Gustavo Príncipe Pena, un espíritu demasiado inquieto
Para muchos uruguayos se trata de uno de los tesoros escondidos más importantes de la música popular. Una obra potente que consiguió reconocimiento póstumo. “Nadie es contemporáneo a su época”, dijo Stéphane Mallarmé siglo y medio atrás. Una paradoja amorosa: la obra de Príncipe renació gracias al trabajo de su hija.
El “demasiado” no sirve, a duras penas puede funcionar para un título (fallido). No puede graduarse la inquietud. Es un rasgo de personalidad, absoluto, que tampoco puede gestionarse conscientemente. El Príncipe no podía contener su arrojo al mundo, y su obsesión por la música hizo de él una persona más interesada en las preguntas que en las respuestas.
“El maestro sirve para mostrarte qué límites transgredir; vos no podés llegar al mismo lugar que tu maestro, porque quizá tu límite está mucho más allá”, dice en Espíritu Inquieto el noble sin corona.
Gustavo Pena Casanova (2 de diciembre de 1955 - 13 de mayo de 2004) paseaba liviano por las calles de su barrio, en Montevideo, empujando junto a su compañera el carrito de bebé. Además de los rizos claros, enrollaba al cuello una bufanda: alguien tuvo la ocurrencia de empezar a decirle “Príncipe”, emparentando esa imagen de hippie sin postura a la famosa invención de Antoine de Saint-Exupéry.
Cuando todavía era un botija falleció su madre. Ese día, el del dolor intransmisible de la pérdida de mamá, y antes de ponerse a llorar, corrió hasta la habitación donde descansaba el cuerpo y, guitarra en mano y arrogancia autodidacta, compuso su primera canción. Fue algo así como un rapto. Esto lo cuenta el propio Príncipe en Espíritu inquieto, el documental realizado por Eli-u Pena y Matías Guerreros.
Después de ese réquiem, la obra de Pena no dejó de crecer: compuso canciones hasta sus últimos días (él solía decir que eran más de 400 y que las sabía de memoria) grabando en casetes o cualquier soporte a mano, eventualmente marcado por la fragilidad (en términos materiales y de salud; era pobre, diabético e insulino-dependiente).
“Siempre que dejé la música se me vacía todo o me va mal. Con la música puede ser que me vaya mal, pero me siento re bien y la gente también. Entonces me parece que es la forma más útil que tengo de servir”, dice Pena en un tramo de Ángel de la Ciudad (Diego Robino y David Silva Trías, 2003), el primer corto documental que rescató su figura, poco antes de su muerte.
Es una paradoja, y es la parte hermosa de la historia: la obra de Príncipe renace por el amoroso trabajo de su hija Eli-u. Primero decir algo sobre este bautismo: Eli-u no es un nombre artístico, o sí. Es decir, así fue registrada oficialmente la hija de Pena. Un día, al volver de la calle, llamó un poco atribulado a su mujer, que cursaba el embarazo. “Se me ocurrió un nombre, pero no sé si es un nombre”.
Desde 2004, Eli-u se convirtió en una productora todo terreno. Tenía un tesoro, que no deseaba darle a nadie: la obra de papá. Archivo, conservación, edición, producción y decisiones estéticas, todo un máster en gestión de materiales. Autodidáctica como su padre, logró que la música de Príncipe se expandiera, que artistas contemporáneos la versionen, que se editen disco póstumos y se realicen documentales.
Negada a entregar toda una vida de creación a sellos discográficos, la primogénita se subió a la ola de internet y creó con muy buen gusto el sitio web imaginandobuenas.com.uy. Allí pueden descargarse gratuitamente prácticamente todos los discos, además de los cifrados para quien quiera ser príncipe en guitarra. Pueden optar también por contemplar los lisérgicos dibujos del propio Pena.
Llegué a la música de Pena precisamente por estas estrategias, por azar (o una recomendación azarosa de YouTube). ¿Qué se puede encontrar? A un compositor en carne viva, a un intérprete potente, un arrojo absoluto en cada segundo de canción. Samba, bossa, rock, candombe, baiao, algún aire de tango, milonga, y todas las heterodoxias que la guitarra propicia a un músico audaz.
La infancia tiene un lugar preponderante en la obra del uruguayo. La familia y el dolor que ésta provoca, la cosa incompleta que propone la amistad, la experiencia con las drogas, las locas temporadas en Cabo Polonio, su lenta caída y temprano adiós. Por suerte quedan los registros. Los casetes tienen algo mágico, está ahí la belleza de lo frágil. Como en Los enamora2, donde al inicio se escuchan de fondo las campanadas católicas de una iglesia.
Es por ello que elegimos en esta oportunidad compartir A coisa diferente (editado en 2015). “A mí me inventaron los brasileros”, se lo escucha decir a Príncipe, que después de una temporada en Brasil volvió con un glosario interminable de acordes y su estilo, que era una combinación de muchos, quedó para siempre vinculado a la negritud del país continente.
Todos los temas fueron compuestos y grabados en casetes por Príncipe, entre 1980-84. Con la participación de Gilda De León, en la música A coisa diferente. Tiene el aire de haber sido tocado en el patio de su casa, en una sola sesión y sin cortes, bajo el cielo montevideano.
En vida llegó a publicar dos discos. El espectáculo junto a El Club de Tobi, editado en CD (El Recital, 2003) es el que tuvo mayor difusión, donde luce una camisa roja y lentes. Amigotez (junto a Nicolás Davis, 2002) es el otro trabajo que se hizo público antes de su fallecimiento. Quedaron las cajas con casetes, canciones, dibujos, partituras, letras, poesías y videos, materiales con los que su hija lo traería nuevamente hacia este lado.
"Aquellos que coinciden completamente con la época, que concuerdan en cualquier punto con ella, no son contemporáneos pues, justamente por ello, no logran verla, no pueden mantener fija la mirada sobre ella". Giorgio Agamben
Disco completo en Spotify
Disco completo en YouTube, aquí.
Mirá el documental Espíritu Inquieto:
#UnDiscoParaElFinde
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