Sobreviviente: la lucha de Melina para salir de la violencia de género
Melina sobrevivió a una golpiza de su expareja en la navidad de 2021. Un año después pudo rehacer su vida, dirige su emprendimiento y vive su maternidad acompañada. Por el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, compartió su historia a Cba24n.
El intenso calor del mediodía se siente menos en la casa de Melina. De fondo su televisor sintoniza un canal que actualiza la última noticia: “Encontraron el cuerpo de Eliana Pacheco”. Mientras sirve un vaso de agua suspira: “Justo pasan esto, estaba desaparecida desde el domingo y la encontraron”.
Melina tiene 35 años y conoció a su expareja en 2014. Se separó hace casi un año, en diciembre de 2021, cuando la golpeó en el garaje de su casa. La pandemia fue un punto de inflexión en una espiral de agresiones: “No siempre fue violento pero sí tuvo problemas de consumo, y yo decía ‘puedo, lo voy a sacar’ y no, la verdad es que no, pero en la pandemia empeoró”.
Además del consumo problemático de sustancias, su expareja también estuvo involucrado en el narcomenudeo. Esto lo llevó a enfrentar una detención en 2021, de la que fue liberado por un recurso de amparo debido a la situación sanitaria que se vivía en la ciudad. En agosto de ese mismo año aspiraban a mudarse a un nuevo barrio, a otro departamento.
Desde entonces, la tensión comenzó a escalar: “Él, para justificar quedar en libertad, tenía que hacer un tratamiento ambulatorio que era parte de un programa. Al final nunca lo hizo porque en realidad era un chamuyo como para zafar. Pero yo sí lo hice. Ahí fue que yo sentí que empecé a separarme de él”.
Melina tiene dos hijos en común con el agresor; un varón de 3 años y otro de 7. Luego de la separación, acordaron ante la Justicia el pago correspondiente a dos tercios del valor de un salario mínimo, vital y móvil. Un año después de la separación, él sigue incumpliendo con las cuotas.
“Todos los martes y jueves hacíamos videollamada con una psiquiatra y comencé a sanar algunas cosas. Porque yo era codependiente de él, en el sentido de que le habilitaba espacios sin que me diera cuenta”, dice con la mirada puesta en el muñeco de Spiderman de su hijo.
El acompañamiento profesional despertó en Melina la necesidad de reconectar con su independencia económica. Comenzó con su emprendimiento de manicura y belleza de uñas. Pudo empezar a trabajar en una peluquería haciendo lo mismo: “Opté por este trabajo porque era la única opción que tenía para generar ingresos teniendo a mis hijos en casa y sin pagar una niñera”.
Pasaron los meses y, como muchas otras mujeres, Melina se transformó en el principal sostén económico de su hogar. “Ya no era tan sumisa como antes, y eso comenzó a molestar bastante. En octubre me di cuenta que me era infiel, un día me desperté, lo desenmascaré y se fue”, cuenta.
Días después se descompuso, cree que fue producto de los nervios. Se cayó y se golpeó. “Mi mamá lo llamó a él, y me encontró en la pieza. Ahí aflojé y fueron dos meses de terror, porque yo no podía verlo sin pensar la cantidad de cosas que me había hecho hacer. Ni al super podía ir de la vergüenza. Vivir era violento, sostener esa vida era violento”, cuenta.
Al pensar en sus hijos, en su vida, algunas lágrimas escapan. Lágrimas que reflejan muchas cosas: el duelo por la muerte de su hermano menor, el duelo por la mujer que fue. Lágrimas que duelan cosas visibles y otras que no lo son tanto.
El 19 de diciembre de 2021 la relación se rompió definitivamente. Ella salió de su trabajo en el salón dónde él ya le había hecho una escena. Ella volvió a su casa junto a una de sus clientas, mientras la atendía, escuchó gritos en la planta baja. Su expareja ingresó para lastimarla: “Estaba completamente desencajado, era un monstruo, yo nunca en mi vida lo había visto así”.
