Lula da Silva, 100 días: intento de golpe, economía paralizada y un Congreso a la derecha
Concentrado en restituir programas sociales descontinuados por la administración de Bolsonaro, y mientras se estudian medidas para motorizar la producción y crear empleo, Lula llega, con luces y sombras, a los 100 días de su tercera presidencia. Desafíos, contextos e imposibilidades.
Luiz Inácio Lula da Silva cumple este lunes los primeros 100 días a cargo de su tercera presidencia. Tan proclives al marketing y las cifras redondas, fueron los norteamericanos quienes de alguna manera instalaron esta tradición de proyectar una administración según los vaivenes de las primeras 100 jornadas.
Tomando de la historia Les Cent Jours de Napoleón, desde 1933 (presidencia de Franklin Roosevelt) los estadounidenses exportan la idea de que los primeros tres meses pueden determinar el leitmotiv de una gestión. Quizá no imaginaron que apenas una semana podía ser suficiente. "Gobernar es atender las urgencias”, dijo Lula, el presidente de un país urgente en esencia. No 100, apenas ocho transcurrieron para que la primera urgencia desbordara.
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Para Lula da Silva, “al evaluar los cien días, vamos a tener que anunciar nuestro plan hacia adelante, ya que los 100 días serán el pasado”
En esta oportunidad no se trata de una evaluación cualquiera: es el repaso del inicio más turbulento de la democracia brasileña; incluso quitando un cero y evaluando los primeros diez días de gobierno, el período sirve como “aire de época” del Brasil hoy.
Apenas comenzado el octavo día al mando de la presidencia, estando Lula fuera de Brasilia, se dio el grotesco ataque a las principales instituciones de la democracia: despachos destruidos, obras de arte pisoteadas, sillas estallando ventanales, militares y policías haciendo corralito a los bolsonaristas y acompañando con la omisión el delirio de la derecha. Un cuadro verdeamarelo muy parecido al carnaval, donde se mezclaron trabajadores, clases medias y la más rancia clase alta.
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El Gobierno federal tuvo que recalcular. En la segunda semana, todo el trabajo estuvo concentrado en dar la imagen de un gabinete en plena cohesión. Se trabajó entonces en lograr resultados en sintonía con lo que el presidente dijo en su primera aparición pública tras el 8E: que a los responsables les caiga “todo el peso de la ley”.
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Fueron largas semanas con la atención puesta exclusivamente sobre la cúpula de las Fuerzas Armadas y cuerpos de seguridad. Una epopeya necesaria, imposible de completar: “despolitizar" cuadros de mando militares en un país fuertemente polarizado. Una diferencia mínima, de un punto (dos millones de votos) fue la que consagró a Lula ante el excapitán del Ejército Jair Bolsonaro.
Relativamente ordenado el plano castrense, ya con el expresidente Bolsonaro de vuelta en Brasil (arribó la semana pasada para enfrentar las múltiples causas en las que la Justicia lo requiere) el principal problema del Gobierno es compartido especialmente por países de la región, aunque bien puede sostenerse que se trata de un problema global: la economía.
La industria de Brasil es un elefante blanco. La producción está paralizada por las altas tasas de interés a los créditos. El Banco Central fijó el tipo básico de interés en 13,75% y trabaja para mantenerlo en ese nivel. Estos números no le gustan nada a Lula y a su ministro de Hacienda Fernando Haddad, un incondicional del presidente.
La política monetaria quedó bajo el dominio de un economista al que algunos tildan de bolsonarista: Roberto Campos Neto. Esta es la pelea en la que se encuentra Lula ahora: para el oficialismo el funcionario tiene voluntad en obstaculizar el plan de crecimiento y creación de empleo, que demandan créditos blandos. “Hay gente que toma préstamos en el mercado a 30 por ciento anual para concretar inversiones. No es posible que continúe así”, dijo Lula, sabedor de que el círculo virtuoso de producción-empleo-demanda resultó clave para su reelección en 2007.
El "golpe de Brasilia" no fue gratis, es una obviedad. Como publicó la consultora Qaest-Genial, el 68 por ciento de los brasileños no recuerda -al menos en estos primeros 100 días- una medida importante bajada desde el Planalto
El histórico problema del Partido dos Trabalhadores ha sido la clase media y, disgregando, la que mora en las grandes capitales estaduales. Hacia allí apuntan ahora los esfuerzos del Gobierno: el presidente manifestó públicamente que se estudia eliminar el impuesto a los ingresos para aquellos que ganan hasta 5.000 reales (1.000 dólares, más menos). Hoy están eximidos quienes ganan hasta 420 dólares. Se trata de un universo grande.
Hábil negociador, el principal escollo de Lula está en el Congreso. La derecha, y más ampliamente el denominado Centrão, manejan los tiempos y humores de la política nacional. Los presidentes de las cámaras, Arthur Lira en Diputados y Rodrigo Pacheco en el Senado, dan rienda siempre que se les ofrezca algo a cambio: ministerios, presupuestos, etc. Para activar su agenda, el oficialismo tiene primero que destrabar esta compleja trama.
“Cuando estás en la oposición, dices lo que quieres. Cuando estás en el Gobierno, haces lo que puedes”, dijo Lula el último jueves, en un ronda con periodistas. Hay poco margen, y mucho trabajo interno, como para que Lula explote el plano internacional y pueda, como ha declarado, terciar en la guerra que se da en el este de Europa. Gobernar es atender las urgencias. Gobernar es urgente.