente”. Nicolás, que pasó a la secundaria, tiene “unos tremendos nervios” de enfrentar esa etapa solo, sin su amigo al que no ve hace un año. “Espero que haya pasado de grado”, suspira. Ahora mismo, a Juana, de 18, se le hace difícil pensar en una idea de futuro. “No queda otra que vivir el presente”, se resigna.
Sus palabras encierran la sabiduría de una generación que vive la pandemia en plena etapa de crecimiento. La llegada del Covid-19 afectó sus rutinas, sus aspiraciones y sus sueños. En este informe, un grupo de chicos y chicas de entre 6 y 22 años cuentan cómo fue jugar, estudiar, aburrirse, amar y proyectar en el confinamiento.
En comparación con otras regiones, Argentina se encuentra entre los países que vivió el cierre de escuelas más largo del mundo. “Un día -dice Enzo, 22 años- terminé el cursillo para entrar a la facultad, pero no volví nunca más. No pisé Ciudad Universitaria”. Juana egresó del Manuel Belgrano el año pasado, su acto de fin de curso fue virtual por eso considera que no pudo cerrar una etapa. “Yo estaba negada, no quería que el 2020 me deje ningún aprendizaje”, explica.
Según Unicef, las escuelas de Sudamérica permanecieron completamente abiertas solo 6 días el año pasado, cifra más baja que el promedio global de 37 días y que cualquier otra región del mundo.
“Mi seño, no me acuerdo como se llamaba, me mandaba videos explicando matemáticas”, cuenta Lucas, de 9 años. Es hermano de Magalí y Nicolás, alumnos de la escuela Ricardo Nasiff, de Argüello. El año pasado sus padres tuvieron que vender sus dos celulares para compraron uno nuevo, en condiciones, porque en la casa no hay computadora. Ese fue el teléfono que usaron, por turnos, sus cuatro hijos. Otras familias no pudieron ni siquiera eso.
Sin escuelas, las consecuencias fueron devastadoras para el aprendizaje y el bienestar de los niños, niñas, adolescentes. Muchos cayeron en el trabajo infantil, que según la Cepal y OIt aumentó entre 1 y 3 puntos. Otros perdieron el lugar donde encontraban apoyo. “Acá estaban las únicas personas más amables”, dice Nicolás.
Vera tiene 6 años. En 2021 comenzó, de manera virtual, el primer grado en el Instituto Domingo Zipoli, una de las escuelas que no pudo retomar la presencialidad por problemas edilicios. Su primera tarea de Leguas, impresa en una hoja A4, dice: “Dibujate jugando o haciendo las tareas del cole”. Pero Vera no sabe qué es el cole. Tuvo sólo un día en salita de cinco, el ciclo no se cerró. La sensación de círculo abierto, de dibujo no terminado, atraviesa a todos.
Para muchos, las clases virtuales fueron un trastorno. La comunicación diaria entre los estudiantes y los maestros en escuelas primarias estatales cayó, durante el 2020, 11 puntos porcentuales entre junio y noviembre: era el 51% el porcentaje de chicos que se conectaban a diario en junio y pasó al 40,1% en noviembre, según un informe del Observatorio Argentinos por la Educación.
Al principio, para salir un poco y distraer la cabeza, Enzo comenzó a trabajar de delivery. Hasta que tuvo que pedalear seis kilómetros para llevar comida a las dos de la madrugada. Después, dejó de hacer actividad física. Dice que el cambio más radical que sintió fue en el cuerpo. “Subí de peso, tuve dolores de espaldas, tuve un vitiligo nervioso”, dice. Comenzó a jugar en la computadora y a pasar horas sentado.
Su relato encaja con lo expuesto en “Juventudes Cordobesas y pandemia'', un relevamiento de opiniones, miradas y perspectivas futuras realizado a mediados de 2020 por la Agencia Córdoba Joven. De una muestra de 1100 jóvenes de entre 14 y 35 años de toda la provincia (56,7% mujeres, 41,9 varones, 1% no binario y 0,4% identidades trans), la mayoría expresó que pasa mas horas frente a la pantalla. El 56% dijo haber sentido más “angustia y depresión” y 7 de cada diez vivió “momentos de mayor ansiedad”. Entre las principales preocupaciones, además del contagio y la pérdida de familiares o seres queridos, se encontraba la situación financiera familiar y la pérdida del trabajo propio.
De acuerdo al trabajo del área del Área de Inclusión Social de Unicef Argentina, basado en fuentes primarias, en la actualidad hay 2.600.000 de hogares (en los que viven niños, niñas y adolescentes) que tienen sus ingresos laborales reducidos como consecuencia de las medidas tomadas durante la pandemia. Por otro lado, un estudio de CIPPEC mostró que los jóvenes de bajo nivel educativo y con trabajos informales fueron los más afectados por la caída del empleo durante 2020.
Durante meses, las agendas mediáticas se saturaron de noticias sobre el coronavirus y la palabra “jóvenes” apareció, mayormente, junto “fiesta clandestina”. Juana y Enzo aseguran no haber participado. “Aprendí a esperar”, dice Juana. “Por supuesto que moría de ganas de ver a mis amigas, pero tenía que esperar para cuidar a los que quiero”, agrega.