El año 2002 no fue uno más en el raconto de las cíclicas tristezas colectivas de los argentinos. La crisis de la implosión del modelo neoliberal iniciado en 1976 dejó a más de la mitad de los habitantes bajo la línea de la pobreza, un desempleo creciente y un porvenir clausurado. El fútbol de la Selección Argentina transcurría en un camino opuesto. Llegaba a la cita mundialista de Corea y Japón como el gran favorito luego de un proceso virtuoso con Marcelo Bielsa como entrenador. El rosarino pudo insuflarle un estilo definido y una inocultable vocación por el ataque permanente. El final se pareció demasiado al año en curso y la palabra fracaso acompaña al personaje hasta la actualidad. Lejos de querer encontrar algún consuelo en un país que acepta hasta la trampa, pero jamás la derrota, el Loco se recluyó en un convento para poder procesar la instancia.

De poco sirvió la respuesta del entonces presidente de la AFA, Julio Humberto Grondona. A pesar del colapso oriental, el dirigente que construyó buena parte del prestigio a nível selecciones, le ofreció renovar contrato por cuatro años más. Sólo comparable con la situación de Carlos Salvador Bilardo y César Luis Menotti. La experiencia duró hasta el 2004. Después de ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Grecia por primera vez para el fútbol argentino, renunció alegando que no sentía fuerzas para seguir dirigiendo al equipo de todos. El ensañamiento de buena parte de los medios y periodistas metropolitanos fue feróz. La cultura Bielsa generó una contraparte que aún goza de buena salud y hasta llama la atención de los pretendidamente neutrales. Quien suscribe no habla desde ese lugar.

Tiene debilidad por un actor inédito que logró trascender más allá de un éxito deportivo. Sus conferencias de prensa en el predio que la AFA posee en Ezeiza deberían ser recopìladas para una edición eterna de conceptos futboleros claros, precisos y meditados. Seguramente no servirán para garantizar ningún resultado, pero sí para aprender sobre el deporte. Nada de lo que haga o diga el técnico forjado en Newell’s servirá para convencer a los convencidos. La eliminación en la primera ronda de un Mundial significará siempre una afrenta histórica. Tampoco ayudará decir que cosechó 4 puntos en la fase de grupos, idéntica cantidad que los equipos de Italia 90 y Rusia 2018. No existe posibilidad de redención ante el fracaso, en el país de los argentinos. El reciente éxito al frente del Leeds United, reavivó una disputa que no tiene ni encontrará un límite histórico. Sus detractores hasta llegaron a compararlo con el Huevo Rondina o el Negro Marchetta, dos cultores del heterógeneo ascenso de Argentina. Marcelo Bielsa si logró emerger de sus propias cenizas. No lo hizo a fuerza de logros futbolísticos. El personaje buscó emociones fuertes y las encontró en Chile, Bilbao. Marsella y ahora Inglaterra. En el único lugar que no pudo dejar una huella indeleble fue en el Lille de Francia.

La temporada pasada en el exigente ascenso inglés, estuvo a punto de reencontrarse con sus viejos fantasmas. Quedó al borde de la Premier League y la derrota lo regresó a su condición de perdedor eterno. Su proclama respecto de aquella desazón aún resuena en los vestuarios de Elland Road. En un castellano emotivo, contrastó con la tristeza de un plantel multicultural que sólo podía “tragar veneno”. También aludió al “equilibrio final”. Su profecía llegó un año más tarde, con su sello de autor. Regresó a la élite mundial a una institución que supo ganar tres ligas inglesas, que estuvo a punto de desaparecer y que transitó por la tercera categoría durante varios años. Pep Guardiola asevera siempre que puede, que el argentino es el mejor de todos. Zinedine Zidane fue a observar sus entrenamientos antes de convertirse en entrenador. La polarización del país no existe en el resto del mundo. Su reconocimiento es casi total.

Bielsa tiene un decálogo de declaraciones antológicas. La mayoría apuntan a digerir las derrotas. "No permitan que el fracaso les deteriore la autoestima. Cuando ganás, el mensaje de admiración es tan confuso, te estimula tanto el amor hacia uno mismo y eso deforma tanto… Y cuando perdés sucede todo lo contrario, hay una tendencia morbosa a desprestigiarte, a ofenderte, sólo porque perdiste. En cualquier tarea se puede ganar o perder, lo importante es la nobleza de los recursos utilizados, eso sí es lo importante; lo importante es el tránsito, la dignidad con que recorrí el camino en la búsqueda del objetivo. Lo otro es cuento para vendernos una realidad que no es tal”. Bielsa sigue siendo el último pasajero en tránsito.