Sobre inteligencia, redes y desborde social
Robos masivos. Robos pirañas. Hordas. Infinidad de robos. Apropiaciones organizadas. Intentos de generar confusión. Vandalismo. Robos cometidos por varias personas. Estos son solo algunos de los tantos intentos semánticos que, en estos últimos días, ensayaron los principales actores políticos provinciales y nacionales para nominar a la criatura, en un enorme esfuerzo idiomático por no llamarla por su nombre.
Aunque con otra finalidad —inicialmente estuvieron orientados a cortes de calles y cortes de rutas— los primeros mensajes que preanunciaban la tormenta, comenzaron a circular por redes sociales a comienzo y mediados de la semana pasada, con una intensidad notable y creciente. Y llegaron a su clímax durante el inicio del pasado fin de semana largo. Eso puede verificarse con cierta facilidad, porque las redes sociales de policías y ex policías registraron esos datos y advirtieron su existencia.
Facebook, pero sobre todo WhatsApp, se han convertido en las autopistas favoritas de estas confabulaciones que, por lo general, comienzan con cuidadas y guionadas instigaciones, y que tienen dos objetivos muy claros: el primero, incitar masivamente a cometer ciertos hechos próximos a la rebelión, que basados y motorizados en la bronca y el descontento social, no son otra cosa que delitos. El segundo objetivo, la pretensión de anonimato de sus autores. Porque estos mensajes o guasap (cf. recomendaciones de la Real Academia Española) son convenientemente difundidos en perfiles tan cuidados y logrados, como falsos.
Distribuidos generalmente a través de audios que intentan ser tan espontáneos como verosímiles, imitando tonadas, giros, modismos y terminologías propias de los sectores sociales a los que se pretenden llegar con el mensaje —que contrariamente a lo que se cree, no siempre tiene por objetivo las poblaciones empobrecidas y marginales, porque en el arte de la conspiración hay para todas, todos y todxs, aunque muchxs se crean o autoperciban inmunes a ellas— en ocasiones resulta demasiado evidente que estos contenidos están prolijamente guionados. Incluso en algunos casos parecen grabados en estudios de audio y cuidadosamente editados.
Una vez logrados estos modernos cóctel molotov de la Era Digital, se los echa a volar por el universo virtual. Pero no en cualquier dirección sino claramente orientados a grupos sociales muy específicos, que son los que se tuvo en vista en el inicial y cuidadoso trabajo de diseño del “producto”.
Allí comienza la segunda etapa de la insidiosa acción: tratar de lograr masividad. Por novedoso, por próximo, por llamativo, por catastrófico, por trágico, o por todas esas razones juntas, hay una alta probabilidad que todas, todos y todxs de manera consciente o inconsciente, nos transformemos en los trasportes digitales de esos mensajes con espoleta que en muy pocas horas generalmente logran el galardón oficial de la empresa: Reenviado muchas veces.
Porque el fin no es otro que el contenido del mensaje sea guasapeado y también feibuseado (cf. Manual de Estilo de La LBC - La Banda de Carlitos) y reproducido tantas veces como sea posible. La multiplicación del mensaje, cientos o miles de veces, es el premio a la dedicada tarea de diseño de los artesanos del conflicto.
LA PALABRA MALDITA QUE NADIE QUIERE MENCIONAR
¿Qué entendemos por saqueos, esa mala (y dolorosa) palabra (cf. Roberto Fontanarrosa) del diccionario político argentino? Podemos definir a los saqueos como robos colectivos, es decir delitos contra la propiedad, pero también contra las personas (no se debe perder de vista las enormes consecuencias intrapsíquicas que tales hechos generan a las víctimas), protagonizados por grupos integrados por un número indeterminado de personas; que en todos los casos tienen, cuanto menos, un mínimo de organización previa; y que se producen, y reproducen socialmente con mucha velocidad, en contextos de crisis económicas y/o políticas.
Y de allí su singularidad: porque los saqueos a diferencia de un robo común no solo tienen inmediatas consecuencias económicas y personales, sino también consecuencias políticas y sociales, toda vez que actúan como detonadores de otros hechos similares que impactan de lleno en la realidad institucional del país.
