Literatura de guerra: Malvinas y las posibilidades de narrar el absurdo
Un repaso rápido de las ficciones que han abordado el drama de Malvinas con distintos recursos narrativos. En medio del actual boom editorial sobre la guerra, una generación nacida en democracia escribe sobre las islas desde ópticas novedosas. Finalmente, un diálogo con el escritor Ariel Magnus, quien nos adelanta la recorrida de Woody Allen por el Atlántico Sur.
-¡Hundimos un barco!
Rodolfo Enrique Fogwill pasaba por la casa de su madre cuando escuchó la frase. Casi un grito de gol. La mujer festejaba, mientras de fondo el televisor seguía ladrando, el hundimiento de uno de los buques de la Royal Navy. “Hoy mamá hundió un barco”, escribió después, cuando llegó a su estudio.
En trance, Fogwill comenzó a escribir Los pichiciegos tres días antes de la rendición argentina ante el Ejército Británico, formalizada el 14 de junio de 1982.
Y tres noches después de que el comandante de las fuerzas terrestres británicas Jeremy Moore estrechara la fría mano del general argentino Mario Benjamín Menéndez, la novela estaba -en lo grueso- terminada.
Seis días para la creación, uno para el descanso. Visiones de una batalla subterránea fue el subtítulo que llevó la primera tirada, publicada por Ediciones de la Flor, apenas restaurada la democracia.
La frase de su madre fue, para Fogwill, un misíl creativo: con su sintaxis genial, el uso enrevesado de lo coloquial que hacía de los “pichis” tipos vulgares y al mismo tiempo exóticos, preocupados únicamente en no morir, la novela consagró -con el tiempo- a un escritor que estaba constantemente sobrepasando los límites del texto y de lo público.
“A las ocho horas del hundimiento del barco de mi madre yo ya estaba escribiendo aquel libro"
Mientras los pichis fuman en silencio, bajo tierra, percibiendo las vibraciones de la guerra en las paredes de barro, el Santiagueño dice: “¡Con qué ganas me comería un pichiciego! Todos empezaron a reírse. ¿Qué...? ¿Nunca comieron pichiciegos...? El Pichi es un bicho que vive abajo de la tierra. Hace cuevas. Tiene cáscara dura -un caparazón- y no ve. Anda de noche. Vos lo agarrás, lo das vuelta, y nunca sabe enderezarse, se queda pataleando panza arriba. ¡Es rico, más rico que la vizcacha!”
Los pichiciegos sigue siendo un texto central para repensar 1982. Un artefacto literario muy particular: Fogwill escribió Malvinas antes de cualquier testimonio de los combatientes (que, por otro lado, fueron silenciados durante años).
Según la leyenda, que el Fogwill publicista difundió, necesitó seis días y nueve o diez gramos de cocaína. En Brasil, la novela comenzó a circular en fotocopias. El texto vale por sí mismo y no por el contexto de escritura.
Una puta mierda: de la parodia al grotesco
Una puta mierda, el título de la novela de Patricio Pron que exacerba, hasta el absurdo, la crítica hacia los militares. En una imagen recurrente en el texto, una bomba es activada y queda suspendida en el aire: todos especulan en qué momento explotará mientras siguen con otras actividades.
El texto de Pron es una verdadera sucesión de enredos. Un soldado herido, internado en el hospital militar. Un alto mando llega con una lista para verificar las bajas. El oficial tiene una lista, su ayudante otra. En ninguna de las dos está el nombre del herido. Sí están incluídos nombres de soldados caídos, también señas de personas que nunca pisaron las Malvinas. Enloquecido, el oficial reclama: “¿Me pueden decir quién es el responsable de estos registros?”. “Usted señor”, respondió el primer ayudante”.
El absurdo, el humor amargo, la alienación, la parodia, el grotesco, el surrealismo y la ciencia ficción. Algunos de los gestos estéticos que están presentes en muchas de las ficciones sobre Malvinas. Una puta mierda.
En Las islas, otra de las novelas ineludibles cuando se repasa Malvinas, Carlos Gamerro retuerce la idea del sinsentido, ubicado ya en la década del noventa, entre las finanzas y la tecnología digital. El videogame se convierte en la única posibilidad que tienen los excombatientes de recuperar, aunque sea virtualmente, las islas.
Un pasaje descabellado en la novela: uno de los excombatientes llama desesperado a Felipe -el protagonista- porque el videogame no funciona bien y acaba de perder, otra vez, contra los ingleses. Piratas en el océano, hackers en la web.
En Gamerro todo es simulación, farsa y virtualidad. De alguna manera, Las Islas narra los traumas que siguen habitando en cada ex-combatiente. En paralelo, narra otra pesadilla: el neoliberalismo inédito instalado en la Argentina de los noventa y la despersonalización global.
Un tema que no cierra
Malvinas no ha terminado de contarse. La generación nacida después de 1990 escribe con la guerra de fondo.
Nacidos en democracia, escritores noveles abordan el conflicto llevándolo a planos más tenues. Es el caso de Nicolás Correa, autor de Heroína: la guerra gaucha; de Sebastián Ávila, autor de Ovejas; y de Sebastián Basualdo, autor de Cuando te vi caer; representaciones de Malvinas fusionadas con temas como el amor en el siglo XXI, las relaciones familiares y la diversidad sexual.
