Una Argentina sin mayorías
La derrota general del Frente de Todos solo logró atenuarse en aquellos distritos en los que gobernadores e intendentes despegaron su identidad de la bonaerense, que actúa en los hechos como identidad nacional. Esto pone al gobierno frente al desafío de construir una gestión –y una comunicación política– más abierta, federal y efectiva.
Cuando, allá por 2005, fracasó el proyecto de la Constitución Europea, tras el voto contrario mayoritario de la ciudadanía en Francia y Holanda, dos de sus Estados fundadores, se abrió una crisis de identidad y de confianza respecto al proceso europeo. Para superarla, las autoridades de la Unión Europea diseñaron una interesante campaña denominada “Conectando Europa – Plan D: democracia, diálogo, debate”. El objetivo era reflexionar en cada país acerca del conocimiento de la Unión Europea y abrir un debate con los gobiernos nacionales para propiciar un avance luego del fracaso.
La analogía histórica viene a cuento. La mayoría de los argentinos votó en contra de un rumbo nacional, sostenido –a partir de ahora– sólo por un tercio del país (33 % fue el voto agregado nacional del Frente de Todos). El diálogo fue propuesto por el propio presidente Alberto Fernández como respuesta a la derrota. Resta ver cuán virtuoso será ese diálogo que, a instancia de lo expresado por la coalición ganadora, Juntos por el Cambio, se desarrollará sólo en el Congreso Nacional. Es decir, en un ámbito en el que nadie tiene mayoría, ni quorum. La institucionalización del diálogo en el ámbito legislativo no es mala per se, tendrá la garantía de ser lenta, lo que podría permitir debatir con mayor profundidad, y ofrecerá a cada rato marchas y contra marchas que la aritmética dilucidará en formato de suma cero.
Un proceso que se abre y que no será nada fácil, del que hay algunas pistas. En el mensaje emitido el domingo a la noche, Alberto habló como si recién hubiera ganado las elecciones ejecutivas hace dos años. Convocó al diálogo, pidió patriotismo y castigó a la oposición por su pasado de tomadora de deuda. Asumió –al pasar– sus errores como gobernante. Pero apenitas, sólo al pasar… Y no fue precisamente empático con los dos tercios de la Argentina que rechazaron el rumbo del gobierno antes de la elección. Alberto se centró en lo que se “debe” hacer desde las políticas y la necesidad de establecer políticas de estado. Anunció un proyecto de ley económico plurianual para el desarrollo sustentable. Enfatizó repetidamente que no habrá ajuste. Apostó a profundizar la recuperación. Y repitió el compromiso de honrar las promesas electorales.
Fue, antes que nada, un nuevo intento por recrear su autoridad. Lo que sí es novedoso es que el peronismo, partido históricamente cargado de iniciativa y acción política, siempre ostentoso del poder que ejerce, dueño del imaginario asociado a la idea de ser garante de la gobernabilidad, gestor preferente y solucionador de crisis, ha dejado de serlo, al menos por un rato por un rato. Según una encuesta de la Consultora Zuban-Córdoba realizada en noviembre (1), 62% de los argentinos cree que el peronismo no es necesariamente el mejor partido para salir de esta crisis, más o menos el mismo porcentaje acumulado por las opciones opositoras.
No se trata de un crack definitivo del peronismo, pero sí de un dato bisagra de su historia. El Frente de Todos ha erosionado su solidez electoral, competida por izquierda y por el centro. La derrota fue contundente, más allá de las picardías discursivas que compiten con la osadía que Juntos por el Cambio demostró en el 2019 militando su caída con el #soydel41% (y que, a juzgar hoy, no fue mala idea).
El peronismo enfrenta el desafío de mostrar iniciativa de gestión, diálogo y resultados, porque carece de figuras valoradas por la sociedad. Sus siete principales referentes padecen un diferencial negativo agravado o híper agravado (2), es decir que tienen dos o tres porciones de negatividad por cada porción de positividad en la opinión pública. Esto incluye a Alberto Fernández, Cristina Fernández, Sergio Massa, Axel Kiciloff, Juan Manzur y Aníbal Fernández. En otras palabras, una seria crisis de reputación dirigencial.
