IA y gestión
La IA (inteligencia artificial) convive con nosotros. En innumerables actividades (prácticamente todas las que realizamos cotidianamente) apelamos a alguna de sus variantes, para tornar más ágil o menos inciertos nuestros pasos.
Los usos se han diversificado y profundizado. Desde los últimos años, con la “explosión” de aplicaciones utilizadas por nuestros buscadores; la irrupción de Chat GPT y sus competidores en lo referente a la creación de producciones diversas; la asistencia con que cuentan las diversas plataformas de entretenimiento; además de los variados y complejos softwares específicos que se utilizan en materia de industria, comercio o servicios y en la provisión de bienes públicos o de interés público (administración pública, justicia, seguridad, salud educación, cobros de impuestos o tasas, etc.), nos enfrentamos a una dimensión de imbricación entre las realidades material y virtual, en la que solemos sorprendemos frente a resultados o consecuencias que no parecen decididas por nosotros (o en todo caso, no por una de nuestras mejores versiones).
Todo ello en aras de la celeridad, la eficiencia, la eficacia… Irónicamente podríamos decir que se trata de principios plasmados en nuestra Constitución, pero “apropiados” y “customizados” por estas entelequias cuya ánima parecen ser los algoritmos.
Se habla del uso de la inteligencia artificial casi como de una “exteligencia”, es decir un conjunto de conocimientos que se encuentra fuera del cerebro de las personas. A la que se utiliza en modo creciente y casi inconsciente no sólo como apoyo de las decisiones humanas, sino para que lisa y llanamente resuelva por nosotros, considerados individual o colectivamente, del modo más profundo e irreversible, en innumerables aspectos.
IA y la vieja matriz FODA
¿Es posible clasificar a esta dinámica e inasible realidad con un prisma del siglo pasado? Haremos el intento, aplicado a organizaciones (empresas o estructuras gubernamentales y no gubernamentales).
Entre las fortalezas, se cuenta a la llamada “automatización de procesos”, pues mediante algoritmos de IA es posible repentizar rutinas, redirigiendo el rol del personal jerárquico u operativo a fin de enfocarlo en actividades más estratégicas y creativas. Agregamos que, por aplicación de estos sistemas, se puede analizar y evaluar el desempeño de los recursos de la organización (como personal, inventario, intangibles o equipos) para desarrollar modificaciones que maximicen la eficiencia operativa y modifiquen la estructura y relación de costo/beneficio.
Entre las oportunidades, yendo a la consideración de la “big data” que según tantos pensadores contemporáneos define de diversos modos al presente (desde Bauman o Zizek hasta Harari o Chul Han), la IA es formidable para analizar información, pudiendo procesar grandes volúmenes de datos de manera más rápida y efectiva que un grupo humano, facilitando la identificación de patrones, tendencias y ventajas. Esto permite una creciente capacidad predictiva, pues basada en datos históricos, pero en tiempo real, la IA puede predecir escenarios de comportamiento del mercado, preferencias de los clientes o usuarios, como también otros factores relevantes para tomar decisiones.
Finalmente, puede mejorar la experiencia de clientes o usuarios, pues mediante chatbots, sistemas de recomendaciones personalizadas, y la ponderación de opiniones en redes, la IA señala caminos para comprender necesidades y expectativas, para mejorar los índices de satisfacción y acrecer la fidelización (incluso de “jugadores” del “ecosistema” que integren, como proveedores o competidores).
Entre las debilidades, señalamos la “Dependencia” o confianza excesiva en la IA. Ello puede afectar (por descuidar) el criterio y experiencia de los decisores, lo que podría complicar la visión estratégica y la implementación táctica de la organización. También podemos mencionar que la IA no está libre de fallas técnicas, incluso errores. En un momento crítico, sin alternativas a la IA, se podrían causar problemas operativos, interrupciones en la cadena de suministro, mala praxis en la prestación, etc.
Entre las amenazas, los expertos señalan el fenómeno conocido como “sesgo en los datos”, puesto que dentro de las “redes neuronales” en las que los sistemas de IA son entrenados, han aparecido y pueden seguir apareciendo incidencias o prejuicios raciales, de género, despectivos de la propia entidad humana, etc., con aptitud de reflejarse en las decisiones adoptadas. Señalamos también la falta de regulaciones, locales o internacionales, siendo que los propios desarrolladores de IA vienen reclamando un orden que, sencillamente, ponga límites. Por otra parte, la automatización impulsada por la IA puede llevar a la reducción de empleos, lo que puede generar conflictos corporativos e incluso sociales o políticos. Completamos (sin agotar) este ejercicio señalando que el uso de IA importa recopilar y procesar gran cantidad de información, que debe tratarse de la forma adecuada, para no violar la intimidad de innumerables redes o grupos humanos internos o externos a los procesos realizados, lo que puede generar graves daños y conflictos.
Hace más de medio siglo, el inolvidable Isaac Asimov planteó tres leyes de vigencia inalterable: 1) Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño. 2) Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entran en conflicto con la Primera Ley. 3) Un robot debe proteger su propia existencia, siempre y cuando esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley. No las perdamos de vista. Ni soslayemos que el genial autor de “Yo, robot” -entre tantos títulos-, no necesitó de IA para desarrollarlas.