“Malvinas es una herida abierta y, como tal, es algo muy atractivo para los escritores, porque la literatura se alimenta, más que nada, de heridas” dijo a Infobae Sergio Olguín, autor de 1982 (Alfaguara).
A propósito de los libros y Malvinas, y la gran oferta editorial en una variedad amplia de géneros, dialogamos con el escritor Ariel Magnus, quien adelanta el primer capítulo de su novela inédita, El sentido del humor. Allí, Woody Allen finalmente viene a filmar a la Argentina, cuando el país ha recuperado la soberanía de las islas y mantiene una curiosa administración política en el Atlántico Sur.
“Woody llega a la Argentina deprimido porque ha perdido el sentido del humor (en las dos acepciones). Recién ahora, por este aniversario redondo, me acordé de que un capítulo transcurría en Malvinas y lo saqué del cajón, para que se oree un poco. Pero no creo que la novela se publique nunca, en parte también porque Woody Allen ha quedado completamente cancelado”, dijo Magnus a Cba24n
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- ¿Qué crees que es lo que se entrevé, sobre la guerra, en la diversidad de relatos y narrativas que están disponibles?
Magnus- Que en vísperas de un aniversario redondo se publiquen varias cosas juntas tampoco sirve de parámetro, me parece. Son movidas editoriales. Lo que sí creo es que será un tema de larga duración, primero porque la guerra siempre es un tema atractivo, segundo porque esta fue especialmente absurda y desastrosa. Y porque no resolvió ni un poco el conflicto, claro. Esa indecisión hace que resulte inagotable como materia de relato. Por un lado, el reclamo argentino es tan legítimo que es absurdo que deba hacérselo; por el otro, a quién puede importarle esos cachos de tierra en medio del mar, al punto de invadirlos, para colmo con cero chances de que no lo hagan bosta. Fue todo muy dramático y a la vez es todo tan idiota que tanto la tragedia como la comedia pueden abrevar infinitamente.
- No sos un chico de la guerra, uno de los jóvenes que padeció la aventura al sur. Tenías seis, siete años en 1982. ¿Tenés recuerdos nítidos sobre Malvinas y cómo se vivieron esos días?
Magnus- Me acuerdo de los ejercicios de protección de la integridad física en la escuela primaria, que consistían meterse debajodel pupitre. Sin joda: ¿lo hacían en todas las escuelas? También me acuerdo de que en mi casa empezaron reformas justo el día en que se desató la guerra y era como una contradicción, del tipo: ¿para qué reformar si en cualquier momento caen las bombas y destruyen todo otra vez? O sea bastante seria la cosa, al menos para un niño. Por suerte en mi casa siempre les pareció un delirio y no tengo recuerdos nacionalistas asociados a la guerra, como sí a los mundiales, por ejemplo (¡y a mucha honra!). De todos modos no creo que mis experiencias respecto a Malvinas hayan tenido que ver con ese capítulo de la novela sobre Woody Allen, que simplemente es el desarrollo de una idea chistosa, que es la del imperio deponiendo casi voluntariamente los territorios que ocupa ilegalmente.
-Woody Allen, la presidenta Prístina, el presidente Préstor. Un aire de scketch y un humor pop. Mucho se habla hoy, especialmente en redes sociales (sin dar la cara), sobre los límites del humor y de la autocorrección política ¿Por qué optaste por el humor y la parodia para una cuestión como Malvinas?
Magnus- En efecto, creo que se pueden decir cosas serias (como que todo fue un gran absurdo) y sin duda se expresan cosas que de otra manera quizá no se puedan expresar, no de ese modo y no, tal vez, con esa llegada al lector. En todo caso a mí, cuanto más serio el tema, más ganas me dan de satirizarlo, porque siento que solo después de la sátira se puede hablar en serio de un tema (otra vez). Tengo la fantasía, tal vez ingenua, seguramente errada, que solo cuando se lo trata en términos humorísticos puede decirse de un tema que se lo ha pensado por completo, o, en otras palabras, que algo que no ha pasado por el tamiz de la risa no fue pensado a fondo, porque en el fondo siempre hay una paradoja y la paradoja suele mover a risa (aunque más no sea para no llorar). No digo que ahí se termine el tema o se haya alcanzado su cénit, digo que sin ese paso de la tragedia a la comedia se hace mucho más difícil hacer tragedia trascendente. Dicho esto, debo confesar que el tema Malvinas o en general el tema dictadura es de los temas con los que nunca pude hacer chistes. Aunque creo que está bien hacer humor con cualquier tema, a este siempre lo esquivé. Recién apareció acá, como parte de una novela que no tiene que ver con Malvinas. Eso me debe haber envalentonado, porque al tiempo escribí la sátira sobre la dictadura que siempre quise escribir, desde el punto de vista de un milico bien hijo de puta. La trampa para superar las inhibiciones fue escribirla en inglés. Se llama La Hoz, es sobre quién mató a John Lennon y también está inédita.