Estos hechos requieren condiciones objetivas para tener existencia. Del mismo modo que un incendio forestal técnicamente requiere las condiciones ideales para producirse y que se conocen como REGLA 30/30/30 (Humedad relativa menor al 30%; más de 30°C de temperatura; y un viento de más de 30 km/hora), los saqueos necesitan no solo condiciones económicas, sino también requisitos institucionales, que se materializan y visibilizan en crisis políticas y de gobernabilidad.
Porque del mismo modo que la probabilidad de producirse incendios forestales en un campo verde es muy próxima a cero, los saqueos tienen escasa o nula posibilidad de existencia en condiciones económicas favorables, con gobiernos consolidados y que tengan niveles de legitimidad aceptables.
Pues bien, si repasamos el escenario post P.A.S.O., nos encontramos con el siguiente panorama:
* En una semana, el peso argentino se devaluó formalmente, un 20%. Pero los precios aumentaron, en algunos casos, entre un 50 y un 100 %.
* Tan súbita y por momentos alocada fue la suba de precios que muchos comerciantes optaron por dejar de comercializar productos por un tiempo.
* La inflación mensual de este mes se proyecta con dos dígitos.
* En ese contexto de deterioro diario del poder de compra, los salarios han quedado total y completamente desactualizados.
* Esto ha generado que, por ejemplo, adquirir un producto tecnológico de uso masivo como una computadora —un bien que en todo el mundo es considerado indispensable para llevar adelante procesos educativos y laborales— hoy está reservado de manera casi exclusiva a personas con niveles de ingresos muy altos.
* Los niveles de indigencia son altísimos, para la tradición argentina y para cualquier país mínimamente organizado. Miles de personas, luego de la última devaluación, han quedado muy por debajo de los niveles de pobreza.
* Todo esto configura un cuadro donde la tremenda crisis económica muchas veces queda opacada por la enorme crisis institucional. Por esa razón, uno de los peores presidentes que padecimos los argentinos desde el regreso de la Democracia a la fecha, Fernando de la Rúa Bruno (1999 – 2001), parece tener hoy un aguerrido competidor peronista por el podio: Alberto Ángel Fernández Pérez (2019 – esperemos que diciembre de 2023)
Como vemos, al igual que en el caso de los incendios forestales, las condiciones objetivas para el incendio político están dadas. Y más allá de discusiones y debates sobre intencionalidad o no —que abordaremos a continuación— se debe reconocer, antes que nada, la responsabilidad muchas veces invisibilizada en estos análisis, de los que permitieron o propiciaron que estas condiciones objetivas, existan.
¿ESPONTÁNEO O INCITADO?
Una vez comprendidas las condiciones de existencia de los saqueos —un contexto de crisis económica, pero sobre todo política e institucional— pasamos al siguiente nivel de análisis.
Y aquí nos encontramos con los casos en los que el desborde se intenta o se produce, como hemos visto en los últimos días. Cuando estos hechos se manifiesta, se genera un debate casi automático, referido a si son organizados e intencionales, o si por el contrario los saqueos se producen de manera espontánea.
Entendemos que con los niveles de experiencia política que existen en nuestro país en relación a este tipo de desborde social, habilitar la discusión que intenta dirimir si estos hechos obedecen a causas intencionales o espontáneas —del mismo modo que sucede en el caso de los incendios forestales— entendemos que no deja de ser un acto de ingenuidad política o por momentos de ignorancia investigativa (cuánto menos) en lo que se refiere a este fenómeno político, económico y social que afecta la seguridad de las sociedades modernas.
Porque la experiencia en materia de investigación de hechos similares, nos lleva a afirmar que los saqueos, en tanto HECHOS SOCIALES COMPLEJOS Y MULTICAUSALES, en todos o en casi todos los casos SON ORGANIZADOS, aprovechando o generados por una realidad objetiva previa como la descripta.
La posibilidad de que se den casos de saqueos espontáneos, tiene un grado de probabilidad muy próximo al cero absoluto. Y al igual que sucede con las muestras positivas ADN, no se puede confirmar la certeza total por meros criterios lógicos y de probabilidades matemáticas y estadísticas.
