Descontrolados
Las consecuencias del caso Romo no se detienen.
La sagrada siesta policial cordobesa se vio sacudida por una nota que aparecía en el portal de Cadena 3 al filo del mediodía, cuyo titular anunciaba que 4 de cada 10 policías de Córdoba no saben disparar.
En la bajada, se informaba que Cadena 3 había tenido acceso exclusivo a los últimos exámenes de los integrantes de la Policía de Córdoba, que revelaban serias y graves deficiencias en la formación y capacitación policial.
Era mas que evidente que en medio de las nuevas y escandalosas novedades y detalles del asesinato de Jonatan Romo, alguien había hablado.
A pesar de que la nota no mencionaba nombres, los datos y la temática apuntaban inequívocamente a una persona tan informada y documentada como despechada, de ser la posible autora de semejante infidencia, que tiraba por el piso y dejaba en absoluto ridículo el argumento-relato construído por años desde el oficialismo, respecto de la capacitación policial. Argumento-relato que se renovaba e incluso se incrementaba -supuestamente- tanto en calidad como en cantidad, luego de la ejecución del inocente de turno.
Todo indicaba que un uniformado cordobés con demasiada bronca y muchísimo resentimiento, había dejado como un ingenuo aprendiz del daño y el despecho, al ex Ministro de Economía Martín Guzmán.
Las redes policiales comenzaron a levantar temperatura y se comenzaban a especular nombres.
El deseo de producir dolor era más que evidente: Jonatan Romo había muerto por asfixia mecánica, no a tiros. Y lo que salía a la luz era la capacitación referida a la práctica de tiro, que podría decirse, no venía al caso: no aportaba absolutamente nada al esclarecimiento del brutal asesinato. Por el contrario daba la impresión que alguien que había sido obligado a irse de las filas policiales, había decidido filtrar el primer informe que tuvo a mano. O tal vez, el que consideró más dañino.
El Ministro Mosquera, al borde del bochorno, sentía que su polera casi no lo dejaba respirar. La furia en El Panal era de una magnitud similar al deseo de venganza mezclada con incertidumbre que se vivía en la Jefatura de Policía.
El ex integrante del E.T.E.R. y actual Subjefe de la Policía de Córdoba, Comisario General Ariel Darío Leclerc recibió la orden de neutralizar inmediatamente al hasta ese momento ignoto amotinado. Pero hacia dentro de Jefatura, ya todos sabían que Leclerc, cual guion hollywoodense, tendría que enfrentar a un antiguo compañero de la fuerza de élite cordobesa, en un duelo mediático sin precedentes.
En medio de la fría noche cordobesa, el rostro del maldito apareció en Canal Doce, en el último bloque de Telenoche: con un atuendo casual, el ex E.T.E.R Julio César Faría, en una alocución bastante autorreferencial vomitó datos internos sin cesar, procurando y logrando dejar a toda la cúpula policial en absoluto ridículo. Pero como un total novato en lo que a tiroteos mediáticos se refiere, no advirtió que sus proyectiles traspasaban el cuerpo de sus odiados enemigos e impactaban de lleno en el Gobierno Provincial, causando un tembladeral político de impredecible final.
Determinados y casi fatalmente condicionados por la azul genética institucional que portan, que de una manera casi incontenible los lleva a protagonizar este tipo de salvajes y sangrientas vendettas; y paradójicamente, habiendo pertenecido los protagonistas al E.T.E.R. o habiendo sido los máximos responsables de la formación policial; si se tiene en cuenta la historia completa de éste drama que le costó la vida a Jonatan Romo y la vergüenza a toda una provincia, podemos afirmar que con absoluta incapacidad de resolver la cuestión, todos los integrantes de la cúpula policial demostraron ser los peor capacitados para administrar una situación de crisis, ya que la furia los encegueció y los llevó en un arrebato secuencial y progresivo de dolorosas y costosas revanchas, a éste patético, lamentable y denigrante estado de caos institucional.
Como en el caso de Blas Correas, comenzaron a disparar a mansalva y de manera indiscriminada. Sólo que ahora los victimarios eran Oficiales del Estado Mayor, no Cabos. Y sin tomar en cuenta o sin importarles en absoluto que los proyectiles de aleación de puro odio con los que habían cargado sus armas, podrían impactar en áreas vitales del cuerpo político del mismísimo Gobernador de la Provincia. Con esto dejaron demostrado in situ y ante la mirada atónica de miles de cordobeses, que efectivamente su formación es tan lamentable como carente de una mínima perspectiva institucional.
Desde esta columna veníamos advirtiendo insistentemente sobre los intensos e irreparables odios que se habían generado en la cúpula policial a raíz de los hechos que le costaron la vida a Jonatan Romo; odios y viejos rencores que aprovechando la desgraciada coyuntura, sirvió para que los oficiales superiores que debían conducir la Policía de Córdoba, sacaran a la luz todas sus miserias y podredumbres, que ha hundido a la fuerza en una crisis inédita. Porque ya no sólo los acusa la sociedad sino que sin importar el espectáculo que están dando, parecen determinados a canibalizarse entre sí.
Esta vez han llegado demasiado lejos. Pero lamentablemente siguen siendo las crisis y no la planificación las que generan y determinan los cambios en el sistema de seguridad cordobés.
La única certeza que queda es repetir una vez más, que los integrantes de esta Policía no escatiman palizas, escándalos ni daños a (casi) nadie en esta provincia, ni siquiera ellos mismos ni el gobierno están exentos de padecerlos. Y demuestra a los pocos ingenuos e incrédulos que aún quedan, que el hábito policial de eliminar al que los confronta de algún modos, es tan fuerte, naturalizado y arraigado en los integrantes de la Policía de Córdoba que se repite y se continuará repitiendo a lo largo de su historia, mas allá de las circunstancias, con distintas modalidades y formatos, hasta que desde el Poder se decida un radical cambio de perspectiva.
Aún esta por verse cuál será el destino de Julio César Faría, porque al momento de sus dichos, al parecer, aún no estaba efectivamente jubilado, y el Nuevo Tribunal de Conducta podría proceder con un rigor inusitado sobre su persona y sobre su carrera policial.
Tampoco hay certezas de los alcances de la casi segura purga policial y política que parece inminente. La única certeza es que casi con seguridad, algo tendrá que cambiar y alguien tendrá que pagar.
Como sea, el descontrol de los supuestamente más aptos, tal vez lleve obligadamente a reflexionar al gobierno, sobre la urgente necesidad de una profunda reforma del sistema policial cordobés. Porque hoy se advierte claramente que la próxima víctima, física o simbólica, puede ser literalmente, cualquiera.
Incluso, la actual gestión de gobierno. O el mismísimo gobernador Schiaretti, expuesto como nunca al frente de una causa con destino incierto y consecuencias impredecibles.