Anatomía de los anti vacunas en Argentina
El crecimiento de los movimientos anti vacunas en el mundo se vincula a una crisis de creencia anclada en un proceso de desconfianza hacia una serie de instituciones –políticas, estéticas, económicas y científicas–. Muy poderosos en otras latitudes, en Argentina se presentan en general bajo dos posiciones: anti populistas y simpatizantes con modos de vida alternativos.
Hasta hace muy poco los criterios científicos elementales parecían ser ampliamente aceptados, al menos en la población educada de las capas medias urbanas. Sin embargo, algunos fenómenos recientes parecen poner en duda la confianza pública en la ciencia empírica. Terraplanistas, negadores del cambio climático y anti vacunas se han convertido en los protagonistas de un nuevo drama público. En el contexto de la pandemia de COVID-19 estas desconfianzas se han hecho más evidentes, y en muchos casos se han convertido en un problema público que atañe a las formas de cuidado. Las sospechas sobre la existencia real de un virus, la crítica a los números públicos, a las políticas de cuarentena y el cuestionamiento de la vacunación masiva son los ejemplos más visibles de un manto de desconfianza pública durante la pandemia.
¿Es la desconfianza pública en las vacunas un nuevo oscurantismo? ¿Es la venganza de la ignorancia generalizada? ¿Es culpa de un déficit de información promovida por fake news y redes digitales? ¿Es culpa de las políticas neoliberales que fomentan el individualismo? ¿Cómo gestionar la vida pública en lo que aparece como un mar de irracionalidades?
¿Cómo gestionar la vida pública en lo que aparece como un mar de irracionalidades?
Hay un gran logro de las ciencias sociales que desplegaron sus argumentos durante el siglo XX: las sociedades se basan en creencias; el arraigo social de las ideas y las prácticas no tiene que ver con su verdad intrínseca, sino con su posibilidad de ser legítimas. La medicina moderna y sus beneficios no son ajenas a esos procesos: no se impusieron como creencia colectiva por fuerza de la verdad o por el avance de una cultura racional y de modelos “basados en la evidencia”. Por el contrario, fue necesaria una gran cantidad de recursos simbólicos y materiales para hacer de la medicina moderna el modelo ideal y prioritario de entender la salud y la enfermedad. Si asumimos esta premisa, es claro que de lo que se trata ahora es de una crisis de creencia, anclada en un proceso de desconfianza hacia una serie de instituciones en crisis en las últimas décadas: políticas, estéticas, económicas y científicas. Tal vez en las instituciones científicas llame más la atención porque lo que está en juego no es sólo el carácter relativo y socialmente construido del Estado, el arte o el mercado, sino las relaciones fundantes entre la “naturaleza” y lo “social” que parecían tan firmes.
Ni ignorantes ni neoliberales
La crisis de la verdad es la crisis de las instituciones que la sostienen, pero eso supone siempre la construcción de otras certezas. ¿Cuáles son las certezas de quienes rechazan la vacunación masiva? ¿Puede la desconfianza ser un vehículo de nuevas instituciones? En Argentina se encuentran por lo menos dos estilos de desconfianza hacia las políticas de cuidado, que incluyen a las vacunas contra el COVID-19: uno es el estilo anti populista, de carácter estrictamente político, y el otro es el que se inspira en modos de vida holistas y terapias alternativas. Ambos no son tipos puros, sino sensibilidades o estilos de tomar posición frente a las vacunas y las políticas de cuidado que encuentran diferentes formas de justificación y modelos de acción pública, las que incluso pueden plegarse, superponerse o convivir.