En todo caso, lo que se debería discutir con mayor nivel de seriedad es si esa organización es superficial, es decir, próxima o circunscripta a las personas que cometen el hecho; o si, por el contrario, la organización de estos hechos es estructural, profunda y coordinada, es decir, ideada usando aquellas necesidades objetivas y reales de la gente, pero instrumental a un plan político, que incluye a todos los actores políticos —los reales— y no solo a quienes se autoperciben como dirigentes.
Tampoco debe descartarse la coexistencia de ambos fenómenos en los procesos de organización, es decir el nivel que hemos denominado superficial y el nivel estructural, algo que, en términos de probabilidad, es lo que se observa ocurre con mayor frecuencia.
Incluso y dentro del análisis de aquellos hechos organizados a nivel estructural, podríamos distinguir y analizar otro tipo de saqueos, más organizados, invisibilizados y social e institucionalmente tolerados. Pero entendemos que el debate, en este caso, solo esta circunscripto a saqueos solo de comercios y expendios de alimentos.
“ESE MUERTO NO LO CARGO YO…”
Superado —en principio— el eterno debate filosófico-conspirativo sobre intencionalidad o espontaneidad en el origen de los saqueos, observamos que casi toda la dirigencia política ha salido —algunos más rápido como en el caso Córdoba, o más lentos como en el caso de Buenos Aires— a reconocer la existencia de la criatura, intentando como dijimos al principio, no nombrarla, aunque consideramos que ello es inevitable. En ese sentido, la reciente modificación —lograda en tiempo récord— del Código de Convivencia de la Provincia de Córdoba, es una muestra elocuente de que se acusó recibo de la situación.
Pero no solo se ha reconocido la existencia de los saqueos. Si no también la de instigadores e incitadores, aunque se aclara de manera unánime que se desconocen por completo sus identidades. Todo esto en medio de declaraciones que hacen suyas el contenido central de la canción de uno de los más grandes intérpretes de la Vieja Guardia de la música clásica cordobesa, con la que titulamos este párrafo. Eso sí, completando el estribillo y rematando la rima: “que lo cargue aquel que lo mató” (cf. Carlitos “Pueblo” Rolán). Porque ese reconocimiento de la existencia de los saqueos, implica también y en el mismo acto, tomar distancia de ellos. Y para eso nada mejor que buscar o atribuir responsabilidades fuera de uno mismo.
Es que, en principio, a ningún oficialismo le conviene un escenario de caos en un año electoral. A ninguno. Salvo que ese caos sea tan inevitable que se opte por la experiencia de la explosión controlada; eligiendo cuándo, dónde y de qué modo se inicia el desborde; logrando de ese modo crispar y mantener en alerta máxima a todo el sistema de seguridad hasta fin de año, es decir hasta que concluya este complejo año electoral; utilizando para ello la enorme fuerza movilizadora generada por hechos tan frescos como dolorosos que habitan la memoria de todos los argentinos.
Aunque con menos probabilidades lógicas, también se abre la posibilidad que, desde algunos sectores, y fantaseando con instalar un presidente de la Nación que tenga un porcentaje de electores apenas superior al que votó al expresidente Arturo Umberto Illia Francesconi (1963 – 1966), intente un alocado escenario de traslado anticipado del poder, aun cuándo hasta la fecha solo se han definido las candidaturas presidenciales.
Con más lógica que la hipótesis anterior, encontramos la posibilidad de intentar crear, simplemente, un escenario de caos y una situación de gobernabilidad inviable que sin proponer ni intentar un traslado anticipado del mando, directamente selle el destino electoral del oficialismo, hoy aún vigente y con alguna probabilidad de lograr la presidencia de la Nación.
LA VIDA DE LOS OTROS
En cualquiera de estos posibles escenarios —absolutamente hipotéticos, por cierto; casi con certeza equivocados; y que seguramente incluyen opciones mucho más lógicas que las aquí propuestas— que la Provincia de Córdoba haya sido el lugar donde ocurrieron y sigan sucediendo la mayor cantidad de saqueos o intentos de saqueos en relación con la cantidad de habitantes, podría no ser casualidad. Los recientes hechos en Villa Carlos Paz y en Bell Ville, ciudades muy importantes desde lo poblacional, lo simbólico y lo político, refuerzan esta posición.