Gobernar en la fragilidad
En este contexto, el gobierno deberá gestionar –y comunicar– desde una posición de fragilidad. La falta de perspectiva y la desaprobación creciente del rumbo oficial está acompañada por la ausencia de un relato de mediano y largo plazo. Hay un fuerte énfasis en ciclos cortos. Desde la recuperación de la democracia, hubo pocos ciclos verdaderamente formadores de agenda, constructores de época: el primer gobierno de Carlos Menem, el de Néstor Kirchner y el de Cristina en el periodo 2009-2012. El actual gobierno no lo es.
El dato central es la falta de confianza en el gobierno. El filósofo español Francesc Torralba escribió: “La pericia es la razón de la confianza. Nos fiamos constantemente de quienes son competentes y que hayan demostrado reiteradamente que saben lo que se traen entre manos”.
En la etapa que se abre, la pericia gubernamental será más necesaria que nunca. El quorum deberá negociarse en ambas cámaras en situación de relativo empate y en tensión con la oposición, por lo que la gobernabilidad estará en manos de representantes de fuerzas provinciales. También habrá tensiones dentro del propio oficialismo para compatibilizar las distancias ideológicas internas, muchas veces ocultas bajo una especie de autocensura. Las élites en situación de derrota suelen tener pocos incentivos a la mejora y enfrentan descoordinación interna y desconexión con el pueblo. Romper esa inercia no es imposible, pero sí un desafío.
En este sentido, la anticipada tribalización abierta tras el resultado de las PASO compite con la pretensión de unidad, que tampoco pareciera alcanzar para mejorar. En este marco, seguramente aflorará una especie de provincialización como fenómeno de supervivencia de los oficialismos provinciales derrotados o amenazados: el Frente de Todos se impuso solo en 9 de 24 distritos, siendo el más grande Tucumán (el sexto distrito del país, con la particularidad que el oficialismo, aún ganando, retrocedió allí 7,43% de las PASO a las generales). Sólo creció más de 5 puntos en Formosa, Chaco, San Luis y Santiago del Estero.
En tanto, Juntos por el Cambio ganó en 13 distritos y federalizó su performance. Ya no se trata del espacio político urbano de las 5 provincias que componen la franja central. Se impuso en las 5 grandes (Buenos Aires, CABA, Córdoba, Santa Fe y Mendoza) y amplió su predominio en el centro, ganó en la mitad del NEA y otro tanto en la Patagonia. Obtuvo 41,97% en el agregado nacional, ampliando el 40,28% obtenido en la elección presidencial del 2019. Estos resultados hablan de una coalición que evidencia solidez y que además dispone de candidaturas competitivas a nivel nacional y provincial, que puede crecer o negociar hacia la derecha o ampliarse más hacia el centro. ¿Tiene problemas de egos en disputa? Claro, pero en etapa de crecimiento y expectativa, no en época de descenso. Y además fueron los egos en competencia los que hicieron disputar elecciones primarias en los principales distritos, con buenos resultados.
El mapa se completa con dos proyectos provinciales que se consolidan, ambos en la Patagonia: Juntos Somos Río Negro, la fuerza del ex gobernador Alberto Weretilneck, que hizo de esta elección una épica al tratarse de la primera vez que gana un partido provincial en elección legislativa nacional en ese distrito; y el Movimiento Popular Neuquino, que ratificó su hegemonía. Ambos tienen pocos incentivos para ser plenamente cooperativos con e, oficialismo de cara a sus realidades provinciales en 2023.
El peronismo enfrenta el desafío de mostrar iniciativa de gestión, diálogo y resultados, porque carece de figuras valoradas por la sociedad.
En síntesis, los resultados a nivel subnacional indican que el peronismo enfrentará una fuerte competencia en al menos 15 provincias, con serias chances de perder algunas de ellas, especialmente las más grandes. ¿Implica esto que las elecciones del domingo ya definieron las del 2023? No, pero las condicionan, aunque, ya se sabe, el peronismo viene ganando más elecciones presidenciales que legislativas. De las últimas 5 presidenciales ganó 4 y perdió 1; y en las últimas 5 legislativas de medio término, perdió 4 y gano 1.
