Katy García, la cronista de los bordes
Todavía quedan periodistas que detestan hablar de sí sus vidas. Katy García es una. Para entrevistarla, hubo que engañarla. Siempre para medios alternativos cubrió diversos conflictos sociales. La contaminación de Barrio Ituzaingó, el crimen por gatillo fácil de David Moreno y los juicios por delitos de lesa humanidad, fueron sus temas urgentes. En paralelo, trabajó 25 años como enfermera en un hospital público.
Nuestra relación empezó con un encontronazo. A ella no le gustaba que tocara sus textos, y yo, que tenía dificultades con mis propios textos, creía que una nota bien escrita era más importante que una buena relación humana. Fue lo primero que me gustó de ella. La ferocidad con que defendía lo suyo.
Trajinaba, de cobertura en cobertura, como una hormiga. Bajita. Sin alharaca. Con su cuaderno a cuestas, la Katy García, casi notaria, tomaba apuntes desde principio a fin en actos, manifestaciones, juicios y conflictos sociales que poca prensa de alto alcance −casi nadie−, cubría. Y vuelta a la redacción, peleaba duro por un lugar importante en las páginas de la revista donde trabajábamos.
Despacito. Sin tregua. Como con las Madres de Barrio Ituzaingó. Apenas comenzaron, en soledad, a denunciar las contaminaciones, mucho antes de que el tema fuera incluido en la agenda dominante, con su cuaderno y sus crónicas en los medios del gremio de periodistas, fue una compañera más de esa epopeya ambientalista. Comunicadora popular.
En los medios del Cispren −la agencia de noticias Prensared, Proyección, Umbrales−, la Katy García encontró su lugar para verificar lo que había visto en los libros cuando estudiaba Ciencias de la Información. La muerte de David Moreno, el pibe asesinado por la policía en Argüello durante las revueltas del 2001, por ejemplo. Me impactó tomar contacto directo con un caso de gatillo fácil, que conocía por lecturas, cuenta veinte años después.
De ahí, directo a los juicios por los crímenes de lesa humanidad. Cuando la abogada María Elba Martínez batallaba porque la Justicia de Córdoba no se le animaba a las atrocidades cometidas durante el terrorismo de Estado, la entrevistó e hizo también de esa, su lucha. Estudió, leyó expedientes, se reunió con víctimas, patrocinantes, dirigentes de la época del terror… Hasta ‘El fin de la impunidad’, una nota dificilísima que publicamos en Umbrales, la revista por cuya dirección pasaron grandes como el Pancho Colombo, el Negro Reyna y la Negra Grotti. Cuando el tío Ponsati (leyenda del periodismo cordobés) vio la nota de la Katy, nos sonrió incrédulo, recuerda ella. Faltaban años para que comenzaran los juicios por el fusilamiento de 29 presos políticos de la Penitenciaria de barrio San Martín, la UP1, y por los crímenes en el campo de concentración La Perla. La Katy informó las peripecias de ambas causas cuando pocos le daban crédito, y después cubrió una a una las audiencias de esas jornadas históricas.
Escribió también en todos los números de La Intemperie, la revista de Sergio Schmucler famosa por su debate sobre la lucha armada en los 70. Y junto con Ivana Fantín y Vitín Baronetto, hizo un libro en memoria de Marta Juana González, fusilada en la UP1.
Katy García se escabulle cuando quiero que hable de ella. Le mentí, para que aceptara una entrevista. Que le preguntaría sobre los desafíos del periodismo contemporáneo, le dije. A regañadientes, recuerda sus años como enfermera, su infancia de pobreza en La Rioja; la escuela secundaria en Córdoba adonde vino gracias a una tía cristiana y militante que la llevó a Ezeiza cuando volvió Perón, y poco después a despedirlo en el Congreso. Estuvimos como tres días haciendo cola para pasar frente al féretro… Dos noches, segura. Me dormía parada, cuenta la Katy. A pesar de tanta mística, en el 83 votó por el Partido Intransigente.
Aunque ya le gustaban la política, la historia, las ciencias sociales, por consejo de una amiga, para conseguir trabajo rápido estudió la Licenciatura de Enfermería en la UNC y antes de terminar ya era jefa de Pediatría y Cirugía General en el Hospital Ferroviario, que al tiempo cerró. Después, en el San Roque, durante casi veinticinco años. Recién cuando tuvo un sueldo seguro, comenzó la carrera de Comunicación, también en la UNC.
¿Incompatibles enfermera y periodista? No padeció el hospital, dice. Se parecen, la enfermería y el periodismo. Todos los días una historia nueva. A veces cambiaba un turno del hospital, para la cobertura de alguna nota. Nunca la molestaron por su trabajo periodístico. Cuando se supo, ganó prestigio, se ríe. Y dice que recién entonces una de sus compañeras del San Roque se animó a contar que era esposa de un delegado de Sancor, desaparecido durante la dictadura. Ahí conocí lo difícil que fue para muchas mujeres de desaparecidos, que debieron vivir casi escondidas, dice, Katy García.
El tire y afloje entre lo que cuenta del periodismo y lo que quiero que cuente de su biografía, ocurre en una confitería elegante del shopping de la Duarte Quirós. Katy vive por la zona, en un departamento de un dormitorio y medio. Lugar de estudio, casa de todas y todos, centro de reunión. Desde la época de Ciencias de la Información. Confortable. Alquilado. Tengo dos licenciaturas, pero me das vuelta y no se me cae un peso, bromea. Ni casa propia, ni auto. Y pudo ser la periodista que es desde hace veinte años, gracias al sueldo de enfermera. Porque tanto hoy como cuando era estudianta y creía que trabajaría en un gran medio, para un gran medio se necesitan contactos importantes. Lamenta Katy. Y quiere que quede dicho. Solo así perdona el engaño con que la convoqué a la entrevista, y acepta contarme algunas pocas cosas personales.
Después, nos vamos a mirar vidrieras. A ver las pilchas que nos compraremos cuando aumente el salario para periodistas que se discute en paritarias. Justo en tiempos de lucha en numerosas redacciones de Córdoba y el país, porque los empresarios de la comunicación informan con entusiasmo el acelerado aumento de los precios, pero no aflojan al reclamo de sus trabajadoras y trabajadores.