¿Pararán los incendios en el Centro Ambiental Carlos Paz?
Con una enorme inversión financiada por el BID en 2018 se inauguró el nuevo Centro Ambiental en la villa serrana, que reemplazó al viejo y peligroso basural a cielo abierto. Aunque disminuyeron en magnitud y frecuencia, los incendios continúan.
“Garzas viajeras
Novias leves del azul
Con rumbo norte
Salpicando el cielo van
Y aquí mi río
Espejo muestra su vuelo
Como si fuera un pañuelo
Que enero lavando está”
Así comienza Garzas Viajeras, la canción de Aníbal Sampayo, que popularizó José Larralde. Y los nostálgicos probablemente la recuerden cuando van llegando por la autopista a Carlos Paz y ven las bandadas blancas sobrevolando el nuevo predio de tratamiento de Residuos de la villa serrana.
No hay río que las espeje, no es enero y las garzas no están viajando; son inquilinas permanentes, afincadas a los residuos que diariamente la displicencia humana arroja sobre la serranía, como en casi todo el resto del país.
El nuevo Centro de Tratamiento de Residuos
Para quién conoció el inmenso basural a cielo abierto que en la mismísima puerta de la ciudad turística más importante de nuestra provincia daba la bienvenida a locales y visitantes, ingresar al nuevo Centro Ambiental de tratamiento de los residuos, es un verdadero salto de dimensión.
Por lo pronto, las gigantescas y abrumadoras montañas de residuos han desaparecido. El ojo experto identifica pequeñas montañas en el entorno, en dónde los tubos de ventilación indican que, debajo de la cobertura vegetal, residuos acumulados por décadas todavía dan vida a millonarias colonias bacterianas que continúan su lento trabajo de licuefacción y gasificación de la vieja basura. Los gases y una parte del calor con ellos, se liberan por esas ventilaciones.
El cierre y clausura del basural a cielo abierto se llevó adelante a través de una inversión total de 250 millones de pesos (de 2018), con un cercado, para evitar el uso furtivo del sitio y obras de infraestructura.
Al centro ingresan hoy los residuos de Villa Carlos Paz, Malagueño, San Antonio de Arredondo, Villa Río Icho Cruz, Mayu Sumaj, Tala Huasi, Cuesta Blanca, Cabalango y Estancia Vieja, unos 100.000 habitantes en temporada no turística, que pueden casi duplicarse en pleno auge de visitantes.
El origen de los fuegos
En cualquier montaña de basura orgánica expuesta a la degradación natural por microorganismos, se genera el calor propio del metabolismo bacteriano. Además, en estas condiciones, se generan todo tipo de gases, algunos pestilentes, muchos de ellos altamente inflamables, como el metano.
Por eso, si en condiciones naturales los meses secos son especialmente peligrosos para la propagación de incendios en las serranías, es fácil imaginarse que poner un basural a cielo abierto, agregando masas de combustibles sólidos y gaseosos a los vegetales resecos, es como poner un mecanismo de relojería listo para estallar, periódica y sistemáticamente.
Eso es lo que históricamente pasó en las épocas del basural a cielo abierto. Ante la más mínima chispa, el menú estaba listo para enormes incendios que se expandían por toda la zona. Por entonces, los gases, cenizas y el humo de esos incendios afectaban a los pobladores los días de viento norte, ya que las zonas pobladas estaban al sur del predio; cuando hay viento del sur el humo choca y se encajona contra los cerros.
En la última década, toda el área creció enormemente en población y ahora los incendios afectan cada vez más barrios, incluso hasta la zona de Falda del Cañete y su ruta de acceso.
Por eso, cuando se producen incendios hoy es difícil que no sea público y notorio.
El tema es lo suficientemente complejo como para establecerse como hecho noticioso y político; así lo reflejan algunos portales y también la oposición política, que denuncia cada uno de los episodios.
Porque si la vieja basura está tapada y la nueva se entierra en prolijos “sandwichitos” de tierra y residuos, ¿de dónde viene el fuego hoy?
Dos fuentes permanentes
En pleno invierno, hace menos de dos meses, un gran incendio que arrancó bien al norte del predio llegó hasta el Centro Ambiental y cruzó el cercado propagándose por la vegetación reseca. Cómo no lo cruzaría, si saltó de modo espectacular la propia “Variante Costa Azul” de la autopista. El salto de una autopista, aunque posible, es muy infrecuente: deben acompañar condiciones excepcionales de viento y sequía.
Más recientemente, el 19 de julio, día en que por mera coincidencia visitábamos el Centro Ambiental, pudimos presenciar cómo el área donde se reciben los restos de poda puede transformarse en una fuente de incendios: ocurre que si vecinos desaprensivos deciden poner fuego a los restos de poda frente a sus domicilios y los camiones los transportan con brasas en combustión, entonces el fuego ingresa al predio en los propios camiones de recolección.
Estos pequeños focos de incendio, particularmente en días ventosos, pueden expandirse hacia las otras áreas del predio, transportadas por muchos de los residuos combustibles que sobrevuelan el área o están parcialmente enterrados.
Apagar fuego en zona de lixiviados: un tema delicado
Lo cierto es que las áreas expuestas al fuego, la extensión que puede abarcar un incendio en el predio y las consecuencias para el bosque serrano que rodea el predio, son mucho menores que en el pasado, aunque, afectan a una población mayor.
Pero hay un problema particular: la recomendación es no apagar estos incendios con agua. Los propios bomberos lo reconocen: la administración del predio insiste en que la mecánica para extinguir los fuegos no puede ser ahogando el fuego con agua.
Por un lado, esto generaría un aumento significativo en los líquidos lixiviados y al mismo tiempo, promovería una alteración significativa de los procesos de degradación de los residuos ya enterrados. Es que el agua, actuaría aquí como promotora del calor subterráneo, al aumentar la actividad de los microbios que están degradando la basura.
Por eso, la mecánica sistemática para todo fuego en el predio es ahogar el fuego con tierra, lo que se hace manualmente o con las grandes palas mecánicas. De este modo, pequeños focos pueden subsistir y humear hasta su extinción definitiva por más tiempo que el previsto para casos en que se utiliza agua.
También las guardias de ceniza son más largas y los riesgos de rebrote son mayores, pero los peligros de expansión al entorno serrano son ahora sustancialmente más bajos.