"Desearía que esté en el fondo del mar": La carta de amor del cordobés muerto en el Titanic
Hubo al menos un pasajero que subió al barco más grande del mundo sin desearlo: el cordobés Edgardo Andrew, de 17 años. Con el viaje, se frustraba un encuentro con una amiga a quién esperaba ver. Antes de partir, escribió una carta que anticipó el destino del barco.
Antes de subir al Titanic, Edgar Andrew, el único argentino entre los pasajeros de barco más inmenso jamás construido, escribió una carta a una amiga, que decía: “Figúrese Josey que me embarco en el vapor más grande del mundo, pero no me encuentro nada de orgulloso, pues en estos momentos desearía que el Titanic estuviera sumergido en el fondo del océano”.
¿Un párrafo premonitorio? Puede ser, porque la historia ya es conocida. El Titanic zarpó el 10 de abril de 1912 de Southampton, Inglaterra y cuatro días después chocó contra un iceberg y se hundió en en el océano Atlántico, en la costa de Terranova. Llevaba a bordo 2223 personas. Sólo se salvaron 705. El resto terminó en el fondo del mar. Uno de ellos, era Edgar Andrew, cordobés, de 17 años, nacido en El Durazno, al sur de la provincia, donde ahora funciona la Escuela Agrotécnica Salesiana Ambrosio Olmos.
Edgar era el octavo hijo de un inglés que administraba la estancia. A finales de 1911 fue enviado a Londres para estudiar ingeniería naval, como su hermano mayor.
Edgar pasó todo ese año entre libros y esperando la visita de Josefina “Josey” Cowan, vecina del barrio porteño de Belgrano, que planeaba viajar a Inglaterra con su madre. Juntos, compartirían algunos días de la rutina inglesa y, a finales de abril, Edgar viajaría a Nueva York para asistir al casamiento de su hermano Alfres.
En principio, tenía pasaje en el Oceanic, propiedad de la RSM, la misma empresa dueña del Titanic. Pero una prolongada huelga de carboneros motivó que todo el carbón se destinara a la nueva maravilla náutica de la empresa y el Oceanic suspendió su viaje. Edgard pudo canjear su pasaje por uno de segunda clase en el Titanic, que tenía prevista su salida una semana antes de lo que él había planeado.
“Sé muy bien que la noticia de mi partida será muy dura, pero paciencia, así es el mundo —escribió el chico—. Ya me imagino cuánto sentirá usted que yo no me encuentre en ésta cuando usted venga, pero no por esto se desanime Josey, pues sirve para pasar lo mejor que pueda el tiempo. No puede imaginarse cuánto siento el irme sin verla y tengo que marchar y no hay más remedio”.
Antes de irse, dejó la carta en la casa de las tías de la joven, en Bournemouth, y subió al barco. De todos los pasajeros que subieron en Southampton al barco más grande del mundo, había uno —el argentino— que no quería estar ahí.
El naufragio transformó al joven cordobés en una de las 1522 víctimas y frustró una incipiente historia de amor.
Una copia de la carta forma parte del acervo del museo virtual en su menoría, inaugurado recientemente por estudiantes de la Escuela Agrotécnica Salesiana que funciona dónde fue la Estancia El Durazno. También se encuentra la valija marrón rescatada del fondo del Atlántico en el 2000 por el abogado y explorador David Concannon. La maleta estaba intacta y tenía más de 50 objetos, entre ellos, postales y un diario de viaje.
En algunas líneas, Edgar se muestra confundido por el viaje repentino. "Ha! Josefina, esta es mi última noche en ésta (ciudad) y tengo la cabeza como un volcán así que no se extrañe de la composición de mi carta", escribe.
Y más abajo se despide con el "más puro afecto".
"Kisses, su amigo que la quiere", dice.