Una epidemia silenciosa
Existe una epidemia más vieja que la de coronavirus que permanece casi en la invisibilidad: la obesidad. Pese a que se ha triplicado a nivel mundial desde 1975, y es un factor que puede agravar la Covid-19, las distintas iniciativas que buscan disminuirla, como la ley de etiquetado frontal que se discute en Argentina, se enfrentan con las trabas de la industria alimenticia. Un grave problema social que afecta de manera desigual y mayor a los sectores de bajos ingresos.
Uno de los mayores riesgos que enfrenta actualmente la salud pública mundial es la obesidad. Viene creciendo silenciosa y explosivamente. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el número de personas obesas más que se triplicó desde 1975, y entre los niños se quintuplicó. Más de 2.000 millones de personas tienen hoy sobrepeso, y más de 700 millones son obesos.
La Academia de Ciencias Médicas de Estados Unidos, entre otras, han declarado la obesidad como una enfermedad que debe estar entre las prioritarias por los graves daños que provoca. Mueren a causa de ella cinco millones de personas por año. La prestigiosa revista médica The Lancet resalta que no solo mata, sino que tiene alta incidencia en varias de las principales causas de mortalidad, como la presión alta, que provoca 10.8 millones de decesos anuales, la diabetes, que causa 6.5 millones de víctimas, y por lo menos una docena de cánceres de diverso tipo. El 90% de los que tienen diabetes tipo 2 son obesos. La segunda causa de cáncer después del cigarrillo, es la obesidad. Se pronostica que de continuar las tendencias vigentes, puede convertirse en el futuro en la primera. Genera además múltiples enfermedades circulatorias y desórdenes en el esqueleto. Las grasas extras inciden asimismo en el crecimiento, el metabolismo y los ciclos reproductivos. También afecta la salud mental, con sus impactos sobre la autoestima. Ello es muy agudo en el caso de los niños obesos.
La pandemia del coronavirus puso en foco su rol crucial. Se encontró una alta correlación entre la obesidad y la probabilidad de la presentación de cuadros críticos. Es considerada una de las “precondiciones” que favorecen y facilitan la acción destructiva del virus. Las ciencias médicas están destacando que en realidad en muchos casos lo que hay no es “pandemia”, sino “sindemia”, que es la interacción del virus con otras enfermedades preexistentes. Una de las principales es la obesidad.
La obesidad viene subiendo en muchas sociedades. En Estados Unidos se estimaba en el 2019, que dos de cada tres estadounidenses mayores de 20 años tenían sobrepeso o eran obesos. El reconocido periodista Eric Schlosser calcula que los costos de salud asociados con ese problema en lo que llama “la fast food nation” fueron en dicho año de 240 billones de dólares.
En América Latina, en tanto, las cifras son superiores a los promedios mundiales, y están en franco ascenso. Se estima que el 58% de los adultos tienen sobrepeso u obesidad. México es el país con más altas tasas de la OCDE. Casi dos tercios de su población está afectada. Tiene 80.000 muertos por diabetes por año.
Acerca de las causas
Entre las causas, los estudios sobre la materia destacan el papel de la ingesta alimentaria predominante. En ella hay una participación creciente de alimentos procesados que vienen cargados de grasas ultrasaturadas y de bebidas gaseosas que están repletas de azúcares y sales.
Sara Bleich, profesora de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard, afirma “se comen más comidas altas en grasas, azúcar y sal, y las porciones son mayores”. Ward, de la misma escuela, considera “que vivimos en un medioambiente obesogénico”. Las investigaciones médicas son coincidentes en cuanto a los efectos proobesidad de la nueva dieta implantada fundamentalmente a fuerza de “marketing”.
Los perjuicios a la salud pública son directos. Un estudio reciente en 42 países concluyó que si se bajaran en un 20% las calorías que producen las papas fritas y las sustancias acarameladas, se evitarían un millón de casos de enfermedades crónicas.