El estilo anti populista está fuertemente asociado con un recorte de las políticas de cuidado. Asume que las vacunas son parte de un modelo autoritario tendiente a imponer una política homogeneizante que no respeta la decisión individual o la “libre elección”. En el estereotipo más extremo de este estilo de desconfianza se reivindica la libertad junto con los valores republicanos contra el populismo de las vacunas como parte de un Estado que asume los dictados de expertos sin suficiente evidencia empírica. En general, aquí no se priorizan argumentos epistemológicos sobre los datos empíricos referidos a la existencia del COVID-19, las políticas de aislamiento o los efectos benéficos comprobados de las vacunas. Esta dimensión suele quedar subsumida bajo un manto de duda inespecífica, muchas veces asumiendo su realidad, pero haciendo foco en el carácter autoritario de las políticas de aislamiento social, de cierre de las escuelas o de vacunación como una imposición. El modelo politizado encuentra en Argentina un lugar muy situado, asociado con identidades políticas intensas y fuertemente vinculadas con la disputa política entre un republicanismo liberal y sus propios fantasmas “populistas”.
Existen, sin embargo, argumentos y formas de justificación al rechazo de las políticas de cuidado y a la vacunación que no suponen posiciones o identidades políticas específicas, sino modos de vida alternativos que pregonan ideas holísticas de la salud. Esta relación es un elemento mucho más general y ha sido mapeado en otros contextos, sobre todo en Estados Unidos y Europa, donde este modo de vida ha alcanzado amplia difusión. Vinculado muchas veces con las prácticas contraculturales posteriores a la generación del 68, el modelo de vida alternativo se ha centrado en la apología de la autonomía, la libertad y la desconfianza en las jerarquías institucionales, incluidos los modelos biomédicos oficiales. En algunos casos esas sensibilidades se encuentran fuertemente asociadas con definiciones de salud holistas y con la búsqueda de prácticas terapéuticas acordes como las gimnasias orientales, la homeopatía, el vegetarianismo o formas de consumo responsable. El autocuidado y la confianza en “uno mismo” resultan elementos fundamentales de los modelos de certeza alternativos que conviven con la crítica a los modelos “invasivos” de las vacunas y la biomedicina.
Es claro que no puede extenderse la desconfianza en las políticas de cuidado y en la vacunación masiva a las posiciones anti populistas, y mucho menos a quienes simpatizan con los modos de vida alternativos. En general, mayoritariamente, las personas pueden estar parcialmente conectadas con posiciones políticas específicas, con estilos de vida alternativos y, al mismo tiempo, participar activamente de los criterios básicos de la evidencia científica y las políticas de cuidado aceptadas. Pero entre quienes despliegan esas posiciones críticas pueden encontrarse argumentos y formas de justificación basados en esos imaginarios. La posibilidad de una afinidad cultural entre ambas sensibilidades no está dada, pero puede encontrar en la desconfianza un punto de contacto basado en la certeza del “uno mismo” y, eventualmente, en identidades anti autoridad que proveen un sentido de heroicidad y de pertenencia a colectivos disidentes que los enaltece y los singulariza. En un contexto donde la singularidad es altamente valorada, este tipo de posiciones pueden tener derivas conspirativas más extremas que suelen culpar de la pandemia o del contagio a agentes externos inespecíficos como George Soros o el gobierno chino. Si la prueba última de verdad se encuentra en la propia vivencia personal y el entorno, al mismo tiempo la desconfianza se proyecta sobre todo lo que no puede ser experimentado (1).
La desconfianza en contexto
El temor a la desconfianza en la vacunación masiva, entre otras tantas que ponen en duda la evidencia científica, da cuenta de un proceso de crisis de las creencias arraigadas, de las certezas sobre la eficacia de la medicina basada en la evidencia autorizada y en las instituciones que la avalan (sistemas públicos y privados de atención de la salud, espacios de investigación de avanzada y organizaciones internacionales como la OMS). En ciertos casos, como en algunos países de Europa y varios estados de Estados Unidos, este proceso llegó al paroxismo en manifestaciones sistemáticas contra la vacunación masiva y la reivindicación de la no obligatoriedad. Alemania, Italia y, sobre todo, Francia, fueron el epicentro de plazas llenas de manifestantes contra las medidas de intervención sanitaria y por la vacunación libre. En Francia comenzó con algunos colectivos que desconfían de las vacunas y se expandió durante el verano boreal de 2021 a una crítica al pase sanitario (pass sanitaire) que controla la circulación en algunas ciudades francesas. Las manifestaciones públicas masivas atrajeron a ciudadanos que consideraban vulnerados sus derechos fundamentales como el colectivo Paris por la Liberté (2).
