Keith Richards, en persona
El autor de estas notas entrevistó una vez al guitarrista de los Rolling Stones que ayer cumplió 80 años. Dice que recuerda hasta mínimos detalles de ese encuentro. Y se le cree, claro
-Hablemos de Satisfaction. ¿Sentís que en cualquier momento te puede salir otro riff como ése, que quedó en la primera línea de la gran historia del rock? ¿O es irrepetible?
-En aquel momento, en el 65, fue ese riff como podría haber sido cualquier otro. De hecho, el riff de Satisfaction es el mismo que el de Jumping Jack Flash, pero al revés... (risas) Y todo el tiempo salen un montón de riffs basados en aquel porque, definitivamente, ése es mi sello. Pero en esa época, en ese año, fue muy especial porque metimos ese tema y eso nos marcó la vida.
¡Me lo dijo Richards, el mismísimo Keith Richards!
En ese momento sentí, qué zoncera, que estaba tocando una página sagrada de La Historia del Rock del mundo.
Porque quiero contar. En mis años de secundaria en Olavarría, llegué de lleno al rock. Por entonces escuchábamos, en lo internacional, el rock sinfónico; estaba bien conocer qué hacían Genesis, Yes y Emerson, Lake & Palmer. Era el tiempo de esa música, eran los 70. Pero a mí, la verdad, me gustaba más meterme a fondo en la década anterior. Adoraba a Los Beatles. Entre Los Beatles y los Rolling Stones no dudaba, pero obviamente también me fascinaban los Stones.
Una década y media después de aquella adolescencia provinciana, entrevisté a uno de ellos, y no a cualquiera, sino al más emblemático de la banda. Fue en 1992, cuando Keith Richards llegó por primera vez a la Argentina en plan solista para presentarse en el estadio de Vélez. De esa experiencia inicial, Richards saldría sorprendido con el gran amor que siente el público de rock argentino por los Stones; después volvería con el grupo y ese asombro del comienzo se convertiría en una certeza definitiva.
Esa vez, Richards me dijo que el riff de Satisfaction había sido no más que cualquier otro. Oh.
Hice la entrevista para Página/12 en una pequeña sala del hotel Sheraton. Antes de su actuación, Richards había aceptado sólo dos compromisos con el periodismo argentino, una nota para televisión con Juan Alberto Badía y otra para un medio gráfico. Le tocó al diario en el que yo trabajaba, me tocó a mí. Lo recuerdo: con Badía, su equipo técnico y el fotógrafo que me acompañaba, lo esperamos un buen rato.
Ansioso, salí varias veces hasta el pasillo a ver si había alguna novedad, hasta que al fin lo vi venir: detrás de un custodio vestido de negro cuyo rostro por supuesto no recuerdo, Richards caminaba con la mayor despreocupación que se pueda imaginar en un hombre.
Me llamó la atención lo finitas que son sus piernas: jamás un deporte, por supuesto. Colaboraban en resaltar esa delgadez los jeans chupines que tenía puestos.
Llegó fumando, tenía anteojos negros. Saludó amablemente a todos y se sentó. La primera nota de las dos notas fue la mía. Durante la charla, que decidió prolongar algo más de lo que se había pactado inicialmente, bebió dos vasos grandes de vodka con jugo de naranja.
Al otro día, el 5 de noviembre del 92, el diario lo anunció con un recuadro en la tapa que decía: Reportaje exclusivo. Keith Richards: “Mick y yo no podemos divorciarnos”.
Y adentro, en una doble página, estaba la nota.
Qué historia, qué recuerdo.
Ayer, Richards cumplió 80 años. Posiblemente se sentiría bien si se enterara que en la Argentina se celebró su cumpleaños.