Tareas pendientes
El oficialismo tiene deberes para realizar, sobre todo atendiendo al mensaje presidencial tras la derrota. Uno de ellos es la comunicación. No debería seguir ignorando la complejidad de la comunicación política, que no es otra cosa que la política en el modo en que se deja ver. El empecinamiento presidencial por contrastar con el estilo marketinero de Juntos por el Cambio lo llevó a un reduccionismo peor: decisiones voluntaristas y venales que desfiguraban la autoridad presidencial a cada rato. Así, el presidente pasó de retar a la población como un juicio moral a aparecer solito en un patio humilde con su libretita, corrido de la campaña y tomando notas. Una exageración estética de la llamada “política de cercanía”. Un problema serio de comunicación política es la imposibilidad de mantener una posición pública sostenible, se trate de una persona o una institución. El chileno Roberto Espíndola sostenía a principios de siglo que la profesionalización de la comunicación en el Cono Sur no se daba porque, en definitiva, la decisión final no la toma el sector técnico sino la dirigencia política. Y ello no es malo. Malo es que se decida sin formación adecuada y a pura presunción.
Tampoco hay que desdeñar la acontecimentalidad de lo no previsto. Lo que no era preestablecido ni estaba pensado. La acontecimentalidad es lo más parecido a un accidente, a lo aleatorio, algo que adquiere sentido una vez dado, no antes. Al daño del escándalo por los videos del cumpleaños en Olivos se sumaron la polémica por la actitud presidencial respecto a Córdoba como tierra hostil y las reacciones comunicativas en torno a la conflictividad mapuche. El oficialismo viene ofreciendo un blend de comunicación gubernamental voluntaria y etérea. Casi posmoderna, en la medida en que su estilo es no tener estilo. Sin fijación. Sin persuasión. Con negación y contradicción como componentes habituales. Un modelo descentralizado sin coordinación, vocerías múltiples inorgánicas a las que se suma una nueva vocería institucional en el híbrido de ser un día vocera presidencial y otro, vocera de gobierno.
En este marco, se notó la ausencia de políticas instaladas antes de la campaña y durante su desarrollo. Nada se fija, se recuerda ni se retiene. La campaña oficial se aproximó a una electoralidad noventista, a puro cliché, desacoplada de la época de clivajes (posturas dicotómicas en torno a temas). En aquellas provincias en las que el oficialismo ganó se produjo un despegue de la identidad provincial respecto de la identidad bonaerense, proclamada de hecho como identidad nacional. Ni siquiera en el Conurbano se siguió la línea nacional: allí primó la movilización de los intendentes, un verdadero esfuerzo de supervivencia reactiva.
La campaña fue más bien una colección superpuesta y dispersa de contenidos contradictorios, sin encuadre preponderante, con poca articulación, escaso criterio federal y lemas vanales. Al oficialismo lo ayudó cierta pasividad discursiva de la oposición, que presumía una victoria segura y, relajada, aceptó la presencia de Mauricio Macri (también con diferencial negativo agravado). Ni lo malo de Macri salvó al oficialismo, pero ayudó. Con una curiosidad: la retrospectividad contra Macri fue selectiva y se asentó sobre su legado más intangible, la deuda.
La caída del Frente de Todos en las PASO fue seria. La campaña se tornó retrospectiva (el último spot fue pura crítica a los liderazgos de Juntos por el Cambio). El “sí” quedó chiquito y la contraidentidad se impuso: no se bien qué soy, pero antimacrista seguro. La campaña terminó siendo, incluso tras la derrota en las primarias, un proceso de marcado contraste ideológico. La campaña de marca partidaria fue superior a la campaña de nombres y la campaña ideológica fue superior a la de marca. Donde hubo ideología, marca partidaria y candidatos de peso, los resultados fueron más claros. La profesionalización es un continuo, un proceso para decidir y actuar.
Otra campaña legislativa pasó y el llamado de atención se hizo sentir. Se decidirá distinto, aunque no sabemos si mejor. Que la democracia funcione con diálogo y debate es auspicioso. Comienza la mitad del mandato.
1. Estudio Nacional de Zuban-Córdoba. 1200 casos a población mayor de 16 años. Muestra obtenida el viernes 29 de octubre al martes 3 de noviembre de 2021 vía cuestionario estructurado on line. 2.83+ / – %, 95% nivel de confianza.
2. Ibídem.