Los esfuerzos para enfrentar los daños a la salud pública que genera este tipo de dietas han ido creciendo, pero han tenido que enfrentar el rechazo terminante de las muy poderosas industrias de los alimentos procesados y de las gaseosas. Así, entre otros la OMS ha exhortado continuamente a los líderes de esos sectores empresariales, en nombre de la responsabilidad social corporativa, a establecer la “tolerancia cero” para las grasas ultrasaturadas que bloquean las arterias y reducen la esperanza de vida, pero no ha encontrado mayor eco. Dichas grasas permiten maximizar ganancias porque, entre otros aspectos, conservan más los productos y les dan brillo… a costa de la salud colectiva. La ex primera dama de Estados Undios, Michelle Obama, llevó adelante una gran campaña nacional para detener el aumento de la obesidad en los niños. Conformó una comisión de reconocidas autoridades científicas en el tema que propuso una serie de políticas. Ni siquiera algunas de las más elementales pudieron ser implementadas. Un ejemplo: el Estado compra las comidas que se brindan a los niños en las escuelas públicas. Exigió que en aquellas concentradas en “pseudoalimentos” no aconsejables, se introdujeran escalonadamente los vegetales y las frutas. Los lobbies maniobraron y lograron frenar el proyecto. El varias veces alcalde de New York, Michael Bloomberg, fijó límites al tamaño de las botellas de gaseosas. Tuvo que enfrentar una monumental campaña publicitaria en su contra por su intento de “avasallar la libertad de mercado”.
Una experiencia exitosa pionera que muestra que es posible actuar, es la que se dio en México. El país era tradicionalmente el mayor consumidor de gaseosas per cápita del planeta, con estragos para la población y costos de gran magnitud para la salud pública. El Gobierno propuso al Congreso una de las medidas que se han mostrado más eficaces para bajar el consumo: un aumento de impuestos a la venta de gaseosas. Pese a la masiva publicidad en contra de las embotelladoras, el Congreso con firme apoyo de la sociedad civil logró sancionarlo. Efectivamente el consumo se redujo. Fue un precedente para intentos similares en varios estados de Estados Unidos.
Desigualdad en la obesidad
Las cifras son consistentes. Los peores promedios de sobrepeso y obesidad se dan en los estratos socioeconómicos más bajos de los países. Estos sectores se ven tentados por los bajos precios, las cajitas brillantes y el bombardeo publicitario de la comida “basura”, y la ofensiva propagandística permanente de las gaseosas. Bleich previene que en Estados Unidos: “Los sectores de bajos ingresos tienen los índices más elevados de obesidad y las proyecciones muestran que son en los que más crece la prevalencia”.
Las personas de color y los latinos tienen registros de obesidad muy superiores a los elevados promedios generales.
En Inglaterra la obesidad es en los blancos del 16%, en las personas de color del 29%, en la minoría pakistaní del 30% y en la procedente de Bangladesh del 35%. La obesidad de los niños del 20% más pobre de la población, es del 30%. El doble que la de los niños del 20% más rico, que es del 15%.
África, la más pobre de todas las regiones del globo, que tenía un problema crónico de desnutrición, tiene ahora también un problema de obesidad en alza. Las dietas de comida casera local han cedido paso a las comidas de procesados y a las gaseosas en la calle.
En Zambia, y la mayoría de los países van en esa dirección, 35% de las mujeres y 20% de los hombres son obesos. En Mali y Costa de Marfil, un estudio mostró que 40% de los niños de menos de 5 años ingirieron comida basura o gaseosas en las 24 horas previas. Según los datos de la OMS, la diabetes y la alta presión arterial vienen creciendo fuertemente en el continente.
En gran parte de América Latina, donde la pobreza es actualmente del 40%, la comida basura se ha instalado y crece, y uno de sus impactos principales es la cifra en aumento de sobrepeso y obesidad.
Una conclusión
Se suele mirar la obesidad y el sobrepeso como el producto de una conducta individual de falta de disciplina, gula, incapacidad de controlarse. Ese es un diagnóstico equivocado. Esos son los síntomas externos, pero detrás hay una cuestión estructural que incentiva, y casi fuerza dichas conductas, en el caso de los estratos de menor nivel socioeconómico. Existe una maraña de intereses económicos que han construido un nuevo estilo de alimentación, que va en dirección opuesta a los descubrimientos recientes más relevantes en materia de alimentación y nutrición. Es ese funcionamiento el que se debe tratar de regular, limitar, y reemplazar por alternativas saludables.
Las tendencias actuales en una América Latina azotada por esta nueva epidemia, que además es el continente más inequitativo, irán acentuando las desigualdades en obesidad y sobrepeso. Se necesitan políticas públicas muy activas y una amplia concertación de los principales actores sociales en su apoyo en defensa de la salud de la sociedad, y en especial de la de los más desfavorecidos. Se requiere sensibilizar a la sociedad sobre el problema y buscar cambios de fondo en el statu quo. Lo que está en juego es el derecho humano más básico, el derecho a la salud.