Rompió su mesa, materiales de trabajo, destrozó otros objetos. “Agarró a mi nene y lo tiró al sillón. Resulta que mi clienta también había sido víctima de violencia y me dijo ‘Si pasa algo avisame’, la verdad que una iluminada”, recuerda con ojos vidriosos.
Ya en el garaje intentó llevarse el auto de Melina. Dice que forcejearon y comenzó a golpearla: “Me agarró del cuello y me puso contra la puerta del auto. Eran vísperas de Navidad, todo el mundo estaba afuera. Mis vecinos de enfrente me ayudaron, empezaron a gritarle. Agarró, me tiró de los pelos, por lo menos pude salirme. Vine corriendo arriba, me tiró las llave del auto y justo mi nene sale a ver. Mi clienta ya estaba llamando a la Policía”.
Insultos y gritos. La Policía demoró más de una hora y media en asistirla. Incluso intentaron mediar para que el niño pudiera ver a su padre mientras que Melina resistía en la puerta con golpes en todo su cuerpo. “Yo hasta te puedo asegurar que los policías tenían olor a alcohol. No se lo llevaron detenido y deberían haberlo hecho”, comenta.
El martirio de esa noche marcó un punto final. Un antes y un después. El día posterior la amenazó de muerte, también a su clienta. Decidió denunciarlo: “Me dijo que iba a prender fuego el auto, llevé a los chicos a lo de mi papá, ahí estuvieron una semana para yo poder hacer los trámites tranquila”.
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Huellas de un Estado ausente
En Córdoba el principal canal de recepción de denuncias por violencia de género es el Polo de la Mujer. Allí fue Melina a presentar cargos. “Es muy complicado ir ahí, ves cosas muy feas. Estuve seis horas para hacer la denuncia. Al otro día llegaron las medidas cautelares, yo dije que sí a todo, el botón antipánico, la perimetral y patrullaje porque estaba acá sola”, narra con angustia perceptible en cada palabra.
También la mandó a golpear con otra persona que la interceptó sobre una moto en la vía pública. “Me dijo: ‘Esto es de parte de él’. Después de eso tenía mucho miedo de salir afuera, sentía que me iban a matar cada vez que bajaba la escalera”, recuerda.
Las cifras sobre femicidios y desapariciones reflejan una situación de emergencia en Córdoba. El último informe que presentó la organización Casa Comunidad - Encuentro de Organizaciones y la ONG CISCA sostiene que además de los 21 femicidios ocurridos en la provincia, hubo 188 intentos.
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Además, el informe sostiene que, como en el caso de Melina, todas las medidas que promueve el Estado se destinan a la salida de la urgencia. El acompañamiento posterior, tanto psicológico como económico, es difícil de garantizar. “Estas cosas, el botón y la restricción, sirven para poner un párate, un freno momentáneo. Pero en el momento en que el violento se da cuenta que puede romper la ley y no pasa nada, dejan de funcionar”, coincide.
Una metamorfosis de resiliencia
Melina sobrevivió a su expareja, aún lo hace. Pero la violencia que supera todos los días no es física, es aún más extensa, hiriente y penetrante. Ella pudo rehacer su vida. Su nombre significa cuidar. Hizo del cuidado una forma de supervivencia. Cuida a sus hijos, cuida a su emprendimiento, a sus clientas y sobre todo, se cuida a sí misma.
“Si hay algún mensaje que quiero dejar es que la gente se involucre, porque en mi caso, si mi vecina no se hubiera metido probablemente me hubiera matado. Si mi clienta no me ofrecía ayuda en ese momento o si mi papá no me decía que deje los chicos con él quién sabe lo que podría haber pasado”, recuerda con la voz entrecortada.
Cada 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Ella encarna la historia de muchas otras mujeres. Lo urgente y lo importante: involucrarse puede ser el primer paso.