En Argentina el escenario es diferente. Si bien durante el 2021 las manifestaciones contra el aislamiento se hicieron sentir y las desconfianzas en las políticas de cuidado poseen cierta visibilidad pública, el apoyo a la vacunación ha sido masivo. La vacunación realmente existente es afín a los sondeos sobre confianza en la eficacia de la vacunación durante la pandemia, e incluso a los estudios previos que vienen mapeando el fenómeno a nivel global. De hecho, el mismo estudio que localiza a algunos países europeos entre los más desconfiados, muestra a
Argentina como uno de los ejemplos más consistentes de apoyo a las vacunas. Este dato es coherente con el clima general en torno a la campaña de vacunación durante los últimos meses. Cualquier argentino mínimamente avezado ha podido comprobar hasta qué punto el proceso de vacunación ha movilizado las sensibilidades de lo público. Las filas en los nodos de vacunación vividas como un acto cívico lleno de emoción, las selfies que circulan en redes sociales que muestran con orgullo el acto sanitario, las charlas cotidianas sobre las vacunas que han convertido a las personas de a pie en especialistas sobre síntomas, cronogramas, efectos colaterales y cifras, son todos indicadores de una fuerte centralidad pública. Contra el vaticinio de los “anti vacunas”, y contra los usos políticos de una zona de los medios masivos que hicieron de la geopolítica de las vacunas un dilema nacional, la vacunación se ha convertido en Argentina en un lenguaje cotidiano y en un rito de pasaje altamente valorado.
Las razones de la confianza en las vacunas no son algo natural y dado, sino el resultado de procesos de construcción pública de legitimidad social. Son relevantes para entender esa legitimidad las racionalidades diversas esgrimidas por las propias personas y las formas complejas de la desconfianza. En contra de las interpretaciones aéreas que imaginan a los “anti vacunas” como el resultado de una disonancia cognitiva –o directamente de la ignorancia– o bien como efecto de procesos macro como el neoliberalismo y su individualismo asocial, la diversidad de quienes desconfían de las vacunas y de las políticas basadas en evidencia científica autorizada muestra que es fundamental tomarse en serio la desconfianza. Eso significa entender las trayectorias de las personas que despliegan esas ideas como procesos situados, que son coherentes en sus propios términos, que muchas veces se enmarcan en particulares modos de vida y de entender la certeza. Asimismo, una mirada comparada sobre esa diversidad también puede mostrarnos regularidades que se vinculan con procesos de individuación basados en la experiencia personal como fundamento epistemológico y en procesos de construcción de identidades cerradas y contrastivas con las instituciones científicas oficiales.
El individualismo no supondría entonces un proceso general de crisis de lo social, sino un modo alternativo de pensar lo colectivo que reconfigura las relaciones entre virus, vacunas y personas.
La desconfianza no sería entonces un rasgo negativo y el resultado de un individualismo asocial, sino un nuevo código de producción de relaciones sociales que tal vez nos obligue a repensar sus condiciones de expansión. Entender la desconfianza científica en su positividad implica asumir procesos de construcción de certezas alternativas en el mismo seno de la cultura dominante. El individualismo no supondría entonces un proceso general de crisis de lo social, sino un modo alternativo de pensar lo colectivo que reconfigura las relaciones entre virus, vacunas y personas. Esta mirada positiva puede convertirse en una herramienta para establecer mejores diálogos y políticas de comunicación, que asuman su realidad como algo a interpelar y no sólo como una alteridad que es víctima pasiva de la ignorancia o del neoliberalismo. Los factores históricos y las capas culturales que han generado regímenes de confianza como consecuencia de las políticas de salud pública en la Argentina del siglo XX aun parecen mostrar un tejido de larga duración que digerirá las nuevas desconfianzas científicas de modos diferentes a los de muchos países del atlántico norte. Tener en cuenta todo esto resultará central para entender los lineamientos generales de sus capacidades de expansión contemporánea.