Y es que los cordobeses y cordobesas no tenemos —aún— una serie propia en Prime o Netflix sobre experiencias de furia social. Pero tenemos en nuestra memoria colectiva —entre tantas experiencias de procesos de convulsión social que se dieron en Córdoba y se expandieron al país— no solo aquel relativamente lejano y siempre próximo diciembre de 2001, sino el generacionalmente reciente diciembre de 2013 que, ante cualquier hecho mínimo de desborde social, activa todas las alarmas sociales y políticas. O genera la posibilidad de una incontenible explosión en cadena.
Como sea, incluso reforzando el personal de las fiscalías que tienen a cargo la investigación, existe una alta probabilidad que aquellos que fueron los (verdaderos) autores de un hecho de semejante envergadura, claramente no espontáneo, permanezcan habitando la nebulosa de la duda insuperable, muy próxima al rincón del olvido y la impunidad.
Se avanzará. Pero casi con certeza se llegará a niveles muy superficiales de responsabilidad, “perjiláceos” podríamos decir. Porque lamentablemente hay que reconocer que aún no hemos tenido voluntad política de desarrollar capacidad investigativa para poder bucear en las profundidades insondables de la conspiración moderna. Muchos hechos que han quedado impunes o que amenazan engrosar la larga lista de conspiraciones no resueltas, son una prueba elocuente de ello.
Escondidos en la masividad, pero sobre todo en la práctica de la impunidad, muy posiblemente jamás conoceremos quiénes idearon y generaron de manera coordinada y con fines políticos, semejante situación que en estos días pusieron en juego una vez más la salud psíquica, la institucionalidad y los bienes de los argentinos.
INTELIGENCIA, REDES Y DESBORDE SOCIAL
Las redes sociales vinieron a generar niveles de interacción social absolutamente impensados hasta hace muy pocos años. Los que pertenecemos a la generación en la que aún no existían, podemos dar fe de ello.
Pero a la par de sus enormes e innegables virtudes, como en cualquier escenario social, se han generado espacios de impunidad para la comisión de delitos, que se ven agravados por el alto nivel de complejidad y el anonimato que brindan a quienes saben utilizarlas.
Y todo indica que aún estamos tratando de comprender para —recién después— intentar desentrañar todo lo sucedido. Visualizar esto pone en evidencia el estado del arte en lo que a investigación de hechos de conspiración se refiere: la liebre se mueve mucho más rápido y con mayor agilidad que el pretendido cazador, que ni siquiera advierte que carece de las herramientas y la destreza necesarias para atraparla.
Quienes muchas veces han trabajado desde las sombras, manipulando el paisaje político, económico y social en nuestro país, seguramente comprenderán el sentido de estas palabras. Y las personas que han sido sus víctimas, también. Porque la experiencia que les otorga a los primeros, haber trabajado durante mucho tiempo del otro lado del esférico mostrador de la Inteligencia, no se pierde. Hoy, muchos de ellos formalmente retirados, tal vez sigan haciendo changas para despuntar el vicio, pero, sobre todo, para aumentar considerablemente sus ingresos.
Y aunque tecnológicamente estemos lejos de probarlo, no es difícil advertir que existe un algo grado de probabilidad que algunos de aquellos personajes que durante años trabajaron inspeccionando (impunemente) la vida de los otros, seguramente no han sido ajenos a lo que se detonó en estos días. Porque del mismo modo que ocurre en los incendios forestales, saben que solo es cuestión de iniciar el primer fuego para crear un escenario tan dantesco como prolongado.
Tal vez algún día, y cuándo la decisión política lo habilite, se puedan capacitar y adquirir los valiosos recursos —humanos y tecnológicos— que, en un marco de legalidad, nos permitan comprender y explicar no solo la génesis de estos recurrentes incendios políticos, sino también anticiparlos y prevenirlos a tiempo.
Pero, sobre todo, permitan poner en evidencia a estos piromaníacos políticos hoy transformados en incendiarios digitales, que siempre han actuado desde las sombras y con absoluta impunidad, trabajan para alguien que, por lo general, paga y muy bien.
Mientras tanto, corresponde a quienes se autoperciben como parte de la dirigencia política, procurar no crear las condiciones objetivas para que los incendios políticos tengan existencia. Porque como dijimos, ningún fuego prospera en un campo en verde y cuidado. Y ningún saqueo— esta variante social tan argentina del desborde social— se produce en un país económicamente fuerte y políticamente estable.