307 consejos para escribir una novela: el delirio y la inteligencia de Félix Bruzzone
En época de autoflashes, selfies y chamuyo seriado, Bruzzone tiene para ofrecer -sin perder la ironía, sin perder la elegancia- un manifiesto al fracaso. Quien quiera programar la escritura de la novela de su vida, mejor que no haga nada. Novela, forma, prestigio, redes antisociales, entre los temas de este diálogo.
Humor, inteligencia. ¿Acaso uno no es el reverso del otro? “Si se trata de una primera novela, antes escribir una segunda novela”. El consejo número 2, de 307, tiene consigo la marca de un autor. La Crujía editó recientemente el último objeto (vamos a llamarlo así) de Félix Bruzzone (Buenos Aires, 1976). El tercero de estos 307 consejos para escribir una novela: “No pensar que se está escribiendo una novela y, en general, no pensar”.
El humor de Bruzzone es modesto y por eso potente -el autor nunca levanta la voz-; es decir, uno va leyendo y en ese avance es seducido por el ritmo, la perfecta dicción y final de cada frase, las ocurrencias ácidas de un escritor para el cual el lenguaje es una partida sin final. El cuarto consejo: “Nunca usar la palabra novela”.
En época de autoflashes, selfies y chamuyo seriado, Bruzzone tiene para ofrecer -sin perder la ironía, sin perder la elegancia- un manifiesto al fracaso, un manual para perdedores. Quien quiera programar la escritura de la novela de su vida, o imagine irrumpir con un éxito de formas y aventuras en el mercado de la literatura, mejor que no haga nada. A veces el mejor consejo puede ser simplemente no seguir ninguno.
La obsesión por la novela es una obsesión de lectores: una forma a priori históricamente pura, clásica, que sin embargo lo permite absolutamente todo. Consejo número 18: “Tomar contacto con lo irreal. O sea: pretender que se está escribiendo una novela”.
Bruzzone recuerda sus horas de estudiante de Letras. ¿Qué es la literatura?, la eterna pregunta sartreana, volvía cada comienzo de temporada en las clases de Jorge Panesi. En la sucesión de alternativas que alumnos y profesor proponían, finalmente decantaba lo obvio, lo formal: literatura es escribir una frase detrás de otra. “Me quedé pensando en eso, en la frase como la unidad de sentido mínimo. Y me pareció que estaba bien, porque es lo que tiene una unidad de sonido”.
Desde esa unidad parten 307 consejos… luego el texto derivará en una aventura del lenguaje, la deformación elástica de la estructura y el sentido. Al avanzar en el texto uno puede pensar también en las nouvelles de César Aira, donde el lenguaje alcanza tal relieve que nos acerca al solipsismo.
Escritores, novela, mercado, redes antisociales, literatura e imagen, prestigio, ausencia total del prestigio. A propósito de los temas tocados en esta conversación con Bruzzone.
-La experiencia tiene un lugar inevitable en tu literatura. Desde los cuentos de “76”, pasando por las mañanas y las tardes barriendo fondos de piletas en quinchos bien acomodados. En 307 consejos hay una crítica a un estado de cosas, empezando por el número que no es redondo, quiero decir, esta idea de que la vida puede ser un tutorial eterno, que todos podemos hacer cualquier cosa si nos anotamos en el taller indicado. Sin embargo hay algo, que creo que persiste, y que personalmente me parece el nervio de la literatura: la ligazón con experiencia. ¿Cómo ves este asunto?
Bruzzone- Sí, es así. Uno podría pensar que cualquier relato construye una experiencia. Siempre estamos contando cosas y, aunque esto que contamos no se refiera a cosas que pasaron, de alguna manera igual lo hace. O sea: puedo hablar de hormigas para contar mi vida. O mejor: en la forma que uso para hablar de las hormigas, en realidad, estoy hablando de mi propia experiencia vital. En esa forma va a estar mi forma de ver el mundo, cómo pienso, qué siento, qué tipos de cosas son más importantes que otras para mí, etc. Y de todo eso uno podría extraer un relato de cierta experiencia. Pero hay veces en las que esa experiencia vital se vuelve más explícita en un texto, que es lo que pasa en general en mis relatos. Siempre se cuela algo que viene directamente de cosas que me sucedieron a mí o a personas cercanas. Y al mismo tiempo, esas referencias se van cruzando con cosas que nunca estuvieron cerca mío. En el caso de 307 consejos no sé bien qué pasa con ese mecanismo, pero seguramente esté ahí funcionando. Sospecho que funciona más como si estuviera examinando hormigas que como si estuviera contando, como en mi novela Los topos, cómo es la vida de un hijo de desaparecidos enamorado de una chica trans de quien sospecha que es su hermano nacido en cautiverio. En ambos casos hay una apuesta fuerte a no ser demasiado referencial con mi propia experiencia vital, pero está claro que, en el caso de Los topos, uno podría pensar, desde afuera, que mucho de lo que se cuenta ahí podría contarse en mi biografía. No es así, pero bueno, así funciona la trampa de contar en primera persona, en pasado, y mechar cosas que sí me sucedieron. En 307 consejos está sin duda puesta toda mi experiencia como coordinador de talleres de todo calibre, pero en forma de lista, no de relato. Luego sí, se arma un relato, hacia el final. Un relato bastante poco realista, pero al mismo tiempo muy realista. Claramente, sin haber coordinado talleres desde hace más de diez años, y solo habiendo leído decálogos de cómo escribir, nunca hubiera escrito este libro.
“Creo que cualquier cosa puede ser una novela porque no es algo que haya que escribir, es algo que hay que nombrar. Nosotros mismos podríamos ser una novela" Bruzzone
-Has recorrido el cuento, la novela, la crónica. No sé si te resulta similar, pero al menos para mí como lector la novela da siempre la sensación de ser un género fuera de los géneros. Hay una morosidad, un entrecruzamiento de capas y sentidos, incluso de formatos, que permiten finalmente que la narración se produzca de una manera singular. ¿Cómo se fue armando la estructura y el tono de 307 consejos?
Bruzzone- Hay novelas de todo tipo. Los 307 consejos apuntan un poco a que el lector, si algún día quiere escribir una novela, se permita hacer cualquier cosa. Aunque también insisten en que esté atento a lo que no puede hacer y, más importante aún, a lo que puede no hacer. O sea: ¿se puede escribir una novela sin personajes? Sí, hay que ver cómo, pero poderse se puede. Y eso implicaría poder no escribir personajes. No es una decisión fácil porque se supone, en general, que las novelas tienen personajes. Pero insisto: puedo no escribir personajes pero sí escribir una novela. Es decir, los consejos por momentos parecen absolutamente absurdos, pero no lo son tanto. Juegan con el absurdo para intentar mostrar este tipo de posibilidades, que parecen absurdas, pero no lo son tanto o, directamente, son lo mejor que se podría intentar hacer. En cuanto a la estructura de los consejos, hubo varias idas y vueltas. La lista de consejos, por sí misma, fue una, y fue la que terminó ganando en cierta manera la partida. Una partida que ganó, en efecto, pero que también perdió, porque al final (¡nada menos que al final!, se abandona la lista como forma y se pasa a un relato hecho y derecho que, si bien va capturando varios de los consejos, es fundamentalmente un relato bastante clásico.
-¿Es más importante “ser escritor”, proyectar esa imagen, que el hecho de escribir? Remarcás siempre, no sin ironía, que vos "venís de Letras, no de Instagram". ¿Cómo están las cosas relativas al prestigio del escritor, y este fenómeno más reciente, el del escritor celebrity, ese autor muchas veces diseñado para el consumo de público amplio?
Bruzzone- A mí me gusta mucho escribir, darle vueltas a las frases. Siempre me gustó eso. Es como un juego. Lo comparo con el Tetris. Las frases van cayendo y uno las va acomodando lo mejor que puede para que el juego siga. Uno no sabe qué va a venir. Qué frase, qué situación, qué historia, qué personaje, etc. Aparecen y uno las acomoda. Eso es lo que a mí me gusta. También me gusta, una vez que todo parece más o menos acomodado, tirar de alguna cuerda y ver qué puede pasar, salir un poco del juego. Es como estirar una de las piezas. Son movimientos que también tienen que ver con que algunas piezas de golpe se vuelven bandas, gomosas, estirables. Es una dimensión del Tetris que no está prevista en el programa, es algo que eventualmente aparece así, flexible, y me gusta usar esa flexibilidad. Pero eso es hablar solo de la escritura, que es una especie de regodeo en la pasión infantil por el juego. Luego, cuando empecé a publicar, me di cuenta de que también había que estar atento a otras cosas porque, si quería ser un escritor, y era lo que quería, no era todo jugar al Tetris de piezas-chicle. Ahora se sumaban nuevas piezas, que eran los lectores, las lecturas, las reseñas, todo lo que devuelve una imagen de lo que uno hizo y entonces también dan ganas de atraparlas. Después está el aspecto más de vendedor de libros que tiene el oficio. Y desde hace un tiempo, por varios motivos, no solo porque existen las redes sociales como canales eficientes de publicidad, sino por cosas bastante evidentes, como por ejemplo el descalabro del periodismo cultural sobre libros y sobre casi todo bien cultural, recortado por todos lados, como también están recortadas las maquinarias de prensa de las editoriales, pasa que somos los autores los que tenemos que autopromocionarnos. Como dice mi hijo menor, de dos años, "no pasa nada" con eso, uno lo puede hacer, es lo que nos toca en este momento histórico. El riesgo, sin embargo, es creer que eso es escribir o dedicarle tanto al vendedor de libros que hay en cada uno de nosotros que terminamos siendo vendedores de medias.
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